El Complejo Militar-Industrial es la principal
industria manufactura del mundo, es la que produce más recursos y genera más
empleo, está por encima de gobiernos y de cualquier posición o tendencia
política que pueda haber en un país u otro, no respeta ni responde a ningún
criterio de orden ético o moral. Eso se expresa en Medio Oriente, donde se
ubican tres de los principales compradores de armas del mundo (Egipto, Arabia
Saudita e Israel). Técnicamente, Egipto y Arabia Saudita son enemigos de
Israel, sin embargo, Estados Unidos, les vende armas a los tres.
Así, se genera un circulo vicioso entre la
necesidad de vender armas y que a su vez, haya guerras o conflictos. Si no las
hay, la demanda de armas se contrae y baja la oferta. Por tanto, a los
ofertantes les conviene generar y mantener el conflicto para expandir la
demanda y la oferta a un costo-beneficio
que les favorezca. Por ello, la necesidad del conflicto está muy presente en el
Medio Oriente, aunque se expresa en cualquier lugar del planeta. Por
ejemplo, también puede evidenciarse en
el conflicto de Taiwán con China o entre India y Pakistán y en cualquier otra situación de controversia.
En este ámbito, Rodrigue
Tremblay, presidente de la Sociedad Canadiense de Economistas manifestó que “el
presupuesto militar es tan grande, que el CIM se convierte en un Estado dentro
del Estado”. La tendencia al incremento del gasto militar ha continuado aún en
medio de la crisis global. De acuerdo con el informe anual del Instituto
Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2008 el gasto
mundial en armamento militar se incrementó en 4%, hasta alcanzar 1,46 billones
de dólares, con respecto al año anterior.
De esta manera, en 2008, -siete años después del 11 de
septiembre de 2001- cuando se desató la “fiebre” de la guerra preventiva, el
unilateralismo y la violación abierta del derecho internacional, estalló la
crisis financiera a continuación del desastre producido por las hipotecas en
Estados Unidos. Todo ello creó las condiciones para el triunfo de los
demócratas y de Barack Obama en las
elecciones de ese año.
Obama ha tenido que enfrentar –sin éxito- la
crisis. La magnitud de la misma y la debilidad del presidente para imponer
decisiones de cambio estructural son las causas de su incapacidad para lograr
la recuperación. Obama ha tenido una fuerte resistencia de la derecha
conservadora que se opone –a diferencia de 1929- a cualquier medida de corte
keynesiano.
Respecto de la relación entre gasto militar y
situación económica, los especialistas han coincidido en que la incidencia del primero en la segunda ha sido nefasta.
Chalmers Johnson, un vehemente analista de estos temas ha apuntado que la salida a la crisis de 1929 se produjo a
partir del incremento sustantivo de la producción militar en los años previos a
la segunda guerra mundial y durante su desarrollo. Así mismo afirma que la
guerra fría reactivó para siempre el CMI. Johnson señala que “…entre los
50 y los 60, entre un tercio y dos tercios de la investigación científica se
orientaron al campo militar, lo que con el tiempo llevó a una gran debilidad
económica al país. Por ello, afirma que “la devoción al keynesianismo militar
es en realidad una forma de suicidio económico lento”.
En la
misma dirección, el economista y sociólogo italiano Giovanni
Arrighi afirma que “el keynesianismo militar, basado en enormes gastos en
armamento por parte de Estados Unidos y de sus aliados, así como en el
despliegue de una amplia red de bases militares en el mundo entero, fue sin
duda un factor muy dinámico del crecimiento económico”, sin embargo, el
mismo “dio paso a la aplicación del
monetarismo y al gasto militar sostenido, financiado mediante endeudamiento
público, en la década de los 80”. Apunta que, casi al finalizar el siglo,
durante el gobierno de Clinton la economía tuvo una leve recuperación, pero la
misma entró en lo que él llama una crisis terminal en 2001.
