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sábado, 26 de mayo de 2018

En el bicentenario del asesinato de Manuel Rodríguez ¡Aún tenemos patria, ciudadanos!


Voy a hacer un paréntesis en mis temas habituales. Sé que hay muchos asuntos importantes para tratar, pero debo cumplir un compromiso de honor. Mañana 26 de mayo se cumplen 200 años del asesinato de Manuel Rodríguez, el Guerrillero de la Independencia de Chile. Para mi conciencia hubiera significado cargar un peso muy difícil de llevar, si hubiera dejado pasar la fecha. He aquí una modesta contribución a que esta efeméride no pase inadvertida. El texto es parte de un trabajo más amplio que forma parte de un libro que estamos preparando con otros dos colegas y amigos para cumplir el mismo objetivo. 

Manuel Rodríguez nació en Santiago de Chile, el 25 de febrero de 1785. Desde su más temprana niñez demostró una inteligencia fuera de lo común, las calificaciones obtenidas en sus estudios denotaban que era un joven destacado, aplicado, laborioso y cumplidor. Sus maestros del Colegio Carolingio y la Universidad de San Felipe no escatimaron palabras para resaltar sus dotes intelectuales y su talento. Su amor por la lectura amenizó su vida desde los primeros años, pasando largas horas en la biblioteca de su padre, una de las mejores provistas de la ciudad 

El primer cargo público ocupado por Manuel Rodríguez fue el de Procurador de Ciudad, para posteriormente asumir las carteras de Guerra, y de Gobierno entre noviembre de 1811 y julio de 1812 y Hacienda, entre agosto y octubre de 1814 durante los diferentes mandatos de José Miguel Carrera. En todos ellos fue capaz de exponer una integridad a toda prueba y una encomiable disposición para el trabajo. En el desempeño de sus funciones debió confrontar retos provocados por el rechazo que su impronta iba dejando. La mediocridad del entorno lo perseguía, de la misma manera que las rivalidades que algunas familias oligárquicas manifestaron desde siempre contra él y sus hermanos. 

El descalabro en Rancagua el 1° y 2 de octubre de 1814, no tuvo igual impacto en todos los patriotas. Los ricos huían desesperadamente y ante tal situación, los de menos recursos seguían el mismo camino en la medida de sus posibilidades, la desmoralización hacía presa de soldados, mujeres, niños y ancianos, mientras que el abandono de las propiedades de quienes huían, era seguido por el saqueo, el robo y hasta impúdicos asesinatos. Para Manuel Rodríguez, las penalidades fueron de orden superior al no admitir presencia en uno ni en el grupo de Carrera ni en el de O´Higgins, mientras pensaba en la mejor manera de contribuir a la libertad de su tierra. Sin embargo, en el entorno, la estancia de los patriotas chilenos en el exilio de Mendoza significó el lamentable y definitivo distanciamiento entre José Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins, así también dio inicio el largo rosario de divisiones entre los luchadores chilenos por la libertad. 

En el ámbito de esos aprestos, el genio militar de San Martín comprendió que era básico contar con información precisa del enemigo. Su conocimiento de la guerra le indicaba que la exploración, información e inteligencia eran aseguramientos combativos sin los cuales era imposible organizar de manera exitosa una empresa como la que estaba preparando. 

Enterado de estas necesidades, Manuel Rodríguez pensó que podía servir en estas misiones como enlace, observador y correo para el general rioplatense en sus imprescindibles labores de preparación de las condiciones para el arribo exitoso del ejército libertador a tierras chilenas. Así se lo hizo saber, ofreciéndose para retornar a su país a fin de desarrollar tales funciones. A pesar de todos los corrillos y patrañas de mala fe que le habían llegado sobre la figura y personalidad del enjundioso abogado chileno, San Martín, no dudó que podía ser útil para los objetivos que se proponía, se dio cuenta muy rápidamente que Rodríguez llenaba los requisitos por la admirable audacia, inteligencia y voluntad que transmitía, por lo que le entregó de inmediato delicadas misiones, las que además encaraban un gran riesgo personal. 

San Martín comprendió que el carácter delicado de la misión, obligaba a elaborar un plan de desinformación, que ocultara las acciones que Rodríguez habría de desarrollar a fin de darles protección a él y a su tarea. En ese contexto, hizo circular la afirmación que Rodríguez había viajado hacia el este, a San Luis siguiendo los pasos de José Miguel Carrera quien se había trasladado por la fuerza de las circunstancias a Buenos Aires. Mientras eso se transmitía como un reguero de pólvora por la ciudad, Manuel Rodríguez viajaba en sentido opuesto, emprendiendo nuevamente, -pero ahora en dirección contraria- el cruce de la cordillera para volver a su patria afligida, bajo las férreas medidas del gobierno español, que haciendo uso de brutales acciones represivas, intentaba impedir cualquier atisbo de independencia. 

A partir de este momento, se puso en práctica la inaudita audacia de Manuel Rodríguez, devenido en guerrillero encargado de llevar adelante la noción sanmartiniana de “guerra de zapa”, entendida como la forma en que se iba a “alarmar a Chile, seducir las tropas realistas, promover la deserción, figurar los sucesos, desconceptuar los jefes, infundir temor a los soldados y procurar desconcertar los planes de Marcó” Rodríguez desempeñó el papel más relevante en el cumplimiento de esta misión, aunque no el único, también destacaron Diego Guzmán, Ramón Picarte, Miguel Ureta, Pedro Alcántara, Juan Pablo Ramírez, Domingo Pérez, Antonio Merino y José Antonio Álvarez Condarco, sin embargo ninguno estuvo a la altura del ingenio, la creatividad conspiradora y el optimismo de quien comenzó a construir una leyenda que aún hoy perdura como expresión de la inteligencia natural, el valor y la inventiva del pueblo chileno. 

A partir de ese momento -y aunque no ha sido verificado- se supone que cruzó la cordillera en variadas ocasiones, estudiando caminos y rutas de desplazamiento para el ejército libertador, observó el despliegue de las fuerzas enemigas en ciudades y aldeas, sumando además sus grandes dotes persuasivas para convencer a los chilenos de la necesidad de apoyar a las fuerzas de San Martín que se preparaban para la invasión desde el otro lado de la frontera. Sus arengas hablaban de un futuro mejor tras la independencia, pero al mismo tiempo trazaba el itinerario de esfuerzos y sacrificios para lograrla, utilizando su proverbial energía, su incansable voluntad de trabajo, su capacidad de trasladarse en plazos muy breves de uno a otro lugar del país, recorriendo tenazmente cada rincón a pie, caballo o burro, aprovechando su facultad de mimetizarse y disfrazarse entre las diferentes capas de la población, especialmente del sur agrícola, recabando el apoyo de los campesinos, que caían embrujados por el poder de su verbo y la convicción de victoria que transmitía, todo lo cual le fue granjeando una credibilidad y una confianza que se fue transformando en apoyos para la causa independentista 

Unas veces disfrazado de minero, otras de humilde campesino, de huaso o de pordiosero en las ciudades, fue tejiendo su propia leyenda, que difundida de boca en boca por el pueblo, aunaba a la realidad, diversos rumores surgidos de la creatividad popular, los cuales fueron generando un mito, que como ningún otro instrumento, sirvió para los objetivos que San Martín se había propuesto. 

