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domingo, 9 de octubre de 2016

El Premio Nobel de una paz que no se pudo ganar en elecciones.




La semana pasada comentamos el acto del lunes 26 de septiembre en el que se ratificó ante Colombia y el mundo el Acuerdo de Paz entre las Farc y el gobierno de ese país. Por razones editoriales debo entregar mi artículo los días viernes en la noche, de manera que ese análisis no incluía lo que habría de suceder en el plebiscito del pasado 2 de octubre y los hechos posteriores al mismo.

En el momento que entregué mi artículo para su publicación (viernes 30 de septiembre) no podría saber el resultado del plebiscito, pero a diferencia de la mayoría de los entendidos y de las benditas (malditas) encuestas, no aseguré que el Si iba a ganar por una mayoría abrumadora como se afirmaba en todos los ámbitos de la información. Como se sabe, eso no ocurrió, peor aún, ganó la opción que rechaza los Acuerdos y que en un primer momento apostó por la continuación de la guerra, pero que presionados por las masivas movilizaciones auto convocadas de la mayoría de los colombianos que quieren la paz, y también por la aplastante generalidad de la opinión pública internacional, obligó a los ahora envalentonados guerreristas a morigerar su discurso para aprovechar su triunfo en pos de lograr objetivos de política coyuntural que nada tienen que ver con la guerra y si con la próxima elección presidencial: la protección de la propiedad privada como si la misma se hubiera puesto en duda, la impunidad para los militares acusados por violación de derechos humanos y finalmente, la salvaguarda del ego de los ex presidentes Pastrana y Uribe. Para esto, fueron capaces incluso de paralizar los acuerdos que trabajosa y pacientemente se habían construido durante cuatro años.

Mi artículo de hace siete días finalizaba con la frase de una canción de Silvio Rodríguez “¿Cuánto de pesadilla quedará todavía”? Ello valió para que algunos lectores me acusarán de pesimista, sin embargo, la “cochina realidad” de la que hablaba el profesor Carlos Guerón en la Escuela de Estudios Internacionales pudo más que el optimismo desenfrenado sin asidero en el entorno de los hechos de la política. Lo cierto es que lo ocurrido a partir del domingo 2 ha sido una pesadilla para Colombia y su pueblo.

Ríos de tinta se han vertido en el análisis de los hechos que buscaban explicación de las causas del fracaso de Santos, porque ésta es una derrota de él y de nadie más que de él, por más que a priori los noruegos le hayan regalado su Premio Nobel, como también lo anuncié hace una semana, intentando explicar el discurso del Presidente, el 26 de septiembre pasado.

En su euforia triunfalista, Santos pensó que podría utilizar el deseo de paz del pueblo colombiano, sometiendo a plebiscito, es decir a los vaivenes de la coyuntura y a las “falsedades democráticas” de la democracia liberal, (valga la redundancia en este caso) un acuerdo de trascendencia estratégica y de alcance indeterminado para Colombia, América Latina y el Caribe y el mundo. Así, se logró el objetivo de minimizar el contenido del Acuerdo, que expone demandas significativas de la sociedad en materia de propiedad y distribución de la tierra, justicia, incorporación de los excluidos y protección de los derechos humanos como nunca antes se había planteado en la historia de Colombia. Por el contrario, asistimos a una exacerbación del fundamentalismo religioso de protestantes y católicos, que llevó a que muchos curas desoyeran al propio Papa Francisco y su clamor por la paz, demostrando que cuando están en juego los intereses de clase, la supuesta fidelidad al Papa, que es el “representante de Dios en la Tierra” es solo retórica, incluso en un país frenéticamente católico. 

Entonces, el debate pasó a ser que Uribe le había ganado a Santos, que el uribismo había quedado en inmejorables condiciones para ganar las próximas elecciones presidenciales y además comenzaron los tradicionales discursos maniqueos respecto a que “habló la mayoría” como si el 18% de los colombianos son la mayoría. Porque, no es lo mismo el 51% de los que votaron, que el 51% de los colombianos. Entonces emergió una nueva y manida frase: “Así es el juego democrático”. O dicho en palabras del respetado analista político colombiano Ariel Ávila “… así es la democracia; se gana con un voto y punto”, lo cual debe ser cierto en Colombia, porque en las últimas elecciones venezolanas, el chavismo ganó por bastante más que un voto y no hubo punto, sino 43 muertos ocasionados por la violencia fascista de la oposición.

