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jueves, 12 de marzo de 2015

El contexto internacional de la agresión a Venezuela


En noviembre de 2008, el triunfo de Barack Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos echó las campanas a volar para una serie de personalidades. Renombrados políticos y reconocidos periodistas cantaron loas al primer negro que era designado para administrar el gobierno de Estados Unidos. Suponían un cambio radical por el sólo hecho de pasar de un ordinario Bush, a un renombrado académico de Harvard; de un blanco texano, a un negro descendiente de africanos de generaciones muy recientes;  de un republicano recalcitrante, a quien suponían un civilizado demócrata; hasta llegaron a decir que su “bella esposa alumbraría la Casa Blanca”.

Con el transcurrir de los meses iniciales del nuevo gobierno estadounidense, me llamó la atención que el Comandante Fidel Castro dedicara cinco reflexiones seguidas al cambio de gobierno en Estados Unidos y me sentí en la obligación de escribir un largo artículo que titulé “No existe un imperio bueno”. En el mismo decía que “La lucha por la paz y la democracia no nos puede llevar al desarme político e ideológico frente a un imperio que pareciera estar a la defensiva como fiera herida en su crisis, pero que no ha alterado un ápice su voluntad guerrerista y agresiva.  No podemos confiarnos en un régimen que avala y apoya la agresión sionista a Gaza, que pretende sacar sus soldados de Irak…sólo para mandarlos a Afganistán, que mantiene su belicosa política contra Venezuela…”

La historia ha demostrado una vez más que en política exterior no hay diferencias entre demócratas y republicanos, frente a sus intereses nacionales funcionan como un solo partido y que este presidente demócrata ha expuesto la esencia agresiva del imperialismo, sin variar las decisiones tomadas por su antecesor republicano, más bien ampliándolas y profundizándolas. Sin embargo, en esta ocasión, me parece que la decisión tomada respecto de Venezuela, más que ser expresión de fortaleza, es una manifestación de debilidad extrema del presidente Obama, al llegar a niveles de irracionalidad inauditos que transforman las medidas determinadas a partir de diciembre, en revelación de que el establishment político de Estados Unidos se encuentra en condiciones de asumir acciones de suma peligrosidad para Venezuela y para el mundo.

Estados Unidos, en su soberbia imperial nos tiene acostumbrados a sanciones unilaterales a particulares. Eso no significa ninguna primicia de los últimos años, lo novedoso es el involucramiento directo del presidente de Estados Unidos y el consenso logrado en medio de profundas contradicciones entre el ejecutivo y el legislativo de ese país. Trasluce que en este caso (el de Venezuela), la causa de tales acciones agresivas tienen un carácter más de política interna que internacional y que Venezuela ha sido la “moneda de cambio” que Obama ha entregado a la ultra derecha republicana después de quitarle Cuba como objeto de agresión principal (léase cuerpo de negocios que aporta recursos millonarios para campañas electorales a fin de llevar al parlamento acólitos que sostengan los intereses de las grandes corporaciones).

El aislamiento de Obama en Washington es tal que el Senado, dominado por una mayoría republicana se da el lujo de invitar al primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu, a pesar que el inquilino de la Casa Blanca había manifestado su molestia y su decisión de no recibir al líder sionista. Netanyahu, no conforme con visitar Washington y acceder a la tribuna más importante de la nación, pronunció un discurso humillante para la figura presidencial del país anfitrión. La incapacidad de Obama por lograr éxitos en su confrontación (no bélica) con China y Rusia y de solventar los problemas económicos internos, más allá que el discurso oficial intente mostrar supuestos avances en la solución de la crisis económica,  lo ha llevado a niveles muy bajos de popularidad.  El presidente estadounidense fracasó en su tentativa de hacer aprobar la ley de inmigración que fue rechazada en el Congreso por la mayoría republicana, lo cual le indujo a manejar la agenda cubana y las decisiones que tomó sobre ella, sólo rodeado de sus más íntimos colaboradores.

