Al contrario de lo que podría suponerse y lo que nos han enseñado, la historia no es una suma de fechas, de líderes y lugares. Esos hitos son solo instrumentos metodológicos usados por los académicos para ordenar su estudio. La historia es continua y permanente. Es verdad que nos reunimos para conmemorar aquellas fechas que señalan jalones en el devenir de la construcción de las sociedades y los Estados. Pero si creyéramos que son solo algunos héroes los que deben ocupar un lugar en la historia, estaríamos negando el papel protagónico de los pueblos como principales hacedores de esta.
Nunca en los últimos 200 años,
los pueblos han dejado de luchar, nunca en 200 años el pueblo boliviano ha
dejado de luchar y si nos reunimos hoy aquí es porque queremos rendir merecido
homenaje al pueblo boliviano en su larga lucha por la independencia y la
libertad cuando se cumplen 200 años de creada la república. Especial realce
tiene para nosotros, venezolanos y venezolanas esta efeméride, sabiendo que los
dos más grandes hombres nacidos en esta tierra tuvieron un lugar privilegiado
en este hecho histórico que es motivo de orgullo y esplendor para la
venezolanidad.
El gran estadista que era,
incluso en las más difíciles condiciones de la guerra, no abandonaba sus
responsabilidades políticas y económicas y sobre todo las internacionales. Pero
ahora, imbuido de la necesidad de construir la gran nación de naciones que
había soñado, comprendió que el esfuerzo principal debía ponerse en la
diplomacia.
El 20 de diciembre, Sucre le
escribió al Libertador para informarle que iniciaría su desplazamiento al Cusco
quedando Huamanga bajo el mando del general Jacinto Lara. La idea de Sucre era
trasladarse posteriormente al Alto Perú para dirigirse a ese territorio y
tratar la situación del general rebelde español Olañeta, ojalá a través de la
negociación. Le solicita al Libertador órdenes precisas y claras sobre cómo
actuar en esa región.
Sucre le dice que a fin de mes
estará en Cusco y en dos meses en La Paz. Antes, el 7 de diciembre de 1824,
sabiendo que se acercaba el combate decisivo para la independencia de América
del Sur y casi en la víspera que este se produjera, desde Lima, Bolívar emitió
una circular dirigida desde la más alta magistratura del Perú a los jefes de
gobiernos de las repúblicas americanas antes españolas (Colombia, México, Río
de la Plata, Chile y Guatemala) convocándolos al magno evento continental.
Sucre por su parte, desde Cusco,
donde había llegado el 24 de diciembre, siguió hasta el río Desaguadero que
marca el límite con el Alto Perú. Buscó a Olañeta para negociar, le agradeció
la ayuda prestada al Perú en su campaña de liberación y el 11 de enero de 1825,
el coronel José de Mendizábal e Imaz, en nombre de los patriotas, junto al
general español, firmaron un armisticio que suspendía las hostilidades por
cuatro meses. Poco tiempo después, las tropas del último general español en el
Alto Perú comenzaron a desertar para unirse al ejército patriota. Pero Sucre,
por orden de Bolívar, no ratificó el armisticio iniciando la campaña del Alto
Perú. Las ciudades casi sin resistir fueron cayendo una a una en manos de los
republicanos. El 2 de abril, Olañeta, que todavía se negaba a la rendición,
murió en la batalla de Tumusla, marcando el fin del dominio español en la
región y sellando la independencia del Alto Perú.
Es alegórico de algunos
historiadores poner el acento en las contradicciones y diferencias, como si
ellas fueran ajenas al pensamiento y a la conducta humana. Hemos tomado nota de
ello en el extraordinario evento organizado por la Comisión Presidencial para
los Bicentenarios realizado en los dos días precedentes para conmemorar esta
efeméride. El debate sostenido durante estos días hace doscientos años entre el
Mariscal de Ayacucho y el Libertador respecto del futuro del Alto Perú recogió
esta discrepancia cuando Sucre convocó al Congreso Constituyente de Bolivia. El
excelso cumanés tuvo que tomar una decisión acorde a la situación concreta que
se le presentaba en un momento de tensiones y caos.
