Los medios transnacionales de la comunicación han sembrado la idea de que los hutíes actúan bajo la influencia del Gobierno de Irán. Aunque ni Irán ni los hutíes han negado su pertenencia a un eje de resistencia al imperialismo, el colonialismo y el sionismo que también incorpora a fuerzas políticas del Líbano, Siria, Bahréin y de la propia Palestina, simplificar la ecuación a una relación de “subordinación” no deja de ser superficial y banal, habida cuenta del propio historial de lucha del pueblo yemení.
En Asia Occidental, la creciente agresividad de Israel y la presencia intervencionista de Estados Unidos han ido polarizando la situación política. El reciente acuerdo de Irán para dirimir diferencias con Arabia Saudí, así como otros convenimientos que han acercado a Egipto y Turquía, Catar y Arabia Saudí entre otros -después de años de distanciamiento- sumado a la propia paralización de la guerra en Yemen, apuntan al debilitamiento del polo imperialista-sionista y el fortalecimiento de la resistencia.
En este contexto, por historia y por ubicación geográfica, el papel de Yemen y del movimiento hutí es determinante. Vale decir que Ansarolá nunca ha ocultado su relación con Irán. Los une su común pertenencia a la rama chií del islam. Tanto el fundador del movimiento Ansarolá como su hermano, que lo dirige hoy, pasaron parte de su vida en Qom (Irán), formándose política e ideológicamente, al mismo tiempo que estudiaban la corriente chií, sustentada en la idea de que la sucesión legítima de Mahoma corresponde a los descendientes de su yerno Alí por oposición a los suníes que piensan que los sucesores de Mahoma debían ser los compañeros del profeta. Suní viene de “Ahl al-Sunna", que se traduce como "la gente de la tradición" y chií proviene de “Chiat Ali”, que significa "el partido de Ali”.