En ese contexto, parece suponer que Obama considera que Venezuela es el eslabón más débil de la cadena que ha hecho avanzar los procesos de integración regional, lo que no le permite impulsar acciones generales para lo cual ha comenzado nuevamente a recurrir a su vieja estrategia de “divide y vencerás”. Después de crear la Alianza del Pacífico, contando para ello con el desprestigiado ex presidente peruano Alan García (que por cierto amenaza con volver a la más alta magistratura de su país) y secundado por los gobiernos de derecha  de Chile , Colombia y México, Estados Unidos ha creado una punta de lanza para desbaratar el ideal de integración bolivariano. Más recientemente, a través del vicepresidente Joseph Biden ha procurado, a través de la ancestral política del “garrote y la zanahoria” atraer bajo amenaza a los países caribeños y, en fecha más cercana ha buscado “encantar” falsamente a los países del triángulo del norte centroamericano a fin de desarrollar “políticas conjuntas” respecto de la migración y el narcotráfico en la subregión.

En este ámbito, las amenazas a Venezuela se insertan en un momento de extrema agresividad contra lo que el propio Biden,  rememorando el discurso  estadounidense del siglo XIX, ha vuelto a llamar su ”patio trasero”, término remachado por el senador ultra derechista Marcos Rubio  en su alocución en la Cámara Alta del Congreso de su país cuando se discutía el tema Venezuela.

En cualquier caso, Estados Unidos no ha podido conseguir el consenso regional para lograr una base apoyo que le permita ir escalando la agresión. Al rechazo de la Alba, Unasur, Celac, Mercosur y Petrocaribe a las acciones unilaterales de Estados Unidos, se ha agregado que ni siquiera su hija putativa, la OEA pudo reunir su Consejo Permanente para aprobar una declaración en contra de Venezuela. El Secretario General Insulza, buscando los votos de la derecha de la coalición de gobierno de su país, utiliza el organismo regional para alimentar sus opciones presidenciales en Chile. Otro tanto ha hecho la patética hija del Presidente Allende y por los mismos motivos. Que una hija del presidente mártir sea promotora de acciones desestabilizadora en un país hermano no deja de ser una acción deleznable que la derecha internacional ha aplaudido efusivamente. Sin embargo, Venezuela ha contado con el amistoso y solidario apoyo de los pueblos  de la región que han reaccionado de inmediato exigiendo a Estados Unidos sacar sus manos de nuestro país.

Así mismo, Venezuela ha recibido el apoyo explícito del Movimiento de Países No Alineados, del Grupo de los 77+ China, de Rusia y China y manifestaciones de solidaridad inmensa de los pueblos de Asia, África y Europa.

No hay argumentos posibles, solo la irracionalidad puede ser causa de las acciones emprendidas por la administración estadounidense. El comunicado de rechazo a tal declaración por la oposición venezolana, da cuenta que Obama no los consideró a tal efecto y que desde ahora estarán obligados a actuar a partir de los hechos consumados. Atrapados entre la espada y la pared, se ha puesto en evidencia que el control de las operaciones fueron asumidas en Washington y que solo una actitud consumadamente rastrera les puede dar un espacio en el Olimpo del imperio. O actúan en los marcos democráticos que señala la Constitución Nacional o se atendrán a las consecuencias de actuar al servicio de una potencia extranjera que amenaza a la Patria y que está señalando un camino distinto al que imponen las normas internacionales, la convivencia pacífica, y el respeto a la auto determinación del sistema político y de gobierno que los pueblos se han dado.


Finalizo de la misma manera que lo hice en el artículo antes mencionado escrito hace 6 años, “Hoy Estados Unidos ha inventado nuevos fantasmas, todos creados por su política imperial de exclusión, agresión y ultraje contra nuestros pueblos, (…) Obama aún tiene que demostrar si será un negro como Colin Powell y Condoleezza Rice o como Martin Luther King, quien tenía un sueño. Nosotros, en Nuestra América también teníamos un sueño, sólo que se transformó en proyecto, hoy comienza a ser realidad y no hay imperio que pueda impedirlo”.

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