Manuel Rodríguez hizo de la provincia de Colchagua el centro de su actividad, no sólo San Fernando, su ciudad más importante, los pueblos y los campos de esa región fueron objeto de la dinámica actividad guerrillera, desarrollada durante todo el año 1816 y hasta el día de la Batalla de Chacabuco. Su infatigable capacidad le permitió reclutar nuevos adeptos y comenzar a golpear al enemigo en su retaguardia, causándole importantes bajas, más por el efecto sicológico de tropas que no estaban acostumbrados a enfrentar a un enemigo “invisible” que por la magnitud de las pérdidas recibidas, las cuales sin embargo, no se pueden minimizar en el contexto de la guerra. Decenas de campesinos incorporados a su novel ejército sin mayor cercanía previa a la causa independentista, se van impregnando del sentido de patria que Rodríguez les va inculcando en la lucha. 

Pero, tal vez el aporte más importante que hace es el de recopilar valiosa y precisa información sobre el despliegue del ejército español, las características de sus fortificaciones y el estado moral de las tropas, todo lo cual va haciendo llegar de forma oportuna a San Martín, que ante los evidentes éxitos de su enviado, incrementó los aportes financieros y logísticos, ampliando el espacio de las acciones, hasta que el 4 de enero, en una acción de extrema audacia, Manuel Rodríguez asaltó y tomó la ciudad de Melipilla, en las cercanías de Santiago, en lo que suele considerarse como “el inicio de las acciones patriotas insurgentes en el territorio nacional, durante el período de la Reconquista” y “el primer asalto a una localidad, realizado en el territorio nacional ocupado por el ejército español”. Así mismo, en el marco del necesario aumento de las acciones, preparatorias de la irrupción del ejército libertador en Chile, fuerzas al mando del guerrillero atacaron San Fernando y Curicó, creando un verdadero descalabro en el esquema defensivo español y el caos en el mando realista que no sabía cómo enfrentar estas acciones. En su paso por estas ciudades el verbo encendido de Rodríguez se dejó sentir a través de proclamas o escritos que instaban a la ciudadanía a desconocer el poder monárquico e incorporarse a la lucha por la libertad de la patria. 

En sus escritos, que puntualmente hacía llegar a San Martín, también manifestaba una visión clasista de la lucha en las que delimitaba claramente el papel coyuntural que jugaban los grupos aristocráticos de la sociedad y el papel más efectivo de los sectores populares, así como los anhelos que expresaban al incorporarse a la confrontación. Su intercambio epistolar con San Martín es prueba inequívoca de su convicción de que la nobleza y el “primer rango de Chile” al que consideraba “despreciable”, no eran necesarios para el futuro del país, pero comprendió y así se lo hizo saber al libertador rioplatense que había que entenderse con ellos por necesidades tácticas por lo cual no se debía “prepararles guerra hasta cierto tiempo”. 

Nadie mejor que el propio Marcó del Pont, podía explicar el alcance de la actividad revolucionaria de Manuel Rodríguez. En carta dirigida al Virrey del Perú, expuso que: “Manuel Rodríguez, joven corrompido, natural de esta ciudad, secretario e íntimo confidente de don José Miguel Carrera, con quien fugó al otro lado de los Andes, fue mandado el 24 de diciembre de 1815, con otros sus iguales para preparar el ánimo de los residentes. Rodríguez no perdió tiempo en el ejercicio de su misión, formó un complot con varios vecinos de los partidarios del sur; los bosques de sus haciendas y sus casas mismas le albergaron, facilitándole cuantas proporciones podía apetecer para el logro de sus designios. Esta ciudad fue su mansión por mucho tiempo, aquí observó, a salvo, el número de tropas, sus progresos en la disciplina, y en suma, cuánta providencia tomaba el gobierno para su mayor seguridad. Aquí formó sus combinaciones con sus adictos, extendiendo, de acuerdo con ellos, una clave, por cuyo medio podían todos entenderse sin ser descubiertos aún en caso de ser sorprendida la correspondencia. El Gobierno, a costa de vencer mil dificultades, había llegado a tener noticias de la misión Rodríguez, después de pasado mucho tiempo. No pudo lograr dar con su paradero para conseguir su aprehensión, por más que se doblaron todos los esfuerzos. Tal ha sido la protección que ha logrado de sus confidentes, pues la oferta del olvido eterno de cualquier delito y la de una gratificación de mil pesos, no fueron bastante, para que uno solo diese el menor aviso de su existencia”. 

Tan solo unos días antes, el 22 de enero, Marcó del Pont, había publicado un bando en el que se establecían una serie de normas que buscaban evitar la actividad guerrillera de Manuel Rodríguez sin mencionarlo, en ellas se limitaba la libertad de movimiento entre los ríos Maipú y Maule, de lo cual solo quedaban exceptuados los militares, amenazando incluso con pena de muerte a quienes no cooperaran con las tropas realistas en la aplicación de las ordenanzas que se estaban emitiendo, en particular las referidas al acopio de cabalgaduras, que los vecinos estaban obligados a entregar a las autoridades. 

Las acciones guerrilleras de Manuel Rodríguez y en general su actividad en pro de la independencia, significaron un aporte sustancial al objetivo de debilitar al ejército español, dispersar sus tropas hacia el sur, impidiendo con ello su concentración para la defensa de Santiago o para su despliegue en la provincia de Aconcagua, al norte de la capital, por donde habría de producirse la dirección principal de la invasión libertadora. En este sentido, toda vez que la estabilidad de la defensa realista se centraba en la capacidad de concentración de las tropas, es que se puede visualizar en su justa dimensión el papel jugado por el Guerrillero en el desenlace de las acciones bélicas posteriores. Ante el crecimiento irreversible y el empuje de las fuerzas del frente patriótico que encabezaba Manuel Rodríguez, Marcó del Pont se vio obligado a reforzar sus patrullas en movimiento y cuarteles de Curicó, Talca y San Fernando, alejándolas de la zona donde se desenvolverían los combates principales. 

Los riesgos personales asumidos superaron los de cualquier otro patriota, no era ajeno a ello, pero lo cumplió como parte de un deber, nunca minimizó el peligro, pero tampoco hizo apología de su audacia y valor. A pesar de todos los intentos realistas, en especial de Marcó del Pont que puso precio a su cabeza y la de sus compañeros, no eludió la misión planteada. Asumió que su principal defensa era introducirse muy profundamente en el pueblo, física y moralmente, imbuirse de su espíritu de lucha, sentir, pensar y actuar como uno más de ellos, impregnándose de sus anhelos y necesidades. Nunca hubo uno solo que lo delatara o traicionara, ahí estuvo su valor y la fuente del mito que se construyó en torno a su persona, sin que él mismo, jamás fuera consciente de la gran labor que había cumplido. 

