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domingo, 6 de noviembre de 2011

La negociación es el único camino hacia la paz en Colombia.


Pocas semanas después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, consultado sobre el futuro de los miles de somocistas detenidos, el Comandante Tomas Borge quien era ministro del interior del nuevo gobierno, pronuncio una frase que paso a la historia como expresión de lo que debería ser la ética y la moral  de los vencedores “Implacables en el combate, generosos en la victoria”.

Evidentemente no se puede ni se podrá comparar nunca la moral y la ética del Comandante Borge con la de Juan Manuel Santos y sus adláteres que celebraron jubilosos y exultantes la muerte de Cano. No se trata de tener compasión, ni suponer que haya arrepentimiento cuando se ha obtenido una victoria militar. El que enarbola la lucha armada debe asumir los riesgos que ella entraña. Criticamos de estos señores que se dicen cristianos la celebración ante el cadáver del enemigo muerto. Al igual que en Colombia, los asesinatos de Saddam Hussein y Muamar  Gadafi muestran, cual es la ética y la moral de  estos “vencedores”. En cualquier caso, el domingo van a su iglesia, lavan sus culpas y asunto resuelto.

Pero no es de esto, de lo que quiero hablar. Después de la muerte de Cano, Santos ofreció como alternativas la rendición o la muerte, lo cual en pocas palabras es la continuación de la guerra, en contra de la opinión de millones de colombianos que claman por la paz y la negociación. Un vencedor -como lo es Santos en este momento-, debió haber sido “generoso en la victoria”.

Si suponemos que el 90% de los combatientes de las FARC aceptaran rendirse o son muertos en combate, el solo hecho que un 10 % continúe realizando operaciones militares basta para que no haya paz en Colombia. A diferencia de la guerra regular, los combates exitosos de las fuerzas irregulares dependen de una muy pequeña cantidad de combatientes que pueden generar desestabilización e ingobernabilidad parcial que -en mi opinión- es a lo único que las fuerzas guerrilleras colombianas pueden optar en este momento, después de 60 años de guerra, y cuando el equilibro estratégico entre las fuerzas armadas colombianas y las fuerzas militares insurgentes -que se había mantenido durante años- pareciera estarse rompiendo en favor de las primeras.

En el caso de Colombia hay historias que contar al respecto. Ni la muerte de Pablo Escobar, ni la detención y posterior extradición de los hermanos Rodríguez Orejuela, ni todo el apoyo militar y logístico de Estados Unidos han impedido que este país siga siendo el mayor productor y exportador de cocaína del mundo.

Lo que cabe es escuchar al ex presidente Samper y la ex senadora Piedad Córdoba -entre otros- que han hecho un llamado a la negociación que le evite a Colombia más muertes y más destrucción, que impida que la guerra siga siendo el negocio de una minoría, que no haya más perseguidos, asesinados, ni secuestrados, que los falsos positivos sean parte del pasado, que las organizaciones sindicales y sus dirigentes puedan desarrollar sus actividades de manera segura y que no haya más exiliados ni desplazados.

Los colombianos quieren la paz, los latinoamericanos la debemos fomentar por el bien de ese país querido y de toda nuestra región.

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