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viernes, 6 de diciembre de 2024

Ayacucho: “La más gloriosa batalla del Nuevo Mundo”



Cuando el Libertador Simón Bolívar llegó al Perú el 1° de septiembre de 1823 se encontró un escenario muy complicado. Existían fuertes contradicciones entre José de la Riva-Agüero y el Marqués de Torre Tagle. El país tenía dos presidentes, dos gobiernos y dos Congresos. En Colombia, aunque la situación era mejor, también había dificultades que retrasaron la autorización a Bolívar para que pudiera marchar al Perú.

Bolívar lo sintetizó diciendo que: “Los Pizarro y Almagros pelearon; peleó La Serna con Pezuela; peleó Riva Agüero con el Congreso, Torre Tagle con Riva Agüero, y con su patria Torre Tagle; ahora, pues, Olañeta está peleando con La Serna y, por lo mismo, hemos tenido tiempo de rehacernos y de plantarnos en la palestra armados de los pies a la cabeza”.

Cuatro meses después de haber llegado al país, el Libertador logró estabilizar la situación y se propuso comenzar a preparar la campaña que permitiría liberar definitivamente al Perú del dominio español. Pero enfermó gravemente y se tuvo que establecer en Pativilca por dos meses a fin de restablecerse. El tabardillo o enfermedad del desierto lo afectó de tal manera que el diplomático colombiano Joaquín Mosquera que lo visitó en esos días, al ver su estado físico, pensó que el Libertador vivía sus últimas horas.

Al observarlo en tal situación y después que Bolívar le relatara las grandes dificultades que encaraba en el Perú, Mosquera le preguntó qué iba a hacer. Mirándolo fijamente y con brillo en sus ojos casi apagados, el Libertador sin dudar, le respondió: ¡Vencer!

En esos primeros meses del año 1824, mientras restablecía su salud se dedicó a ganar tiempo, negociar con las fuerzas en pugna y esperar que Colombia le enviara los tan ansiados refuerzos. Al mismo tiempo, diseñaba la estrategia para derrotar a los españoles. En carta a Tomás de Heres el 9 de enero le dice que: “…a los enemigos no se le engaña sino lisonjeándolos”.

El 10 de febrero, ante la crítica situación del país y cuando parecía no haber otras opciones, el Congreso del Perú le concede poderes dictatoriales, a fin de que Bolívar -con absoluta libertad- tomara las decisiones que considerara correctas para la conducción del Estado y adoptara las medidas necesarias que condujeran a resolver exitosamente la confrontación con el ejército español.

A fines de ese mes, comienza a impartir órdenes a sus generales. Su plan consistía en “limpiar” al país del ejército, dejando solo a las fuerzas guerrilleras sobre el terreno; establece tres regiones: una, la más grande, era la que debía ser “limpiada”; la segunda, al este de Trujillo, donde se proponía obtener los recursos necesarios para la sobrevivencia del ejército y, la tercera, el propio Trujillo, en la que se deberían concentrar los recursos obtenidos.

Para el logro de estos objetivos, un papel determinante lo jugó el líder cusqueño Marcelino Carreño que al mando de las guerrillas montoneras le propinó cuantiosas pérdidas en fuerzas y medios a los españoles. Este contingente, al igual que negros criollos que habían sido esclavos y que configuraron el batallón 8, vendrían a cumplir importantes misiones en pro de la causa independentista.

El 7 de marzo, el Libertador instala su puesto de mando en Trujillo. El 12 de abril ocurrió un hecho aparentemente irrelevante. No obstante, el Libertador con su característica visión estratégica, captó la trascendencia del mismo. El general español Pedro Antonio Olañeta, tomando nota de que en octubre de 1823, en España se había restablecido la monarquía, manifestó su lealtad al rey, rechazando la conducción que daban al ejército los generales ibéricos en el Perú, en su mayoría liberales. Olañeta se separó del ejército y se retiró al Alto Perú con su división. En su persecución, el virrey envió al general Jerónimo Valdés al mando de 4.000 hombres.

Bolívar detectó que este hecho exponía al bando contrario a una situación de debilidad ordenando pasar a la ofensiva sin pérdida de tiempo. Muchos, incluso la mayoría de sus generales lo consideraron una quimera y una locura, pero finalmente, su convincente retórica y la confianza en un hombre que muchas veces los había llevado a la victoria, terminó por persuadir a sus subordinados quienes más por lealtad que por convicción, aceptaron las instrucciones emitidas desde el puesto de mando.

La orden de combate estableció que las tropas harían lo mismo que en julio de 1819 pero en sentido contrario. En Nueva Granada, los patriotas habían subido la cordillera para atravesarla de este a oeste a fin de tomar a los españoles por sorpresa. Ahora, irían desde el oeste al este para intentar repetir la hazaña.