Una vez consolidada la victoria en Chacabuco, Manuel Rodríguez recibió instrucciones de San Martín de atacar y eliminar toda resistencia realista en Colchagua mientras las tropas españolas huían en desbandada hacia el sur. Finalizada su misión, se dio a la tarea de organizar la administración de gobierno en la provincia, instando al pueblo a que eligiera sus autoridades. Así mismo, en su carácter de Comandante militar de Colchagua, procedió a tomar severas medidas para aplicar la justicia, así como otras de orden económico a fin de financiar las actividades que se debían realizar contra un enemigo que conservaba en esa región y hasta Concepción más al sur, una fuerza activa con capacidad bélica que era necesario combatir. En consonancia, tuvo que actuar de acuerdo a las condiciones de inestabilidad política generadas por la presencia militar española que se organizaba para buscar la reconquista nuevamente del territorio perdido. Chacabuco había sido una gran victoria, pero no significó el fin de la guerra. 

En ese contexto, mantuvo permanentemente informado de sus acciones a San Martín y a O´Higgins que el 17 de febrero había sido elegido Director Supremo ante la negativa de San Martín de asumir tal encomienda, iniciando de esa manera un período de un año denominado por algún historiador de “liberación nacional”. Con ello también comenzaron las peores desgracias e la vida de Manuel Rodríguez, las que lo llevaron a su persecución, presidio y asesinato. 

Interesadas interpretaciones quisieron demostrar que los actos de Manuel Rodríguez en Santiago, tras el desastre de Cancha Rayada, al norte de Talca, en marzo de 1818, que supuso una importante derrota de las fuerzas patrióticas al mando de San Martín y O´Higgins, fueron expresión de hechos de insubordinación, sin embargo tras un estudio sereno de los acontecimientos históricos, es evidente que tal aseveración no tiene asidero. Ante el caos generado por la sorpresa y contundencia de las operaciones que significaron que el ejército patriota se impregnara de un estado de pánico y confusión suprema, los rumores y las noticias contradictorias y perniciosas se hicieron eco de la población. Unos días después, en Santiago corrió la voz de que San Martín y O´Higgins habían muerto, el espanto y el pesimismo cobraron vigencia, sobre todo entre los sectores altos de la población, algunos de los cuales se apresuraron nuevamente a cambiar de bando. En estos escenarios de crisis extrema, de desesperanza superior es cuando se prueba la fuerza de la voluntad y la confianza en las capacidades propias para salir adelante, es también cuando emerge el liderazgo propio de los pueblos. De ahí brotó la suprema convicción de Manuel Rodríguez, cuya autoridad moral a toda prueba, fue reconocida por la población cuando desde el balcón del palacio de gobierno proclamó en medio del generalizado desaliento “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”. 

Tal vez, en Manuel Rodríguez se ensamblan dos hombres en un solo personaje -como lo afirmara Mariano Latorre-: “el héroe chileno casi despojado de atributos reales y el héroe histórico, insuficientemente estudiado y algo diverso del personaje legendario”, por lo que según su opinión habría que conectar el Rodríguez real, con el Rodríguez legendario para encontrar “la exacta comprensión de su personalidad”. 

Todos estos elementos confluyen en la construcción de un personaje en el que no se conocen los límites entre lo real y lo imaginario, difícilmente haya otro actor de la historia de Chile que genere tanto desacuerdo y controversia entre historiadores e investigadores. Así fue su vida y sobre todo su muerte, sin embargo al conmemorarse 200 años de su vil asesinato, el ejemplo de Manuel Rodríguez, su entrega y amor a la patria, su sentido de justicia y de libertad, su desprendimiento, la valentía y el coraje de sus acciones están presentes en el pueblo chileno que lo reconoce como uno de sus representantes más leales, es el mismo pueblo junto al que el Guerrillero ha cabalgado y cabalgará siempre.

sábado, 19 de mayo de 2018

Elecciones en Venezuela: único camino para salir de la crisis


Durante estos últimos años, la oposición en Venezuela ha intentado todos los expedientes posibles para sacar de manera ilegal a Nicolás Maduro del gobierno y no lo han logrado. Ahora, cuando tenían la posibilidad de hacerlo por vía legal, una parte de ella (el sector terrorista) se hizo al lado, impulsados por el afán terrorista de los gobiernos de Estados Unidos y Colombia y el apoyo de los “perritos en la alfombra” integrantes del Grupo de Lima, que incluso los conminaron a no firmar los acuerdos a los que habían llegado con el gobierno en República Dominicana. 

En la ocasión en que el gobierno fue derrotado electoralmente en el referéndum por la reforma de la Constitución, el presidente Chávez, tras reconocer la derrota, le recomendó a la oposición que administraran bien su victoria. No lo hicieron. En 2015, después de obtener un sólido triunfo en las urnas, la oposición pudo labrar una ruta que los habría dejado en una situación distinta de cara a este proceso eleccionario, anticipado unos meses por solicitud de esa propia oposición, que a todas luces no es buena administradora de sus éxitos. 

Pudo más en ellos, el afán cortoplacista e inmediatista y su incapacidad de análisis político, lo que los llevó a apelar a formas insurreccionales que requieren de determinadas condiciones de orden objetivo y subjetivo que en Venezuela no existen, en particular en este país no hay un sentimiento generalizado del pueblo por cambiar de gobierno utilizando formas violentas de lucha. Ello además necesita de un liderazgo que no han podido construir, dadas sus ambigüedades, su incapacidad de movilizar a las grandes mayorías y su enfebrecida mentalidad subordinada a Estados Unidos quien es finalmente el que pone las reglas y quien da las órdenes de lo que debe y no debe hacerse entre las filas de la ultra derecha oposicionista. 

Así, optaron por el expediente paraguayo y brasilero de buscar el golpe de Estado parlamentario cuando tuvieron la mayoría de la Asamblea, y fracasaron, después optaron por la violencia (dos veces) en 2014 y 2017, pensando que la vía insurreccional los podía llevar al poder, y fracasaron nuevamente. Apelaron a la realización de marchas que debían copar las calles y llevarlos hasta Miraflores, y fueron derrotados por el pueblo chavista que a pesar de la desastrosa situación económica del país, desataron una movilización superior en defensa de la democracia y la libre determinación. Entonces, supusieron que buscando el quiebre de las fuerzas armadas, a través de la deserción de altos oficiales o la insubordinación de algunos cuarteles podían llegar a una guerra civil que les diera el sustento para pedir ayuda internacional en forma de intervención extranjera y, fueron desoídos por los militares bolivarianos. 

Agotadas todas las instancias, los dirigentes de la oposición se fueron a vivir al exterior, sobre todo a Bogotá donde mezclados con políticos de similar calaña pueden pasar inadvertidos. Desde allá despotrican, gritan e imploran por la intervención militar en forma de “ayuda humanitaria”. Durante años patalearon porque querían elecciones, pero cuando llegó el momento de las mismas, se negaron a participar a pesar que uno de los suyos (Henri Falcón) y otro, (un representante de las iglesias evangélicas) que sólo pretende presentarse para después tener el aval suficiente a fin de solicitar ayuda financiera de las millonarias congregaciones protestantes de Estados Unidos, decidieron lanzar sus candidaturas y aceptar ser parte de la búsqueda de soluciones al margen de la violencia y de la guerra. Serán ellos los que decidan si quieren volver al pasado o abrirse paso al futuro, barriendo la malo en el ámbito político, a través de los espacios que ofrece la democracia, la cual por muy insuficiente que sea, es infinitamente superior a una dictadura o peor aún, a la guerra. 

