Siempre he dicho que a México se le conoce y se le entiende mejor por su literatura que por la ensayística o la información periodística. Quien haya leído la novela “La casa de bambú. Historia de agravios y rebeliones” de Saúl López de la Torre, podrá entender perfectamente las razones que condujeron a la represión y posterior desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en el municipio de Iguala del Estado de Guerrero. No creo que López de la Torre pueda ver el futuro, pero él mismo como estudiante de una escuela de estudiantes normalistas rurales conoce desde adentro el intríngulis del fenómeno.
Uno de los protagonistas de su novela, Camilo se transforma en dirigente de los estudiantes rurales, como lo fue el mismo Saúl López. Un párrafo del Capítulo V del libro relata que” En la normal rural los pobres entre los pobres aprendían los rudimentos del conocimiento científico y las técnicas para organizar la comunidad a partir de la escuela. Organizarla y capacitarla para liberarse de la garra de los caciques, para ejecutar proyectos y programas de fomento productivo con créditos a tasas subsidiadas de la banca oficial, y producir y comercializar con mejores herramientas”. Acaso, ¿Eso los hace enemigos de la sociedad y del gobierno? En el libro sí y en la vida real del México del siglo XXI también, vistos los hechos del 26 de septiembre pasado en ese municipio del sur profundo mexicano.
Para entender la actuación del Estado frente a los acontecimientos posteriores a esa aciaga noche, baste recurrir a dos obras recientes de la literatura mexicana, “La silla del águila” de Carlos Fuentes, y “La conspiración de la fortuna” de Héctor Aguilar Camín, publicadas en 2003 y 2005 respectivamente. Las dos me permitieron entender como nada antes lo había logrado, el funcionamiento del poder en México, a partir de sus leyes no escritas que paradójicamente y en el mayor espíritu garciamarquiano son más transparentes que las escritas.
En la novela de Aguilar Camín, se podrá conocer la intriga y los vaivenes de la política mexicana. Como explicó el crítico mexicano José Luis Gómez Serrano “es un fresco de la realidad y la complejidad de la política mexicana, de las enormes oportunidades que ofrece a unos privilegiados, y del engaño en que a la postre se convierten esas oportunidades”
El libro regresa en el tiempo para describirnos el entramado de poder construido por el Partido de la Revolución Institucional (PRI) en 60 años de gobierno. Aunque “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia” el protagonista y su familia saben aprovechar el mando: son poseedores de una gran fortuna y propiedades, los hijos resultan privilegiados en el manejo del poder, mientras la familia mantiene una conveniente relación con el narcotráfico
En palabras de Gómez Serrano “Si usted busca una ventana a la política en México que no mire desde la perspectiva de un partido o de una ideología, este es un buen lugar. Encontrará mexicanos de carne y hueso, bosques y sierras y ciudades, y hechos como los que leemos en el periódico de hoy”.
Por el contrario, el texto de Carlos Fuentes es una proyección de México al futuro y específicamente de finales de la década actual. Incursiona en los ámbitos políticos y sociales, nacionales e internacionales. En la trama, México no ha variado mucho, es un país dependiente, cuyos gobiernos siguen manifestando sumisión a Washington. El hilo de la novela se desarrolla a partir de relatos sobre la vida de personajes corruptos, traidores, que se valen de inauditas e inconcebibles relaciones de compadrazgo, compra y venta de favores e hipocresía para obtener sus objetivos. En los dos libros, se describen 80 años del pasado, presente y futuro de México.
Alguien podría afirmar “eso es solo ficción”, pero cuando la literatura es sensible, tiene la capacidad de reflejar los pormenores de la vida social de un país, dándonos a conocer la historia y la política de forma entretenida. Al respecto, en 1995 Gabriel García Márquez señaló: “Dicen que yo he inventado el realismo mágico, pero solo soy el notario de la realidad. Incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque sé que no se pueden creer”.
La respuesta gubernamental mexicana a los hechos en Guerrero raya en el realismo mágico. Apenas el 29 de octubre, más de un mes después de los hechos, el presidente Enrique Peña Nieto se dignó en recibir a los padres de los jóvenes desaparecidos. Tal vez sea casualidad, pero fue ese mismo día cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama informó a través de un vocero de la Casa Blanca, que la situación en México era preocupante.
Posteriormente, el 7 de noviembre, el Procurador General de la República (PGR) Jesús Murillo Karam informó que según las declaraciones de tres testigos participantes en las acciones que derivaron en la desaparición de los estudiantes, éstos “fueron asesinados después de que policías de los municipios de Iguala y Cocula los entregaran al grupo criminal «Guerreros Unidos». Sus cadáveres fueron después quemados, se depositaron los restos en bolsas y fueron arrojados en un río cercano”. Con esto dio por cerrado el caso.
La inmediata movilización nacional e internacional denunció y rechazó tales declaraciones, siendo, -esta vez- el propio Papa Francisco quien ese mismo día dijera que quería “expresar a los mexicanos aquí presentes y a los que están en la Patria, mi cercanía en este momento doloroso de la legal desaparición, pero sabemos asesinato de los estudiantes”. Dictamen santo. Sin comentarios.
Los acontecimientos son aterradores. La búsqueda de los estudiantes ha significado encontrar hasta 32 fosas comunes con centenares de cadáveres, aunque la cifra varía según la fuente. El propio Murillo Karam no ha sido capaz de dar datos precisos al respecto. Ante dos solicitudes hechas a la PGR por la revista digital mexicana Real Politik, previamente a los acontecimientos y en fechas diferentes, mismas que fueron contestadas el 5 y 8 de septiembre, la institución garante de la justicia y el Estado de derecho en México refirió en la primera ocasión “el hallazgo de 82 fosas clandestinas y mil 537 cadáveres entre 2009 y marzo de 2014; tres días después contestó a la otra solicitud, afirmando que entre 2005 y marzo de 2014 —un periodo de tiempo más amplio que en la primera petición— había localizado 32 fosas y 425 cadáveres, es decir, una diferencia de 50 fosas y menos de una tercera parte de los cuerpos referidos en la anterior solicitud”.
Esto no es ficción, es la expresión concentrada de la putrefacción de un sistema de complicidades y acuerdos que soslayan, cubren y protegen el delito. Sólo la movilización popular y la exigencia de las familias y amigos de los estudiantes así como de toda la sociedad decente del México maravilloso que hemos conocido desde siempre, podrán impedir que este crimen quede en el olvido como un suceso más de la milenaria vida del país de los mayas y los aztecas. El espacio de la ficción, -cuando se habla de política-, tiene un límite, pareciera que en México el mismo no existe. Recuerden al Gabo “…incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque sé que no se pueden creer”.
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