Pero Bolívar, que siempre tenía
una visión que rebasaba cualquier frontera, intuyó el peligro que ello
entrañaba. Ya en carta dirigida al vicepresidente Santander el 23 de febrero de
1825 señala que:
“Yo pienso irme dentro de diez o
doce días al Alto Perú a desembrollar aquel caos de intereses complicados que
exigen absolutamente mi presencia. El Alto Perú pertenece de hecho al Río de la
Plata, de hecho a España, de voluntad a la independencia de sus hijos que
quieren su Estado aparte, y de pretensión pertenece al Perú, que lo ha poseído
antes y lo quiere ahora. Hoy mismo se está tratando en el Congreso de esto y no
sé qué resolverán. Yo he hecho mi dictamen a todo el mundo, haciendo la
distribución en los mismos términos que arriba quedan indicados”.
Interesante debate que nos
retrotrae las dificultades en la elaboración, gestión y ejecución de las
responsabilidades de Estado y gobierno. ¿Qué debe primar en el momento de la
decisión? ¿el hecho? ¿la voluntad? o ¿la pretensión? He ahí una discusión abierta
que supera lo estrictamente académico o intelectual porque encara las
dificultades que entraña el proceso de toma de decisiones que cualquier
estadista debe asumir en el ejercicio de sus funciones.
Dos días antes de la misiva
enviada a Santander, el 21 de febrero, el Libertador le había escrito a Sucre
para manifestarle la razón de su descontento:
“Ni Vd., ni yo, ni el congreso
mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho
público que tenemos reconocido en América. Esta base es que los gobiernos
republicanos se fundan entre los antiguos virreinatos, capitanías generales o
presidencias…”.
A continuación hace un recorrido
por los episodios de la guerra de independencia que habían derivado en la
creación de repúblicas. Su preocupación emanaba de su visionaria perspectiva de
futuro que le permitía advertir que tras el fin de la guerra, apetitos
particulares iban a devorar la América utilizando como subterfugio fronteras no
fijadas o mal establecidas. Sin detenerse a cuestionar la justeza de límites
instituidos en los palacios imperiales de Madrid que seccionaron el territorio
de la Abya Yala para entregar premios y prebendas a los conquistadores, el
Libertador quería asegurarse que fuera la paz y no la guerra lo que orientara
el comportamiento político de las repúblicas americanas antes españolas.
De ahí su preocupación por la
decisión tomada por Sucre. Refiriéndose al decreto que citaba a las provincias
del Alto Perú a una asamblea constituyente le señala: “Según dice, Vd., piensa
convocar una asamblea de dichas provincias. Desde luego la convocación misma es
un acto de soberanía. Además llamando Vd. estas provincias a ejercer su
soberanía, las separa de hecho de las demás provincias del Río de la Plata”. El
fantasma de la secesión que angustia a Bolívar de cara al futuro hace presencia
en la intranquilidad que se le había generado.
Es evidente que el Mariscal de
Ayacucho tomó nota del error cometido. El 4 de abril, tan solo una hora después
de haber recibido la carta de Bolívar del 21 de febrero se apresura a
contestarle. Mencionando el contenido de la misiva le dice que:
“Ella me ha dado un gran
disgusto, pero no con Vd., sino conmigo mismo que soy tan simple que doy lugar
a tales sentimientos. Este disgusto es lo que Vd. me habla en cuanto a las
provincias del Alto Perú, respecto de las cuales he cometido un error tan involuntario”.
Este debate que a pesar de su
riqueza intelectual y humana no podemos reproducir en toda su extensión en este
escenario al que hoy hemos sido convocados, es expresión de la admiración y
respeto mutuo que ambos patriotas se profesaban. Es también manifestación de
las elevadas responsabilidades que se debían asumir en las condiciones del fin
de la guerra y las muchas más complicadas que introducía la razón de Estado en
las nuevas repúblicas que estaban naciendo para lo cual estos grandes hombres
no se habían podido preparar. Debemos recordarlo, Sucre solo tenía 30 años y ya
era Mariscal del ejército y debía encarar responsabilidades de Estado en los
frágiles límites de una institucionalidad que desaparecía y otra que estaba
naciendo.
“ No obstante a ello y ante la
insistencia del impetuoso Sucre, Bolívar le termina reconociendo que:
“Vd. supone que a mí me parecerá
bien la convocatoria de la asamblea cuando llegue al Alto Perú. Tiene Vd. razón
en suponerlo y diré más, que me gusta y añadiré todavía más, que a mí me
conviene sobre manera, porque me presenta un vasto campo para obrar con una
política recta y con una noble liberalidad; pero lo dicho, dicho; y con la
añadidura de que no siempre lo justo es lo conveniente, ni lo útil lo justo. Yo
no debo obrar para mí ni por mí. Por lo mismo, no se todavía lo que me tocará
hacer con ese Alto Perú, entonces yo sabré cual es mi deber, y la marcha que yo
seguiré”.