Entonces, ante la evidencia de una estrategia fracasada lanzan contra Venezuela todo el peso de la fuerza que no tienen en el país. Pretenden que las fuerzas armadas de Estados Unidos o los paramilitares colombianos hagan lo que ellos no son capaces, es decir su propuesta es que sean extranjeros los a través de la guerra vengan a “solucionar” lo que según ellos, los venezolanos no podemos. 

A partir de ahí, se desatan las paradojas y aparece en su más descarnada expresión el absurdo de una realidad fuera de toda lógica racional, la mentira mutada en verdad supuesta por el influjo de los consorcios mediáticos internacionales, que han transformado la comunicación en mercancía que se rige por la ley de la oferta en la que la noticia no es más que un producto a vender, sin importar la veracidad de lo que afirma. Así, se imponen los absurdos. 

Se quiere imponer por ejemplo, el modelo de democracia liderada por Estados Unidos, donde hay un presidente que ganó las elecciones a pesar de sacar menos votos que su contrincante y una directora de la CIA que reivindica la tortura como método. Se quiere imponer la democracia electoral de fotocopias de Colombia, mientras se reniega de uno de los sistemas electorales más modernos y más seguros del planeta. Se pretende sublimar las elecciones mexicanas, un país donde han sido asesinados casi 100 candidatos en el año que transcurre. Quieren mostrar el ejemplo de Chile, una democracia delictual, donde la mayoría de los parlamentarios fueron elegidos con dineros ilegales, muchos de ellos financiados por el yerno del dictador, al mismo tiempo que el propio presidente es un estafador y ladrón, protegido por Pinochet y la CIA. Con la excusa de la lucha contra la corrupción, hicieron una reunión en Lima para atacar a Venezuela, en la que el presidente organizador ni siquiera pudo participar, sacado del poder precisamente por corrupto. Desean que la OEA sirva como fiel de la balanza después que esta organización, avaló el golpe de Estado en Brasil y los portentosos fraudes en las elecciones presidenciales de Honduras y Paraguay. 

¿Puede alguien, en su sano juicio y actuando a conciencia, suponer que la solución puede venir desde el exterior? El arreglo de los problemas de Venezuela tiene que venir de adentro y de los venezolanos, no de invasores que traigan destrucción y muerte. Por eso hay que votar, en esta ocasión, además de elegir la máxima autoridad del país, se trata de impedir la guerra. 

El ejemplo de Siria está presente: más de 500 mil muertos, un millón y medio de heridos, cinco millones de refugiados, entre 6 y 8 millones de desplazados internos, 50% de la infraestructura del país destruida con costo total para el país que supera 200 mil millones de dólares en siete años ¿acaso eso es solución? ¿Es eso lo que se quiere para imponer una democracia que emerja de la boca de los fusiles imperiales? Para los que crean que no es posible que ocurra algo similar, deben saber que los paramilitares colombianos son iguales o peores que Al Qaeda y el Estado Islámico, y que tienen en común su alianza y asociación con Estados Unidos. 

Que cada quien saque sus cuentas y determine si no es mejor votar y buscar soluciones pacíficas, negociadas y consensuadas entre los venezolanos a fin de salir de la crisis.

martes, 15 de mayo de 2018

Entrevista para la cadena radial Sputnik Mundo "Tensión entre Iran e Israel"



Mayo 12 de 2018

"Es una región en constante ebullición, donde además están 8 de los 10 países mayores compradores de armas del mundo, según un informe que acaba de entregar el SIPRI, el centro de investigaciones de Suecia. Por tanto, hay un constante incremento del armamentismo que no augura una solución de los problemas sino una vía de complicación", sostuvo el analista.

https://mundo.sputniknews.com/radio_gps_internacional/201805121078635783-managua-protestas-desestabilizacion/

sábado, 12 de mayo de 2018

Venezuela: un buen botín para Santos y su gobierno


El desarrollo de los hechos va develando la trama, lo más relevante es que se está sabiendo a través de las declaraciones de los propios actores, los que por impericia, estupidez o arrogancia van dando a conocer piezas del rompecabezas que es necesario ir armando. 

El Plan Colombia por un lado, así como las gigantescas ganancias producidas por el narcotráfico por otro, han mostrado una economía colombiana ficticia, que solo tenía cierto respiro por estos dos factores, que no podían ser contabilizados formalmente como parte del “esfuerzo nacional a favor del desarrollo y el progreso”. Hay que recordar que la década de los 80 del siglo pasado, considerada como “perdida” para América Latina por los economistas y las organizaciones internacionales, tuvo crecimiento negativo para todos los países de la región, menos para Panamá, que tuvo crecimiento cero, Cuba: un 3%, todavía integrando el Consejo de Ayuda Mutua económica (CAME) conformado por los países socialistas y…Colombia, que creció 9%, algo solo explicable, -según los economistas- por la gigantesca reinversión en el país de los recursos de la industria del narcotráfico. 

La última década del siglo pasado introdujo el Plan Colombia en la realidad del país, como instrumento ilegal que violaba el artículo 341 de la Constitución Nacional, al crear un documento paralelo al Plan Nacional de Desarrollo, el cual según establece la Carta Magna debe ser elaborado por diferentes instancias gubernamentales para ser sometido a la aprobación del Consejo Nacional de Planeación. Así, al margen de la ley, y cediendo soberanía, (toda vez que como contraprestación, Colombia debió aceptar la presencia de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en su territorio sin autorización del Congreso) la oligarquía colombiana se entregó al festín que significaba recibir miles de millones de dólares de Estados Unidos, la “ayuda” más alta de este país a otro del hemisferio occidental y una de las de mayor cuantía en el mundo. La realidad era que si Estados Unidos hubiera querido “apoyar” a Colombia, hubiera suprimido su política proteccionista que impedía o dificultaba la exportación de productos colombianos en un monto muy superior a los recursos aportados por el Plan Colombia. Todo esto se producía durante los primeros años del gobierno del presidente Chávez en Venezuela, cuando Andrés Pastrana lo era en Colombia. Había comenzado la época del parasitismo estructural de la economía colombiana que inició con la gigantesca inyección de recursos del narcotráfico. 

El Plan Colombia transformó al país y en especial a las fuerzas armadas en devotos de los recursos, pero estos debían mostrar eficacia en su uso para que el Congreso de Estados Unidos continuara avalando el alud de capitales que comenzó a llegar y a modular el comportamiento de los receptores. Así, bajo inspiración de Álvaro Uribe presidente y Juan Manuel Santos, ministro de defensa, se diseñó la política de los “falsos positivos” que significaba ponerle precio a la eficiencia bélica de las fuerzas armadas, cuantificada con los muertos que se anunciaba como “guerrilleros dados de baja”, sólo que se descubrió que tales combatientes insurgentes no lo eran, y que el parasitismo financiero crónico condujo al asesinato de decenas de personas, solo por el afán de obtener más recursos, poniendo en evidencia un acto de violación masiva y continuada de derechos humanos solo permitida porque contaba con el aval de Washington. 