Así mismo, el premio Nobel de Economía estadounidense Joseph
Stiglitz y la profesora titular de políticas públicas de la Universidad de
Harvard Linda J. Bilmes han manifestado opiniones similares, al estudiar los
gigantescos costos humanos y económicos que tuvo para su país la ocupación de
Irak. Desde su punto de vista, la guerra ha tenido un costo para Estados Unidos
que asciende a tres billones de dólares,
pero que para el resto del mundo podrían ser el doble. Además, exponen que la
guerra se financió a punta de deuda
tanto externa como interna. A pesar de
estos altos costos, se redujeron los impuestos a los más ricos, lo cual
ha conducido a un enorme déficit que se ha ido difiriendo por lo que tendrá que
asumirse en el futuro. Stiglitz y Bilmes calculan que la deuda de Estados
Unidos asciende a 10 billones de dólares que corresponden 60% de su PIB. Por su
parte la Oficina de Presupuestos del Congreso de EE.UU habla de una relación
entre la deuda y el PIB de 87% en 2019.
A su vez, Chalmers plantea tres aspectos de la
deuda de Estados Unidos:
1.
En el momento del estallido de la crisis, el gobierno
invertía una excesiva cantidad de dinero en proyectos militares que no
guardaban relación con las necesidades de seguridad y defensa del país, al
mismo tiempo que se mantenían bajos los impuestos a los ricos.
2.
El gobierno pensaba que era posible sostener la
economía, compensar el deterioro acelerado de la infraestructura industrial y
la pérdida de empleos recurriendo al gasto militar.
3.
Debido al gasto militar excesivo, el país dejó de
invertir en asuntos sociales claves. Esa es la verdadera causa de la crisis
social que ha devenido en “un deterioro alarmante del sistema de educación y de
la salud pública, al tiempo que la industria manufacturera civil ha perdido
competitividad”.
Estos autores, además coinciden en afirmar que las
cifras oficiales en materia de defensa
no son confiables, considerando que entre 30% y 40% del presupuesto
militar se asigna a proyectos confidenciales, lo cual se agrava cuando se tiene
en cuenta que el pentágono no acepta la realización de contabilidad financiera.
En otro capítulo de la crisis, demócratas y
republicanos pugnaron casi hasta la fecha tope del 17 de octubre del año pasado
para aprobar el nuevo presupuesto nacional y aumentar el techo de la deuda.
Aunque la solución fue temporal pues el Departamento
del Tesoro no podía emitir bonos de deuda sino hasta el 7 de febrero de 2014 y
las entidades públicas que habían sido cerradas, fueron autorizadas a reabrir
únicamente hasta el 16 de enero. En esas fechas, Estados Unidos volvió a
enfrentar una situación de tensión interna.
El cierre parcial del gobierno
costó a la economía del país 24 mil millones de dólares, según estimados de la
agencia de calificación de riesgo Standard & Poor.
Sin embargo, en el trasfondo de este affaire no hay
diferencias entre los dos partidos del sistema respecto de su “necesidad” de
mantener el gasto militar, verdadero trasfondo de la crisis. El conflicto surge
por la diferencia de opiniones respecto a quién debe pagar, los demócratas
dicen que debe ser mediante el aumento de impuestos a los ricos, y los
republicanos consideran que se debe disminuir el gasto social.
Nadie
desea una crisis en Estados Unidos que –en tiempos de globalización- terminaría
afectando a todo el planeta y haciendo pagar a los pobres la cuota más alta. No
hay duda que una y otra salida a esta
coyuntura es diferente para el pueblo estadounidense, pero para la gran mayoría
de la humanidad, no reviste mayor importancia, porque el problema no es
transitorio, refiere a causas estructurales que revelan una economía no
sustentada en la justicia social ni en el reparto equitativo. El bipartidismo en Estados Unidos, cierra
filas y actúa como un sistema único cuando se trata de su actuación exterior.
Sólo que esta crisis rebasó cualquier experiencia previa, las alarmas se prendieron
y la respuesta que se observa recuerda aquella figura de la fiera herida que
para salvarse da zarpazos hasta su muerte.
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