Bolívar vislumbraba dos escenarios: el primero, que Valdés abandonara la persecución de Olañeta y regresara al escenario del conflicto, en cuyo caso la ofensiva patriota se desarrollaría en condiciones desventajosas, pero, si Valdés no retornaba con sus tropas, la victoria sería segura.

En mayo, el ejército se puso en marcha hacia el sur. Debía recorrer casi 1000 km. a través de elevadas montañas, algunas con nieve en esa ápoca del año hasta llegar a Pasco que había sido designado como lugar de concentración del contingente patriota. El general José De la Mar comandaba el ejército peruano, teniendo como jefe de Estado Mayor al general altoperuano Andrés de Santa Cruz mientras que el general Sucre conducía al ejército colombiano, llevando bajo sus órdenes los destacamentos al mando de los generales Jacinto Lara (venezolano) y José María Córdova (neogranadino). Su jefe de Estado Mayor era el coronel irlandés Francisco Burdett O´Connor.

El Alto Mando del Ejército Libertador Unido era dirigido personalmente por el Libertador Simón Bolívar contando para la conducción estratégica con el doctor José Faustino Sánchez Carrión, tal vez el más eminente, capaz y eficiente entre todos los patriotas peruanos a cargo de los asuntos políticos y civiles con rango de ministro. Bolívar siempre mantuvo a Sánchez Carrión a su lado para garantizar la conducción estratégica de la guerra.

En tanto ocurría el desplazamiento del ejército, Bolívar, usando aquel antiguo adagio de Julio César de “Divide y vencerás”, le escribió dos cartas al general Olañeta, instándolo a unir fuerzas para luchar contra el “enemigo común”. En otro plano, se debe destacar la extraordinaria labor de aseguramiento logístico organizada por el general Sucre a lo largo de toda la ruta de la marcha, garantizando el abastecimiento con alimentos para la tropa y los caballos.

Los patriotas marchaban de norte a sur y los españoles en dirección contraria y en paralelo. En algún momento se cruzaron a poca distancia. El general español de origen francés José de Canterac que estaba al frente del ejército realista, jamás imaginó que Bolívar había podido organizar un contingente de gran dimensión, que el propio Bolívar estaría al mando de este y que marcharía al sur por la sierra y no por la costa que era considerada la maniobra lógica para el desplazamiento. Una vez más la argucia y la brillantez estratégica de Bolívar habían permitido lograr el objetivo: la sorpresa fue total.

Cuando Canterac descubrió la maniobra del ejército patriota, ya era tarde y ordenó retirada. Desde la altura, los republicanos observaron el movimiento realista. Bolívar dio la orden de ataque con la caballería contra el flanco del orden de marcha español. Presistiendo el inminente desastre, Canterac ordenó poner a salvo a la infantería y enfrentar a los patriotas con la caballería. Había comenzado la batalla de Junín. Era el 6 de agosto de 1824. Ante la cercanía entre ambos ejércitos esta confrontación se dio lanzas y espadas, no se disparó un solo proyectil.

Papel determinante vino a jugar el sargento mayor peruano Juan Andrés Razuri quien fue enviado por su jefe el coronel rioplatense Manuel Isidro Suárez al puesto de mando a recibir instrucciones del general De la Mar. En el fragor del combate, el escuadrón al mando de Suárez había permanecido oculto y guarecido por el terreno accidentado. La instrucción de De la Mar para Suárez fue que salvara su unidad. Pero al regresar Rázuri desde el puesto de mando y observar desde la altura que los realistas se habían desarticulado y que su dispositivo de combate se había trastornado, contrariamente a la disposición recibida, le indicó a su jefe que De la Mar había ordenado pasar a la ofensiva. El oficial rioplatense actuó en consecuencia golpeando a las atribuladas tropas españolas que no sabían de donde había salido este escuadrón. Tal acción motivó el ataque generalizado de los patriotas que consiguieron la victoria en solo 45 minutos.

En Junín, el ejército patriota obtuvo 700 fusiles y capturó un gran territorio. Bolívar prefirió no perseguir a los españoles tras la llegada de la noche. Además, los soldados estaban extremadamente agotados no solo por el combate, sobre todo por las largas jornadas de marchas forzadas antes de llegar a Junín.

A pesar de la contundente derrota, los españoles habían salvado el grueso de su ejército al proteger la infantería. Sabedores de esta situación, Bolívar y los generales republicanos se orientaron a recuperar los heridos, explorar el terreno y hacer acopio de armamento. Así mismo, era vital saber qué había ocurrido con Olañeta.

Al llegar el mes de octubre, Santander no había enviado los refuerzos prometidos. En el contexto creado dicho contingente podría jugar un papel decisivo en el combate final que indudablemente se avecinaba. El 6 de octubre Bolívar reúne al Alto Mando y le informa que era de la opinión que debía desplazarse a la costa a atender asuntos de Estado y organizar una nueva fuerza que reforzara al ejército.

