A través de la historia (por lo menos desde el fin de la segunda guerra mundial) la impronta intervencionista de Estados Unidos tuvo a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como actor principal. Todo el entramado conspirativo que condujo a invasiones armadas, golpes de estado contra presidentes democráticos, asesinato de líderes, desestabilización de países, entrenamiento de terroristas y oficiales de otras naciones, la aplicación de interrogatorios bajo tortura y la sistematización de métodos de obtención de información violando derechos humanos y todo tipo de acciones ilegales tenían como eje, operaciones encubiertas y de inteligencia de ese servicio fundado en 1947.
La secretividad y el ocultamiento de las operaciones de la CIA marcaban la pauta de la política exterior de Estados Unidos en conflicto permanente con el Departamento de Estado y la Consejería de Seguridad Nacional, en el protagonismo por atribuirse logros en el cumplimiento de los objetivos internacionales imperiales de su país.
Caso paradigmático en este sentido fue el accionar de Estados Unidos contra Chile durante el gobierno del presidente Salvador Allende. En primer lugar, el presidente Nixon intentó impedir por todos los medios que Allende fuera ratificado por el Congreso como lo establecía la ley chilena de la época. Para ello recurrieron incluso al expediente de asesinar al Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, un militar constitucionalista.