Buenos Aires y Lima manifestaron
su apoyo a la independencia del Alto Perú lo cual allanó el camino para que el
16 de mayo, el Libertador emitiera un decreto que avalaba el de Sucre de 9 de
febrero por medio del cual se convocaba a la asamblea que debía dirimir el
futuro político del territorio. En este contexto, no existía ya inconveniente
alguno para la realización de la magna cita. Bolívar ofreció su apoyo para la
redacción de la nueva Constitución.
Unos días antes del inicio de la
cita, Bolívar le dirige una carta a José Mariano Serrano, presidente de la
Asamblea Deliberante del Alto Perú en la que transmite su felicidad por el paso
dado por los alto peruanos. Le dice que:
“Bien dignos eran ciertamente los
hijos de La Plata y de La Paz de representar en el orden político y de hacer
uso de sus derechos, antes sumergidos en el abismo de una esclavitud
inmemorial. Ya que los destinos han querido que sean los altoperuanos los últimos
que en América han entrado en el dulce movimiento de la libertad, debe
consolarles la gloria de haber sido los primeros que vieron, diecisiete años
ha, el crepúsculo que dio principio al gran día de Ayacucho”.
En paralelo a estos
acontecimientos, los preparativos del Congreso en Panamá, aún antes de la
convocatoria del Libertador marchaban a toda velocidad. Ya en octubre, el
canciller colombiano Pedro Gual había girado un oficio a José María Salazar,
embajador de Colombia en Estados Unidos (con rango de enviado extraordinario y
ministro plenipotenciario). En el documento le informa que según Gaceta 143, el
tratado de unión, liga y confederación entre Colombia y México aparece
ratificado.
Asimismo, le hace saber que un
acuerdo similar se firmó con Perú y que otro con Chile está a punto de
ratificarse por el Congreso de ese país (ya Colombia lo había hecho) con la
convicción de que no debía haber ningún obstáculo para que ello ocurra. En el
caso del Río de la Plata, el gobierno había encontrado opositores por lo que
Joaquín Mosquera, embajador plenipotenciario en los países del sur del
continente, se había limitado a celebrar un tratado preliminar de amistad y
alianza defensiva que abría el camino para una posterior negociación toda vez
que Colombia también había ratificado este acuerdo.
En el extenso manuscrito, Gual
dice que cree que los intereses de Colombia y Estados Unidos son coincidentes
toda vez que ambos países rechazan a la Santa Alianza como ente colonizador
perjudicial para la paz y la seguridad. Por esta razón, insta al embajador a
que haga las gestiones pertinentes para que Estados Unidos envíe a sus
plenipotenciarios a la reunión que se estaba preparando para realizarse en
Panamá y que aún no había decidido fecha de inicio. El interés de Gual de
invitar a Estados Unidos y el oficio enviado a Salazar exhibía urgencias
sustentadas en negociaciones realizadas por Colombia y ese país, que duraron
casi un año y que exteriorizaban fuertes demandas estadounidenses para que
Colombia abriera sus mercados.
Por su parte, Gual pensaba que la
firma de dicho tratado iba a ser fundamental para Colombia porque abriría la
posibilidad al establecimiento de relaciones internacionales que conducirían a
que una cantidad cada vez mayor de países, la reconocieran como Estado
independiente y procedieran a establecer vínculos formales con ella.
Similares concesiones se estaban
haciendo con el Reino Unido, que mostrando preocupación por la posibilidad de
que las repúblicas americanas antes españolas actuaran en bloque y se acogieran
a la Doctrina Monroe, manifestó reclamaciones directas en voz del primer
ministro Canning. En esta situación, Santander, sin consultar con Bolívar,
ordenó hacer las correcciones y otorgar las concesiones que el Ministerio de
Relaciones Exteriores británico exigía. El mismo Santander se lo hace saber a
Bolívar en un reporte que le envía para informarle del asunto.
Metido de lleno en la
problemática del Perú, sabedor del acontecimiento decisivo que estaba a punto
de ocurrir en la guerra, informado de las resistencias que algunos sectores
conservadores de las repúblicas americanas estaban haciendo para impedir la unidad
necesaria, después de constatar que en Bogotá (tras su destitución como jefe
del ejército) y ahora, también conociendo los pasos que el gobierno estaba
dando sin su conocimiento y/o aprobación, Bolívar entendió que debía apresurar
la marcha que condujera a la realización de la gran Asamblea que allanara el
camino a la unidad de las repúblicas hispanoamericanas.