El Libertador designa al general De la Mar para sustituirlo en el mando del ejército por ser el oficial de mayor antigüedad, pero éste, en un acto de extrema generosidad declina en favor de Sucre, argumentando que el cumanés tenía mayor trayectoria y experiencia. Bolívar le ordenó a Sucre no presentar combate hasta no estar seguro de la victoria. En ese momento debería ser él quien decidiera el lugar del combate, no los españoles.

Así, se inicia una suerte de juego “del gato y el ratón” en el que Sucre con gran habilidad táctica, así como astucia y visión estratégica, burla una y otra vez la rabiosa persecución de los españoles que le querían dar caza a él y al ejército.

En algún momento no determinado de su viaje a la costa, Bolívar recibe un mensaje en el que se le comunica que el Congreso de Colombia lo había destituido de su cargo de jefe del ejército de su país. De igual manera, se le suprimieron las facultades extraordinarias que le habían concedido para el cumplimiento de su misión a través de un decreto del 9 de octubre de 1821. El Libertador aceptó la decisión, designando a Sucre como nuevo jefe del ejército de Colombia. A partir de entonces, continuó actuando únicamente como dictador del Perú. La comunicación recibida indicaba que también se había suprimido la Secretaría General y el Estado Mayor y que las facultades que estas instancias poseían se le habían entregado al vicepresidente Santander, encargado del poder ejecutivo. Bolívar conmina a Sucre y a los generales a aceptar la decisión del Congreso que en primera instancia había sido resistida por los altos oficiales del ejército. Así de forma intempestiva y sin desearlo, había llegado el tiempo de Antonio José de Sucre.

Su táctica de escabullirse y no enfrentar el combate estaba dando resultado al mismo tiempo que generaba ansiedad y desesperación en el bando español. El 6 de diciembre, después de más de dos meses de continuo movimiento, Sucre y De la Mar deciden que la batalla se libraría en la Pampa de Quinua.

El 9 de diciembre, muy temprano en la mañana, Sucre arengó a las tropas, uno por uno a cada batallón. A continuación, le dio la orden de ataque a la 2da. División al mando del general José María Córdova, colombiano, nacido en Antioquia, quien levantándose y apuntando con su espada hacia el frente, arengó a sus soldados al grito de ¡Adelante, a paso de vencedores!

Veinticinco años tenía el antioqueño, 29 Sucre. Eran generales hechos en la guerra y las batallas. La extraordinaria conducción estratégica de las tropas por parte de Sucre, resultó decisiva, todos los generales y altos oficiales tuvieron igualmente una gran participación, lo cual unido al heroísmo sinigual y la alta solidez moral de los soldados, condujeron a la victoria. Sucre cumplió su plan sin alteraciones, exponiéndose él mismo en los combates. La batalla no duró más de una hora.

Esa misma noche se produjo la capitulación de los españoles. Los generales patriotas y Sucre personalmente, se preocuparon de proteger a los prisioneros, curar a los heridos y respetar las jerarquías de los oficiales detenidos.

En la noche, el virrey La Serna que había sido herido y capturado en el combate se apersonó ante Sucre. Al entregarle su espada como símbolo de la derrota, le dijo ¡Gloria al vencedor! Sucre, negándose a recibir el trofeo, le respondió ¡Gloria al vencido! y le pidió que conservara su arma.

Unas semanas después, el 20 de diciembre, Bolívar le ordenó a Sucre dirigirse al Cusco para posteriormente seguir al Alto Perú que todavía estaba en poder de los españoles. El 10 de febrero de 1825, al cumplirse un año de la designación de Bolívar por el Congreso como dictador del Perú, el Libertador compareció ante la máxima representación del pueblo peruano para rendir cuentas de su actuación. Dijo que le parecía peligroso que un solo hombre concentrara todos los poderes del Estado. Le informó al Congreso que aún faltaba por rendir algunas fuerzas españolas que resistían la derrota, pero que cumplida esa misión, regresaría a Colombia para informar al Congreso de su país sobre el cumplimiento de la misión.

El Congreso no aceptó su dimisión, pero Bolívar insistió en ello. Así mismo, rechazó recibir una contribución de un millón de pesos que el Congreso había decidido concederle. Una y otra vez los congresistas insistieron, una y otra vez, Bolívar objetó el emolumento pero ante la insistencia, pidió que dicha suma se le entregara a Caracas, su ciudad natal. Ese mismo día, 10 de febrero, el Congreso del Perú, le otorgo a Sucre, el título de Gran Mariscal de Ayacucho.

Dos días antes de la batalla, sin saber cuándo ocurriría pero convencido de que la misma y su resultado eran inevitables, el Libertador dirigió un llamamiento a los Jefes de Estado de las nuevas repúblicas americanas antes españolas para reunirse en Panamá a fin de comenzar a construir la necesaria unidad americana. Una nueva batalla comenzaba. A doscientos años de Junín y Ayacucho, seguimos empeñados en ella.

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