Este 20 de diciembre se conmemora el vigésimo quinto aniversario de la última invasión estadounidense a Panamá. La primera, se produjo en noviembre de 1903 cuando el Crucero Nashville, dio apoyo al espíritu secesionista y posibilitó la Independencia de Panamá de Colombia. Aunque ambos hechos ligan a Estados Unidos con Panamá y están fatalmente atados a la historia de la república istmeña, tienen connotaciones diferentes en el imaginario popular y una interpretación distinta para la sensibilidad e identidad del país canalero.
En el contexto internacional, solo un mes y medio antes del desembarco y bombardeo de Estados Unidos a Panamá, la caída del Muro de Berlín anunciaba el fin de una época y el comienzo de otra en la que Washington iba a campear por sus fueros. Su victoria en la guerra fría le daba impulsos para la implantación de un sistema internacional unipolar en el que no tenía rivales. América Latina se encontraba en una situación de debilidad extrema. La democracia apenas se había instalado en la mayoría de los países en años recientes. El agotamiento de la Unión Soviética en manos de un Gorbachov que se arrodillaba ante los ímpetus vencedores de Occidente, era el presagio de su claudicación y ocaso.
Este marco le permitía a Washington tomar ventajas de la situación, el retorno a la democracia en América Latina prácticamente había concluido, las primeras elecciones democráticas en Chile después de 17 años de dictadura, realizadas el 14 de diciembre, solo 6 días antes de la invasión, clausuraban, al menos simbólicamente la “noche negra” de los gobiernos autoritarios que habían imperado en la región bajo el paraguas protector de Estados Unidos y la doctrina de seguridad nacional. Pero el presidente Bush había decidido no dar más espacio al espíritu aperturista, que comenzaba a reinar en el continente y resolvió aplicar todo su poder en una región que con la creación del Grupo de los 8 fortalecía la gestión del Grupo de Contadora y mostraba un espíritu latinoamericano de acercamiento imposible en tiempos de dictaduras, salvo para coordinar acciones tan nefastas como la Operación Cóndor que trajo como consecuencia decenas de desaparecidos y asesinados en varios países.
La agenda había cambiado con la caída del Muro de Berlín. Sólo faltaba una estocada final para hacer desaparecer a la Unión Soviética y, en esa medida, otros tópicos comenzaron a copar la temática de seguridad de Estados Unidos: narcotráfico, migraciones, deuda externa y conflictos de baja intensidad entre los cuales persistían los de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Las manifestaciones sociales espontáneas contra la aplicación de las recetas del Fondo Monetario Internacional habían tenido ese año en Caracas su punto más alto, pero también en Argentina y República Dominicana se habían desatado explosiones sociales de difícil pronóstico. Estados Unidos debía tener sus fuerzas en completa disposición combativa para enfrentar “estos males” que aquejaban la región.
En ese marco, el control de Panamá era imprescindible, ante el espíritu de rebeldía que parecía estarse fraguando al interior de las Fuerzas de Defensa de ese país, en un momento en que Estados Unidos necesitaba su apoyo incondicional a fin de mantener su artificial política anti drogas que combate la producción y procesamiento en América Latina, mientras permite y promueve en territorio propio la distribución de los narcóticos y el flujo de los recursos financieros que produce.
Por otro lado, en medio de la más brutal guerra de agresión contra Nicaragua, ese país iba a realizar elecciones en febrero de 1990. En este ambiente, con la invasión a Panamá, Bush mandaba un mensaje fuerte y claro de lo que esperaba a los nicaragüenses y a Centroamérica en caso de persistir el gobierno del FSLN. La invasión fue expresión de una forma poco disimulada de influir en un pueblo que estaba agobiado tras 42 años de dictadura somocista y 10 de una criminal guerra que financiaba Estados Unidos contra el país.
Como siempre, Estados Unidos utilizó sus medios de comunicación para justificar la brutal acción bélica en el istmo. Arguyó que era una necesidad inmediata “proteger las vidas de sus ciudadanos en Panamá”. Así mismo, planteó su obligación de “restaurar la democracia” y “asegurar el funcionamiento del Canal de Panamá”. Ninguna de estas razones resistiría un elemental análisis serio y argumentado. Lo cierto es que el fin de la guerra fría le permitía a Bush regresar al siglo XIX y a la época del Gran Garrote como signo primordial de la política exterior de Estados Unidos.
El verdadero objetivo de la invasión fue la captura del general Noriega, hombre fuerte de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Se sabe que Noriega tuvo vínculos con Bush cuando éste fue Director de la CIA en el año 1976, pero también se conoce que el militar panameño se negó a cooperar con Estados Unidos para una eventual invasión militar que esta potencia preparaba contra Nicaragua. Esta habría sido la razón fundamental del ajuste de cuentas a través del cual Noriega fue acusado de “tráfico de drogas”.
La detención de Noriega, un personaje polémico que fue llevado a Estados Unidos donde se le juzgó por diferentes delitos, no justifica el bombardeo de una ciudad inerme en el que ciudadanos pacíficos, habitantes de barriadas humildes fueran sacrificados vilmente por la cobarde metralla imperial.
Para ejecutar la invasión, Estados Unidos movilizó 26 mil efectivos en lo que fue su mayor operación militar desde la guerra de Vietnam. El pueblo panameño se opuso a la embestida de las fuerzas armadas estadounidenses, superando la resistencia que esperaban las tropas imperiales, lo cual obligo a ésta a prolongar las acciones. Los bombardeos indiscriminados contra las zonas residenciales populares provocaron entre 4 mil y 10 mil civiles muertos de acuerdo a diferentes fuentes. Así mismo, produjo más de 2 mil millones de dólares en pérdidas y la detención temporal de unos 5 mil panameños.
La operación concluyó cuando Guillermo Endara, fue juramentado como presidente en una Base Militar estadounidense en la Zona del Canal, - en ese momento- aún ocupada por Estados Unidos. Endara sustituyó a las Fuerzas de Defensa por una policía denominada Fuerza Pública. Sin embargo, la ayuda económica prometida por Estados Unidos nunca arribó y el propio Endara llegó al ridículo de hacer una huelga de hambre para obtenerla. En la consolidación de la intervención, el nuevo gobierno aceptó la presencia de “supervisores” estadounidenses en los ministerios, así como la acción de tropas del Comando Sur de Estados Unidos estacionada en la Zona del Canal, fuera de su jurisdicción, todo ello con la aparente justificación de lucha contra el narcotráfico y la guerrilla colombiana en la frontera entre ambos países.
La invasión estadounidense a Panamá en 1989 fue la primera acción de Estados Unidos con el objetivo de sentar las bases de un sistema internacional unipolar. Fue, a su vez, una expresión práctica de cómo se manifestaría a futuro la política exterior de la potencia norteamericana en circunstancias posteriores al “fin de la historia”, utilizando la expresión que dio título al libro de Francis Fukuyama.
Por el contrario, para los latinoamericanos y caribeños, la historia estaba comenzando. Vista desde otra perspectiva, los panameños vertieron su sangre generosa en nombre de los pueblos de la región para señalar un camino de dignidad frente a la brutalidad y la barbarie imperial. Sólo unos meses antes, en febrero del mismo año, Caracas se había alzado para indicar una ruta que Panamá enalteció, haciendo vibrar la fibra latinoamericana y caribeña.
Justo era reconocer el fracaso de tal bloqueo, el que persistió en contra del pueblo en nombre del cual paradójicamente se anuncia el futuro levantamiento, nunca es tarde para rectificar, espero sea para bien. Independientemente del trasfondo económico y político fue un acto de valentía de Obama.
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