La reducción de los caudales internacionales para una guerra contra el narcotráfico que acorde a la decisión de Estados Unidos no se libra ni por un minuto en su territorio sino en los campos de los países productores, que además de ser criminalmente regados con el glifosato asesino de plantas, animales y el envenenamiento de las aguas que alteran la vida de campesinos que solo obtienen el 0,4% del valor final del producto transformado en droga, significó una alteración profunda en los mecanismos criminales del Estado productor. Las negociaciones de paz entre las Farc y el gobierno colombiano significaron una caída en el ingreso de las fuerzas armadas que recibieron otro golpe cuando el tribunal de La Haya falló a favor de Nicaragua en la delimitación de áreas marinas, y con ello, la ruta más importante de transporte de la droga disminuyó ostensiblemente su funcionamiento, siendo esta vez la marina colombiana, la que recibió el golpe. La economía se estremecía, la caída en el gasto social fue brutal: pagaron los maestros, los miles de niños wayúu de la Guajira muertos por inanición, los campesinos que vieron disminuidos sus ingresos, los pobres de la ciudad y el campo que han visto extenderse la pobreza extrema en las zonas urbanas y rurales hasta superar el 20%, las clases medias y populares que se han hecho más pobres, todo lo cual ha sido falsamente burlado con demagogia y con el apoyo de las noticias falsas emanadas de los medios de comunicación como Caracol, RCN, el Tiempo y el Espectador, máximos exponentes de la desinformación planificada desde el poder. 

Cuando parecía que no había argumentos para explicar la crisis y el incremento de la pobreza a partir de 2008 en momentos de una plena expansión económica que no significó mayor equidad, el tema de Venezuela vino en auxilio de la atribulada oligarquía colombiana, que imitando a su amo del norte comenzó a tratar de superar por vía externa, la profunda inmundicia que había creado al interior del país. Primero fue Uribe, quien en los estertores de su mandato, se inventó unos inexistentes campamentos guerrilleros en territorio venezolano, amenazando con una invasión para venir a combatirlos. Sólo la firmeza del Comandante Chávez y la fortaleza de la unidad cívico-militar en Venezuela impidieron esta locura. Las relaciones fueron interrumpidas y el comercio bilateral seriamente afectado, creando gigantescas pérdidas al sector productivo y exportador de Colombia con un consiguiente desempleo y caída en los ingresos que la oligarquía no podía sostener. Por eso desestimaron un posible nuevo período de Uribe y rechazaron a Arias quien era el sucesor designado. Eligieron a Santos con la misión de recuperar las relaciones con Venezuela y con Ecuador país que también había roto sus relaciones tras ser invadido por las fuerzas armadas colombianas. 

La guerra comenzó a dejar de ser un buen negocio, por eso se le dio el mandato a Santos para que negociara la paz, había que aprovechar las condiciones que emanaban de los TLC firmados con Estados Unidos y otros países para incrementar ganancias, pero antes se debía modernizar el aparato productivo y la infraestructura, sobre todo la de transporte que impedían ampliar el comercio y las exportaciones. Desde el primer momento, Venezuela apoyó las negociaciones de paz, no sólo eso: las incitó, las promovió, las estimuló, sin embargo, a cambio solo recibió el desprecio de las élites neogranadinas, todavía sedientas de poder, ganancia y sangre. 

Por ello su ensañamiento con Venezuela, sobre todo el de Santos que al igual que Obama han dedicado su Premio Nobel de la Paz a desarrollar la guerra, como si ese fuera el sino de ese premio innoble. Y en esa lógica, el actual gobierno colombiano encontró una nueva forma de auto financiamiento: recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI), pero no para pedir un crédito para su país como lo acaba de hacer Mauricio Macri, sino para “rescatar a Venezuela”. Sin que nadie se lo pidiera, el ministro de Hacienda de Colombia, Mauricio Cárdenas aseveró que este “plan de rescate” está pensado “para los venezolanos (ya que) el día que Venezuela adopte las medidas económicas correctas va a requerir una financiación adicional para poner la casa en orden, y que la economía vuelva a funcionar”, porque “Nadie sabe cuándo va a darse un cambio de gobierno en Venezuela pero tenemos que estar preparados para eso”. 

Si nadie sabe cuándo va a haber un cambio de gobierno en Venezuela, uno podría preguntarse entonces ¿para qué está pidiendo esa enorme cantidad de recursos?, sobre todo cuando estamos hablando de un gobierno que se va en menos de tres meses, ¿será que necesitan dinero para la campaña electoral? O ¿para pagarles a los maestros y campesinos burlados en negociaciones en las que el gobierno nunca cumple? O simplemente ¿para retirarse con un dinerillo en el bolsillo? El talante parasitario y corrupto de la élite colombiano da para pensar cualquier cosa, sobre todo cuando sus representantes se han dedicado a vociferar respecto de los 4 millones de venezolanos que han huido del país, la mitad de los cuales se habrían establecido en Colombia, para lo cual también han visitado Estados Unidos y los organismos internacionales pidiendo recursos desesperadamente, dando lástima y transmitiendo dolor, Cárdenas afirmó que “Hasta ahora Colombia lo ha hecho con sus propios recursos y presupuestos, pero ya empieza a haber problemas fiscales, porque estamos hablando de números muy grandes, que requieren servicios de salud, educación, asistencia para su alimentación”. Es válido entonces, preguntarse qué haría el gobierno colombiano si tuviera que preocuparse y atender a los 5 millones y medio de conciudadanos que viven en Venezuela y que contrario a lo que se dice siguen llegando desplazados por las persecuciones, las masacres y el despojo de tierras a los que son sometidos por los paramilitares bajo abrigo y protección de los organismos de seguridad y las fuerzas armadas, mientras el gobierno de ese país se hace de la vista gorda ante tales desmanes. 

En todo caso, el FMI que –como se sabe- es una institución conducida en los últimos años por directores gerentes corruptos (Rodrigo Rato, Dominique Stauss-Kahn y Christine Lagarde), todos investigados por la justicia y, manejado por Estados Unidos que tiene acciones suficientes para vetar cualquier decisión, vive de hacer negocios a la segura con países en dificultades severas, aplicando sus recetas de hambre y miseria, pero no corre riesgos para satisfacer intereses privados, así sea de grupos poderosos de la oligarquía de algún país. Por eso, El director del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), Alejandro Werner se apresuró a responderle al ministro de Hacienda de Colombia, diciendo que era muy prematuro “hablar de cifras y planes” para Venezuela. 

Por otra parte, la falsedad de los números manejados por el gobierno colombiano para justificar su demanda de recursos fueron puestos en evidencia y desmentidos por funcionarios del propio Estado: Felipe Muñoz gerente para la frontera con Venezuela y Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres de Colombia evidenciaron que el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia arrojó que en el país hay 203.989 venezolanos, no dos, ni tres, ni cuatro millones como estos delincuentes han dicho en su afán de esquilmar a las organizaciones financieras internacionales. 

