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viernes, 13 de diciembre de 2024

Siria, muchas preguntas y pocas respuestas.


Debo confesar que en mis 44 años vinculado a las relaciones internacionales, nunca me había topado con un problema tan complejo de estudiar y comprender como el que se vincula a los hechos recientes en Siria. He consultado a mis fuentes habituales en la región y nunca antes había recibido opiniones tan distintas y hasta contradictorias entre personas que en lo general suelen coincidir en el análisis.

Me maravilla observar colegas que el mismo domingo 8 de diciembre, día del desenlace de los acontecimientos ya tenían opiniones acabadas sobre lo que había ocurrido, lo que estaba ocurriendo y lo que ocurrirá en el futuro. Imagino que poseen fuentes de información y capacidad de comprensión que, -debo decirlo- yo no tengo.

Tal vez me he impregnado tanto de la filosofía china que he comenzado a cultivar el don de la paciencia y la cautela. Siempre recuerdo que durante una entrevista el siglo pasado, le consultaron al dirigente chino Zhou Enlai su opinión sobre la revolución francesa y dijo que era un hecho muy reciente para saberlo. Aunque después se conoció que en realidad se estaba refriendo a los sucesos del “mayo francés” de 1968, la respuesta estableció la mesura con que se deben analizar los hechos históricos.

En particular, en un acontecimiento como este en el que participan tantos y tan disimiles actores, que tienen tan variados intereses, que a su vez han generado multiplicidad de variables, tener una idea conclusiva sobre el pretérito, el presente y el porvenir que este hecho generará me resulta muy difícil, cuando solo han transcurrido tres días de la consumación de un evento impactante para los escenarios local, regional y global.

Creo que al día de hoy hay muy pocas certezas y mucha incertidumbre. Trataré de exponerlas para que cada quien vaya sacando sus propias conclusiones. La principal certeza es que este es un hecho negativo para Siria, para la región y para el mundo. Si lo acoplamos a las acciones de Israel desde el 7 de octubre del año pasado y la actitud de Occidente al respecto, podemos palpar sin ambages su bancarrota en términos éticos y morales.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Ayacucho: “La más gloriosa batalla del Nuevo Mundo”



Cuando el Libertador Simón Bolívar llegó al Perú el 1° de septiembre de 1823 se encontró un escenario muy complicado. Existían fuertes contradicciones entre José de la Riva-Agüero y el Marqués de Torre Tagle. El país tenía dos presidentes, dos gobiernos y dos Congresos. En Colombia, aunque la situación era mejor, también había dificultades que retrasaron la autorización a Bolívar para que pudiera marchar al Perú.

Bolívar lo sintetizó diciendo que: “Los Pizarro y Almagros pelearon; peleó La Serna con Pezuela; peleó Riva Agüero con el Congreso, Torre Tagle con Riva Agüero, y con su patria Torre Tagle; ahora, pues, Olañeta está peleando con La Serna y, por lo mismo, hemos tenido tiempo de rehacernos y de plantarnos en la palestra armados de los pies a la cabeza”.

Cuatro meses después de haber llegado al país, el Libertador logró estabilizar la situación y se propuso comenzar a preparar la campaña que permitiría liberar definitivamente al Perú del dominio español. Pero enfermó gravemente y se tuvo que establecer en Pativilca por dos meses a fin de restablecerse. El tabardillo o enfermedad del desierto lo afectó de tal manera que el diplomático colombiano Joaquín Mosquera que lo visitó en esos días, al ver su estado físico, pensó que el Libertador vivía sus últimas horas.

Al observarlo en tal situación y después que Bolívar le relatara las grandes dificultades que encaraba en el Perú, Mosquera le preguntó qué iba a hacer. Mirándolo fijamente y con brillo en sus ojos casi apagados, el Libertador sin dudar, le respondió: ¡Vencer!

En esos primeros meses del año 1824, mientras restablecía su salud se dedicó a ganar tiempo, negociar con las fuerzas en pugna y esperar que Colombia le enviara los tan ansiados refuerzos. Al mismo tiempo, diseñaba la estrategia para derrotar a los españoles. En carta a Tomás de Heres el 9 de enero le dice que: “…a los enemigos no se le engaña sino lisonjeándolos”.

El 10 de febrero, ante la crítica situación del país y cuando parecía no haber otras opciones, el Congreso del Perú le concede poderes dictatoriales, a fin de que Bolívar -con absoluta libertad- tomara las decisiones que considerara correctas para la conducción del Estado y adoptara las medidas necesarias que condujeran a resolver exitosamente la confrontación con el ejército español.

A fines de ese mes, comienza a impartir órdenes a sus generales. Su plan consistía en “limpiar” al país del ejército, dejando solo a las fuerzas guerrilleras sobre el terreno; establece tres regiones: una, la más grande, era la que debía ser “limpiada”; la segunda, al este de Trujillo, donde se proponía obtener los recursos necesarios para la sobrevivencia del ejército y, la tercera, el propio Trujillo, en la que se deberían concentrar los recursos obtenidos.