Las razones del triunfo de los antagonistas al Acuerdo en el plebiscito, no tiene que ver con un pueblo esquizofrénico que le gusta la guerra, tampoco se le puede achacar al mal tiempo que azotó buena parte del territorio nacional el día de los comicios, (esto me llevó a recordar que la Constitución de Venezuela fue aprobada el mismo día que ocurrió el mayor desastre natural de la historia de este país). Tiene que ver con la brutal campaña de desinformación, falsedades y descrédito, que montó el uribismo y la oligarquía rural atrasada que él encabeza no contra Santos, ni contra las Farc, sino contra la paz, preocupados por las repercusiones que pueda tener para su voracidad expoliadora, los acuerdos en materia de tierras.

Para ello, recurrieron a todo, incluso a la mentira y al engaño como lo ha hecho público en entrevista al periódico “La República” el Gerente del Comando de Campaña del No, Juan Carlos Vélez quien reconoció que su mensaje estuvo basado, no en informar sobre el contenido de los Acuerdos, sino en la búsqueda de “indignación”. Sin mayores conflictos éticos, explicó que un concejal le había dado una imagen de un mensaje de Santos y Timochenko que explicaba “ por qué se le iba a dar dinero a los guerrilleros si el país estaba en la olla. Yo publiqué en mi facebook y al sábado pasado tenía 130.000 compartidos con un alcance de seis millones de personas”. O sea, una mentira y un engaño preconcebido, sobre una base falsa. Cosas de la democracia representativa, “…se gana con un voto y punto”.

Todo ello oculta el verdadero problema de fondo cual es tratar de responder a la pregunta de por qué el 63% de los colombianos que sí son la mayoría, estuvo ajeno a tan trascendental decisión. Es sabido que en la “democracia colombiana”, los niveles de abstención rondan siempre el 60 %, lo cual da cuenta de un sistema político agotado en el cual los ciudadanos ya no creen, como tampoco creyeron que esta “solución” que Santos se sacó de la manga, pensado que aplastaría a Uribe, a fin de permitirle colocar un delfín en la casa de Nariño en 2018, aplacaría decenios de violencia, marginación, pobreza y carencias ilimitadas.

A pesar que tanto el gobierno como las Farc dieron pruebas de madurez política a fin de dar continuidad al proceso, ahora reina la incertidumbre, de cara al futuro. Noruega ha hecho un aporte regalándole el Nobel a Santos, lo cual no es novedad después que se lo entregara a Obama, Kissinger, Menachem Begin, Frederik de Klerk, Isaac Rabin y Shimon Perez, entre otros, todos connotados guerreristas y asesinos. Santos viene a ser uno más de esta lista. Estados Unidos, el país que más guerra ha desatado y que ha llevado a efecto la mayor cantidad de invasiones e intervenciones militares en todo el mundo, es el que más veces lo ha recibido con 20, así mismo de 98 ganadores, 71 han sido de Estados Unidos o países de la Unión Europea y la OTAN, quienes han sido los mayores generadores de guerras y conflictos en la historia del último siglo, de manera que su prestigio es bastante dudoso, siendo un mecanismo mediante el cual, el sistema capitalista reconoce a quienes logran hacer acciones para su sostenimiento en momentos de peligro. Pareciera que en el resto del mundo conformado por casi el 90% de la humanidad no hubiera suficientes personas merecedoras de este premio. Hay que recordar además, que Noruega es miembro de la OTAN, la mayor alianza agresiva de la historia.

El regreso a la mesa de negociaciones está plagado de dilemas. El gobierno y las Farc han acordado escuchar “en un proceso rápido y eficaz, a los diferentes sectores de la sociedad…”, así mismo, reiteraron el compromiso de cese al fuego bajo monitoreo y verificación de la ONU y continuar avanzando en tomar medidas de construcción de confianza, lo cual pareciera dar alguna certeza de que el proceso de paz tendrá continuidad, a pesar de las maquinaciones, mentiras, trucos fraudulentos y manipulaciones de Uribe, el ex procurador Ordoñez y las cúpulas eclesiásticas católica y protestante, cuyo afán destructivo se ha puesto de manifiesto, creando el caos y el desconcierto, sin hacer propuestas concretas que destraben el impase. Saben que su triunfo es el de una minoría de la sociedad y no tienen capacidad para hacerlo valer en las calles. Como dice Ariel Ávila, “… lo que les queda es dilatar y ganar tiempo, manteniendo el caos político hasta el 2018, año en que ellos aspiran a ganar las elecciones de nuevo”. Ese fue el verdadero objetivo de los promotores del No, el fin de la guerra y la paz para los colombianos no es algo que les inquiete demasiado.

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