Como siempre, el objetivo real que se busca se termina sabiendo, en Hungría, el presidente colombiano donde al parecer viajó a “vender” a Venezuela a empresarios europeos, afirmó que "Con el cambio de régimen —que se va a dar y que se va a dar muy pronto—, la economía venezolana con un poco de buen Gobierno va a dispararse rápidamente y la oportunidad para Colombia es enorme". En pocas palabras, se trata de ayudar a Estados Unidos a reventar la economía venezolana, para instalar un gobierno que le dé mejores oportunidades a la oligarquía colombiana de hacerse cargo del país a fin de exprimir al pueblo de Venezuela como lo hace con el propio. El mismo Santos explicó que Venezuela es “el país más rico en América Latina”. Visto desde su perspectiva aviesa y corrupta debe estar pensando que “Venezuela es un buen botín” por eso, dijo -el artífice de la invasión a Sucumbíos en Ecuador- que si él tuviera que apostar, “le apostaría a Venezuela a futuro”. Sólo un hampón mafioso puede ser tan descarado. 

Sergio Rodríguez Gelfenstein 
11 de abril de 2018. 

domingo, 6 de mayo de 2018

América Latina: una regresión de cien años


La regresión conservadora que está viviendo el mundo en términos políticos, en particular en América Latina significa el mayor retroceso de la historia de nuestro continente. Hay quienes han dicho que el período que se está viviendo retrotrae a la región a lo peor de las dictaduras militares neoliberales de seguridad nacional de los años 70 y 80 del siglo pasado, sin embargo, desde mi opinión, la marcha atrás es mucho mayor aún, creo que volvimos a comienzos del siglo XX cuando durante las presidencias en Estados Unidos de Teodoro Roosevelt (1901-1909) y William Howard Taft (1909-1913) se implementaron las políticas del “gran garrote” y la “diplomacia del dólar”, caracterizadas por un proceso de creciente intervención militar y económica de la potencia norteamericana en América Latina y sobre todo en el Caribe. 

Roosevelt era firme partidario de la idea de que los más fuertes estaban destinados a ejercer su dominio sobre los más débiles en un mundo caracterizado por el antagonismo y la necesidad de la sobrevivencia. Así mismo, en el ámbito interno, en medio de una sostenida evolución –que había iniciado en 1898- hacia su transformación en potencia imperialista, Roosevelt promovió una economía sostenida por la competencia capitalista sin intervenciones externas en lo que sería una versión anticipada de la actual “America first”. De hecho quien utilizó por primera vez este término fue el presidente Woodrow Wilson en 1916, por lo cual visto desde esta perspectiva, se puede afirmar que con Trump, el mundo ha retrocedido 100 años. 

Roosevelt afirmó y practicó una política exterior basada en la idea de que la estructura internacional responde a relaciones de fuerza, no a la aplicación del derecho internacional, en ese contexto, entendía que la diplomacia solo se ponía en efecto, si las medidas tomadas podían tener su respaldo en la fuerza. Eran tiempos en que no existía la Organización de Naciones Unidas (ONU) y ni siquiera la Sociedad de Naciones (SN), pero Trump, que evidentemente es un imitador de Roosevelt, está replicando esa política, incluso pasando a llevar la precaria estructura internacional que el mundo se ha dado. Como se ha encargado de afirmar en repetidas ocasiones, su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, Estados Unidos no necesita aprobación de la ONU para realizar sus acciones intervencionistas y agresivas en todo el mundo. 

En tal ámbito, Roosevelt enunció el corolario a la Doctrina Monroe que lleva su nombre: “La delincuencia crónica (de algunos países latinoamericanos) puede (…) hacer necesaria la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la Doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos (…) a ejercer un poder de policía internacional”. Al afirmar esto, Roosevelt dejaba entender tácitamente que los países de nuestra región eran incivilizados. En los mismos términos, pero con similar lógica, Trump nos ha caracterizado como “negros de mierda”. 

Por su parte, el sucesor de Roosevelt, William H. Taft agregó otro corolario a la Doctrina Monroe en el que se establecía que además de la ocupación territorial de alguna zona del continente, también la influencia económica por parte de una potencia extra continentales serían causales de una violación de esa doctrina, por lo que en su época aplicó sanciones y presiones militares de forma sistemática a países de la región que implementaron relaciones económicas con Europa y Japón. Es más o menos lo mismo que expuso el ex secretario de Estado Rex Tillerson al referirse a Rusia y China en el contexto actual. De esta manera, se puede afirmar que las políticas aplicadas por Trump no tienen nada de originales y que las mismas responden a la esencia del actuar imperialista de Estados Unidos a través de la historia. 

Unas décadas después, al finalizar la segunda guerra mundial, en Estados Unidos se desató una histeria anti comunista que tuvo su epicentro en las actividades del senador Joseph McCarthy, iniciando una etapa de “cacería de brujas” que caracterizó todo ese período en el cual incluso se realizaron acciones claramente violatorias de la Constitución de Estados Unidos. El mundo, y en especial América Latina se impregnaron de esta política que condujo a la entronización de regímemes de ultra derecha con el apoyo de Estados Unidos. El gobierno reformista de Arbenz en Guatemala (acusado de comunista) fue derrocado con la participación directa de la representación de Washington en el país, así mismo fueron también derrocados Getulio Vargas (1954) en Brasil y al año siguiente Juan Domingo Perón en Argentina, dos gobiernos bastante lejanos de las ideas comunistas, pero que representaron sentimientos nacionalistas, populares y un grado superior de justicia social. Cualquier semejanza con la actualidad de esos países, no es mera coincidencia. 

A esa época se remonta el odio profundo que sembró Estados Unidos en las sociedades latinoamericanas, el mismo que ha resurgido con fuerza en la actualidad: la persecución, la apología al delito, las prácticas neofascistas, el asesinato de dirigentes sociales y políticos, la injusticia y la impunidad han renacido con mayor fuerza de la mano del gobierno supremacista y racista de la nación del norte, lo cual está permeando nuestras sociedades que, -como se dijo anteriormente- han retrocedido una centuria bajo el alero de las oligarquías conservadoras que hacen todos los esfuerzos posibles para detener la historia. 

Bajo el influjo de Trump y su discurso supremacista, desde su llegada al gobierno, el número de los denominados “grupos de odio” ascendió a 954 en el año 2017, lo cual representa un aumento del 4 % con respecto al 2016 según la Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés), institución dedicada al seguimiento de las agrupaciones extremistas en Estados Unidos, citado por la periodista cubana Dalia González Delgado. Entre los grupos que operan activamente se incluyen, por ejemplo, neonazis, KuKluxKlan, antiinmigrantes, anti musulmanes, anti lgbtiq, nacionalistas blancos, neo confederados, cabezas rapadas y nacionalistas negros. El número de grupos neonazis creció de 99 a 121, los grupos anti-musulmanes de 101 a 114 y los antiinmigrantes de 14 a 22 en ese período. 

Después que siete jóvenes fueron quemados vivos el año pasado en las protestas contra el gobierno en Venezuela, lo cual fue bendecido y celebrado por grupos de extrema de derecha y por organismos internacionales como la OEA, el discurso de odio se ha ido consolidando como opción política en la región. 