Sabía lo que se jugaría en Panamá
y estando imbuido del carácter trascendental de las decisiones que allí se
tomarían, hizo obstinados esfuerzos para convencer al vicepresidente Santander
de la dimensión extraordinaria que tenía este proyecto. Alejado de la sede del
gobierno, el Libertador se daba cuenta con absoluta impotencia que era
Santander quien podría mover los hilos de la convocatoria, preparación y
desarrollo del magno encuentro. De ahí que comenzara a pensar que debía tomar
una decisión inmediata que cambiara el cuadro de ambigüedad que permeaba el
ambiente en torno a este trascendental asunto. Por ello decidió enviar las
convocatorias al Congreso.
Al hacerlo, el Libertador decidió
enfrentar la oposición que se manifestaba en las nacientes repúblicas a la
realización del mismo. Las trabas provenían de la suposición de que Bolívar no
sería capaz de llevar adelante su idea y su propuesta. Las invitaciones
pusieron sobre el tapete estas y otras contradicciones que emanaban de la
pequeñez de algunos líderes y partidos que no superaban una mirada localista y
estrecha.
Aunque las invitaciones también
manifestaron la decisión y la voluntad de Bolívar de confrontar esas
corrientes, estas se agruparon y ahora manifestaron su disidencia de forma
abierta. Paradójicamente se había iniciado la lucha por la unidad de América y
junto a ella, la lucha por mantenerla dividida. Este último pensamiento era
expresión no solo de estas ideas provincianas, también de la voracidad de las
potencias que comprendían la fuerza que podría adquirir una América unida por
lo que, desde un primer momento, comenzaron a pujar para apoderarse de sus
riquezas y sus mercados. Resistir esta avalancha necesitaba de unión y
fortaleza. Estados Unidos, Gran Bretaña y en alguna medida, también Francia,
operaron para impedir que la unidad se concretara y en esa medida, desde el
inicio, comenzaron a “torpedear” la organización del Congreso en Panamá.
Por otra parte, la independencia
total iniciaba la disputa del poder entre las fuerzas políticas que desde
diversos intereses habían concurrido a la gesta emancipadora. Una vez superada
esta, se manifestaron en una u otra dirección entorpeciendo “desde adentro” la
realización del Congreso. Una vez más, unos y otros se tendrían que plantar
ante la voluntad y la persistencia del Libertador Simón Bolívar que los encaró
mientras pudo y los enfrentó hasta el último día de su vida.
Comenzamos hablando de Ayacucho y
terminamos con el Congreso de Panamá. Dieciocho meses mediaron entre un hecho
histórico y otro. Entre ellos ocurrió el nacimiento de Bolivia. Afloraban las
contradicciones. A la voluntad integracionista de Bolívar se oponía la voluntad
desintegracionista de las oligarquías que acechaban el poder.
La victoria de Ayacucho, el
nacimiento de Bolivía y su Constitución, y el Congreso de Panamá son
componentes de un hecho único que exponía el esfuerzo de guerra, la voluntad de
construir repúblicas y el anhelo integracionista impresos en la vida y la obra
del Libertador. Ubicados en Bolivia en 1825, podríamos decir pasado, presente y
futuro de la impronta de libertad e independencia que nos legara.
Mi desesperación se aumenta al
contemplar la inmensidad de vuestro premio, porque después de haber agotado los
talentos, las virtudes, el genio mismo del más grande de los héroes, todavía
sería yo indigno de merecer el nombre que habéis querido daros, iel mío!
¡Hablaré yo de gratitud, cuando ella no alcanzará jamás a expresar ni
débilmente lo que experimento por vuestra bondad que, como la de Dios, pasa
todos los límites! Sí sólo Dios tenía potestad para llamar a esa tierra Bolivia
¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad, que al recibirla
vuestro arrobo, no vio nada que fuera igual a su valor.
Hoy, 200 años después, en la casa que reúne a los representantes del pueblo venezolano, nos podríamos preguntar nuevamente ¿Qué quiere decir Bolivia? Y nuevamente le diremos al hermano pueblo boliviano que para nosotros sigue siendo “Un amor desenfrenado de libertad…”.
Blog: sergioro07.blogspot.com
Facebook: SergioRodriguezGelfenstein
No hay comentarios:
Publicar un comentario