En Brasil, Jair Bolsonaro un exmilitar que abandera un discurso en defensa de la venta libre de armas, la tortura de delincuentes y las ejecuciones extrajudiciales por parte de la policía, ha ido cobrando fuerza hasta ocupar el segundo lugar en las encuestas tras el ex presidente Lula. Incluso el diario de derecha “El País” de Madrid, gran promotor del discurso de odio en España y el mundo se vio obligado a reseñar que la colección de frases estridentes de Bolsonaro es interminable: “´los gais son producto del consumo de drogas`, ´el error de la dictadura fue torturar y no matar`, ´los policías que no matan no son policías` o ´las mujeres deben ganar menos porque se quedan embarazadas`”. Refiriéndose a las comunidades negras dijo que “No sirven ni para procrear”. Bolsonaro ha ido sembrando con éxito el discurso radical de odio en el país con la mayor concentración de católicos del mundo. 

De otra parte, en Chile, el diputado pinochetista Ignacio Urrutia, miembro de la bancada de la alianza que apoya al presidente Sebastián Piñera calificó como terroristas a las víctimas de la dictadura de su mentor durante la discusión de un proyecto de reparación económica para los familiares de estas personas, el que fue retirado por la administración Piñera, a fin de eludir el reconocimiento a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura. Hace unos años, este mismo diputado defendió al sacerdote irlandés miembro del Opus Dei John O´reilly, condenado en Chile por abuso sexual a menores, y se opuso a la revocación de su nacionalidad chilena porque dijo que “lo conocía y por ende sabía que era inocente”. 

Por su parte, en Argentina el gobierno de Mauricio Macri ha desatado una retórica de resentimiento como instrumento principal de propaganda política, lo cual según el periodista argentino Roberto Navarro “está generando un clima de odio que no se vivía desde 1955”. Para esto ha puesto en funcionamiento una instrumentación de los medios de comunicación que bajo la conducción del asesor presidencial Jaime Durán Barba, un moderno Goebbels latinoamericano, ha desatado una brutal persecución contra migrantes, pobres, indígenas y mujeres, apoyado en un discurso neofascista en el país de origen del Papa Francisco quien evidentemente ha fracasado en controlar estas manifestaciones en contra de uno de los ejes fundamentales de la doctrina católica. 

Aunque no necesariamente todo esto sea una responsabilidad directa de Francisco, es evidente que las fuerzas de oposición a las que el Papa tuvo que recurrir para mantener los equilibrios de poder dentro de la curia vaticana están jugando en contra del Pontífice, mientras asumen una posición más protagónica en la política contingente sobre todo en los países latinoamericanos, “amenazados” por el crecimiento acelerado de las corrientes evangélicas con quienes la elite católica mundial compite en cuanto a espíritu conservador, retardatario y reaccionario en temas como la igualdad de las mujeres, el aborto, la diversidad sexual y otros. Todo lo cual alimenta el discurso de odio y encono entre ciudadanos. 

La prueba más reciente de este fenómeno se manifestó en las últimas manifestaciones en Nicaragua, país en el que ante la ausencia de conducción política de las acciones antigubernamentales, ese papel lo asumió la iglesia católica y en particular el Obispo Auxiliar de Managua, Silvio Báez, formado en el Vaticano y en Israel. Engañando impunemente a los nicaragüenses y a la opinión pública internacional, diciendo que convocaban a una manifestación a favor de la paz y la reconciliación, Báez simultáneamente, no tuvo empacho en anunciar en su twitter que “Nicaragua se vuelca en una gigantesca marcha contra Ortega”. Este obispo, quien fue nombrado en su cargo por Benedicto XVI y que responde a las fuerzas más oscuras del Vaticano que dirige el Secretario de Estado Pietro Parolin, es hoy el principal dirigente político de la oposición nicaragüense. 

Como se puede observar hay diversos factores que están incidiendo en la regresión política de América Latina, no sólo es la llegada de Trump a la administración de Estados Unidos, también hay elementos de carácter geopolítico como la pérdida de influencia de Estados Unidos y su necesidad de imponerse por cualquier método, cuando las formas tradicionales de la democracia representativa comienzan a “hacer aguas”, así mismo los componentes ideológicos están interviniendo: tal vez el más importante de ellos sea la brutal confrontación entre las religiones cristianas por la hegemonía religiosa y cultural de una región tradicionalmente católica, pero en la que la iglesia de Roma evidentemente está perdiendo fuerzas en la atracción por vía de la fe y pareciera que ha comenzado a pensar que la puede conseguir a través de la política. Lo que sí es cierto, es que el oscurantismo, la persecución y la represión han vuelto a campear en la región como no se había visto en los últimos cien años. 

jueves, 3 de mayo de 2018

Un sistema multilateral anquilosado, retrógrado y corrupto.


El sistema multilateral actual es producto de la correlación de fuerzas internacional que surgió tras la segunda guerra mundial. El problema es, que después de eso, hubo otro conflicto (la guerra fría) y el planeta no hizo modificaciones acorde la nueva situación creada, por tanto, aunque se vive en un mundo distinto, se conserva la estructura de la guerra fría. Esto genera indudables contradicciones toda vez que en el hemisferio occidental la supremacía de Estados Unidos es absoluta y los organismos multilaterales solo sirven para administrar esa hegemonía 

Hace unos días, esto se puso a prueba simultáneamente en ambos niveles: el regional y el planetario cuando la noche del viernes 13 de abril se realizaron casi simultáneamente dos eventos de suma trascendencia para el sistema internacional: la inauguración de la Cumbre de las Américas en Lima y el bombardeo de tres miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a Siria. Aunque en la práctica son dos acontecimientos de relevancia distinta por las implicaciones inmediatas que cada uno tuvo, considerando que en Siria se puso en riesgo la vida de decenas de miles de ciudadanos, en los hechos, ambas acciones respondían a la misma lógica: agredir a dos países que no se han mostrado de acuerdo con subordinarse y humillarse ante el amo imperial, o dicho en otras palabras, Siria y Venezuela, no han mostrado el comportamiento de Arabia Saudita y Colombia o México, países en los que Estados Unidos se ha acostumbrado a dar órdenes. Vale decir, que aunque se utilizaron instrumentos distintos, el objetivo fue el mismo: afectar la independencia y la soberanía de dos países ubicados en lugares estratégicos, con gigantescos potenciales energéticos y que han establecido alianzas que no son del agrado de Washington. Las acciones realizadas son violatorias del derecho internacional y de las cartas constitutivas de la ONU y la OEA, que teóricamente fueron creadas para garantizar la paz y que por el contrario, se han transformado en instrumentos para la guerra. Incluso, cuando en algunos de ellos, –por alguna razón- no se aceptan sus designios son pasados por alto, violentados en su institucionalización y vulnerados sus principios. 

La consecuencia más importante tras los dos incidentes del 13 de abril es que la estructura del sistema internacional quedó severamente dañada y su credibilidad por el suelo: el sistema multilateral ha recibido una estocada de la que le costará mucho reponerse en términos prácticos, más allá de que su burocracia seguirá funcionando como siempre, es decir sin importarle mucho si lo que hacen es efectivo o no. Esto también es posible porque el secretario general de la ONU es un funcionario de un país de la OTAN, lo cual no le permite objetividad ni imparcialidad en sus análisis y decisiones. Más encima, en días recientes el periódico londinense The Guardian destapó un gigantesco escándalo al dar a conocer que el fondo de pensiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estaría siendo invertido en compañías con un historial de prácticas dudosas, como Shell, los bancos HSBC y Barclays y la transnacional farmacéutica GlaxoSmithKline, entre otras, lo cual violenta sus propios principios. 

En el caso de la Cumbre de Lima, las noticias más importantes que inundaron los medios de difusión masivo y las trasnacionales de la información fueron la inasistencia del presidente de Estados Unidos y posteriormente, las menguadas horas que permaneció el vicepresidente en Perú, más entretenidos (ambos) en sus juegos de guerra en Siria, que en otra cosa. A Pence, solo le alcanzó el tiempo para reunirse con la contrarrevolución cubana, la ultra derecha venezolana, además de aprovechar de dar un nuevo sacudón al desvergonzado presidente mexicano. 

Vale decir que en la reunión con los venezolanos, la diplomacia estadounidense ni siquiera se tomó la molestia de poner la bandera de la contraparte, pareció la reunión de un jefe con sus subordinados, todos del mismo país, el resultado es que a cada uno de ellos el vicepresidente de la mayor potencia del mundo les dio 4 dólares como ayuda humanitaria para los emigrados venezolanos, si nos atenemos a los 16 millones de dólares que entregó Pence para los 4 millones de personas que según Estados Unidos han abandonado Venezuela. Visto desde otra perspectiva, los dirigentes de la ultra derecha venezolana, recibieron el equivalente al costo de 11 misiles crucero de los 103 que esa misma noche Trump lanzó contra Siria. 

Volviendo a Lima, habría que decir que casi todas estas reuniones —que agrupan a los mandatarios de todo el continente y que tienen precedentes históricos desde 1889— han sido de un plegamiento absoluto de América Latina a Estados Unidos y se inscriben en la visión que tiene Washington sobre su derecho al control sobre la región en sintonía con la doctrina Monroe, de manera que no estamos ante nada novedoso. Esta es la primera ausencia de un presidente estadounidense a esta nueva modalidad de reuniones, con asistencia de los jefes de Estado o gobierno, lo cual demuestra, que para Trump la Cumbre de las Américas no tiene ningún tipo de significación. 

Pero además de eso, es menester decir que la diplomacia de cumbres es cada vez más anacrónica. Sobre todo en los tiempos modernos, tal como la gente se puede comunicar con extrema facilidad, los presidentes pueden estar en contacto permanentemente, a través de los medios tecnológicos. 

En este sentido, la reunión presencial tiene apenas un carácter simbólico. La no invitación al presidente de Venezuela, deja entrever que con la Cumbre de las Américas se buscaba dar continuidad al plan de agresión contra Venezuela. Al tomar tal decisión, el Grupo de Lima —conformado por Perú, Argentina, Paraguay, Brasil, Chile, Colombia, Canadá, México, Honduras, Costa Rica, Guatemala, Panamá, Guyana y Santa Lucía— se demuestra como una instancia multilateral, solo comparada con la OTAN, en el sentido de que se crea para destruir a un país, cuando este tipo de organizaciones suelen fundarse para la cooperación, la ayuda mutua y la solidaridad. 

Por eso, se debe afirmar que sin duda alguna, esta cumbre no tuvo ninguna importancia, y no pasó más allá de la retórica tradicional sin contenido que se repite en todas las reuniones de este tipo. En momentos en que hubo una correlación de fuerzas distinta en la región, en el año 2005 en Mar del Plata, Estados Unidos sufrió una derrota contundente al impedírsele construir un área de libre comercio de las Américas, pero fue un hecho único e irrepetible en el contexto actual. De ahí la importancia que tiene para América Latina y el Caribe la construcción de sus propios espacios de diálogo y concertación, alejado de los tutelajes y las asimetrías. África y Asia pueden mostrar resultados relevantes en este ámbito. La eficacia de mecanismos multilaterales propios, alejados de toda hegemonía ha dado pruebas fehacientes de efectividad en todo el planeta, incluso cuando ellos estás conformados por países con diferentes sistemas políticos y diversas ideologías. 

En este sentido, el único lugar del mundo donde la acción divisionista y centrífuga de Estados Unidos ha tenido éxito ha sido en América Latina y el Caribe, donde las élites políticas oligárquicas no tienen sentido nacional y muestran una leal y perruna subordinación imperial. En los últimos años, se ha llevado a cabo un proceso de entronización de gobiernos de derecha y ultraderecha, corruptos, que se subordinan y se humillan ante Estados Unidos y que han hecho irrelevantes las organizaciones multilaterales organizados bajo hegemonía de alguna potencia. 

Todo esto se enmarca en un contexto político de crisis del capitalismo y del sistema de democracia representativa. Este último, basado en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que propugnó la revolución francesa, para oponerse al feudalismo retrógrado y dar a los ciudadanos mejores condiciones de vida, ha llegado a un tope y no puede seguir expandiéndose. Lo que en la Europa de finales del siglo XVIII era revolucionario como la “división de poderes”, la democracia como “gobierno de la mayoría”, la “alternancia de los partidos en el gobierno”, la afirmación de que la “soberanía reside en el pueblo”, hoy no son más que entelequias que no tienen ningún valor, porque por ejemplo, los sistemas judiciales están al servicio de los poderosos y las leyes son burladas y pisoteadas cuando las decisiones afectan a los verdaderos dueños del poder. No ha sido la izquierda, sino la derecha, la que ha violentado la democracia haciéndola inoperante y profundamente inequitativa e injusta. 

Ejemplo de todo esto son los flagrantes fraudes electorales en Honduras y Paraguay, avalados por estos organismos multilaterales siguiendo la pauta trazada por Estados Unidos, la detención del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, que claramente ha sido un juicio político, en el que no se han presentado pruebas que lo inculpen. También, la detención en Colombia de Jesús Santrich, negociador de las FARC, por presuntos cargos de narcotráfico, una medida tomada violando los propios acuerdos de paz, solo por cumplir una orden de la DEA, que es el mayor cartel de la droga del mundo, al mismo tiempo en Colombia cientos de líderes sociales son asesinados por narcotraficantes, y paramilitares, mientras que el gobierno no hace absolutamente nada por impedirlo. En el caso de la situación de Brasil, el Secretario General de la OEA, llegó a decir que ahí había “un crecimiento del sistema democrático” avalando con ello todas las tropelías de un gobierno ilegal que solo cuenta con 5% de aprobación popular, lo cual tampoco importa a la elite gobernante. 

En todo este contexto, no es casual que seis gobiernos de derecha de América del Sur, hayan tomado la decisión de retirarse de Unasur, siguiendo los dictados de la Doctrina Monroe de construir solo instancias de carácter panamericano bajo égida estadounidense. En su espíritu conservador y retrógrado, las oligarquías corruptas en el poder, le tienen temor a lo nuevo, prefiriendo mantenerse bajo el alero norteamericano, rechazando la posibilidad de nuevas instancias multilaterales de carácter equitativo y transversal. Así, América Latina y el Caribe, estando desunidas, son presa fácil de la presión del norte 

Pero en Lima, no sólo se reunieron las élites, también lo hicieron los pueblos, que continuaron construyendo -a pesar de las dificultades y la invisibilización mediática- una diplomacia distinta, un espacio superior de coordinación y cooperación, que vislumbra el verdadero camino del encuentro, el hermanamiento y la solidaridad para enfrentar la voracidad imperial, articulados y acoplados.