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miércoles, 11 de mayo de 2022

El “mal menor”, la “izquierda cobarde” y algo más

 


Es sabido que los conceptos de izquierda y derecha en política tuvieron un origen casual que remite a la ubicación de los delegados a la Asamblea Nacional creada en Francia después de la revolución del 14 de julio de 1789, cuando los sectores conservadores se sentaron a la diestra del presidente del magno parlamento, mientras que los revolucionarios se colocaron en el área opuesta.

Frente a la realidad que se vivía, cuando se había derrocado la monarquía para instaurar un sistema político republicano, aquellos que se ubicaban a la derecha se proponían salvaguardar los intereses de la nobleza y el clero, mientras que sus antagonistas propugnaban ideas liberales y democráticas que se vinculaban a un republicanismo que defendía mayor igualdad y fraternidad entre y para los ciudadanos.

La noción de la existencia de una izquierda y una derecha como elementos aglutinadores de las ideas políticas se comenzó a dispersar fuera de Francia ya en el siglo XIX, primero hacia Europa y después al resto del mundo. En ese tiempo (cuarta década del siglo XIX) se comenzó a hablar de socialismo. Marx nació en 1818 y en 1848 se publicó el Manifiesto Comunista en que establece de manera precisa las diferencias entre socialismo y comunismo, aunque ya en 1847 en el Programa de la Liga de los Comunistas, antecesor del Manifiesto, Federico Engels se había referido al tema.

A la luz de los hechos actuales, resulta interesante recordar que Engels estableció que existían tres tipos de socialistas: los primeros, a los que denomina “socialistas reaccionarios”, eran partidarios de la sociedad feudal y patriarcal manifestando una “fingida compasión por la miseria del proletariado” al mismo tiempo que vierten “amargas lágrimas […] con tal motivo”

La segunda categoría estaba constituida por los seguidores de la sociedad burguesa, cuyos males “necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma”. Por tanto, se proponían mantener dicha estructura política, aunque eliminando sus calamidades, es decir -según Engels- en realidad lo que se planteaban era “simple beneficencia”.

Por último, un tercer grupo es aquel formado por aquellos autodenominados “socialistas democráticos” que no apostaban por una transformación revolucionaria de la sociedad y el Estado ni por acabar con la miseria y las desventuras de la sociedad burguesa, a pesar que muchos de ellos eran proletarios incapaces de ver con claridad las circunstancias de su propia liberación.

En estas condiciones, sin abandonar la discusión y la crítica en torno a las discrepancias, Engels opinó que era tarea de los revolucionarios, entenderse con los que se tuviera algún punto en común, en el momento de las acciones “siempre que estos socialistas no se pongan al servicio de la burguesía dominante…”.

El desarrollo de la sociedad y las luchas populares a través de los últimos siglos estableció una similitud engañosa entre ser de izquierda y sostener ideas socialistas. Este hecho ha provocado tal confusión que ha llegado incluso a transformarse en condición paralizante del accionar de las organizaciones y partidos revolucionarios. El incorrecto análisis y utilización de las categorías “correlación de fuerzas” y “existencia de una situación revolucionaria”, se ha prestado para el descabezamiento y letargo del movimiento popular. En los casos recientes de Chile y Colombia han sido fuerzas de “izquierda” las que han jugado el papel más relevante en la paralización de las luchas sociales de vanguardia.

Por otra parte, en el mundo de hoy, en el que la hegemonía neoliberal se ha extendido con la firme pretensión de ostentar el “fin de las ideologías” como expresión del fin de la lucha de clases, estas ideas deben estudiarse en su necesaria dimensión para ser adaptadas a las condiciones actuales como instrumento de lucha que no ha perdido vigencia.

La ideología es inseparable de la lucha de clases, por ello la intención de la intelectualidad al servicio del imperio de definirlas como una antigüedad que debe ser colocada en un museo. La idea posmoderna ha intentado hacer suponer que el socialismo perdió toda vigencia, a fin de facilitar la imposición de un pensamiento ambiguo, vacilante e incapaz de conducir a la toma de decisiones en favor del pueblo y a dar fortaleza para vencer las adversidades a partir de la toma de conciencia y la creación de un necesario liderazgo revolucionario.

Ello ha hecho surgir los conceptos de “hacer política en la medida de lo posible” y conformarse con el “mal menor” como vía de renuncia a la construcción de la opción revolucionaria sobre la base de una supuesta imposibilidad que emana de condiciones objetivas adversas que impiden cualquier avance en ese sentido. Se rechaza de esta manera, que las condiciones subjetivas que existen y otras que deben ser creadas, son el fundamento que permite transformar esa situación objetiva desfavorable. He ahí la diferencia entre un tipo de socialista y otro.

Parafraseando a Engels, podríamos decir que hoy, en general en el mundo, pero sobre todo en América, existen tres tipos de izquierda. 

La primera es la revolucionaria que jamás ha arriado las banderas del socialismo. Su resistencia le ha valido los más duros embates del imperialismo y las fuerzas neoliberales porque adivinan en ella la fuerza a vencer, toda vez que su voluntad indoblegable de lucha señala un camino a seguir. Si existe izquierda en América Latina hoy, es gracias a que estos sectores liderados por los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela han tenido la tenacidad, entereza e intransigencia para enfrentarse a las adversidades a pesar de los grandes riesgos y limitaciones que ello ha significado.

Una segunda izquierda, acomodaticia, se esmera por descubrir las “cosas positivas” de la sociedad de clases, mientras medra de ella a fin de “buscar un lugar en su parnaso” y conseguir “un rinconcito en sus altares” a decir de Silvio. Se conforman con el “mal menor” mientras conducen a los trabajadores y a los pueblos a la rendición, o cuando menos a una posición subordinada en la lucha contra sus enemigos. Es una izquierda social demócrata, “izquierda cobarde” la llamó el presidente Maduro.

Tal vez más diáfana sea la definición que recientemente ha hecho el ex candidato presidencial francés Jean Luc Mélenchon cuando al referirse al presidente argentino se preguntó si la izquierda debería seguir eligiendo a “un moderado que no asusta a nadie como el presidente Fernández de Argentina que pasa su tiempo haciendo concesiones y cede en los esencial”.

En esta categoría se inscribe también la socialista Michelle Bachelet, que se ha arrogado ser de “extremo centro”, para no asumir responsabilidades, no correr riesgos, transitando de forma cobarde y mediocre por la vida solo con la vista puesta en obtener los premios que Washington le ha dado para servir como chupasangre en los organismos internacionales. Tal vez sea Bachelet, el epítome de la persona de “izquierda” que sirve a un amo imperial para lograr su bien personal.

Finalmente, existe la “izquierda imperialista”, especialmente la estadounidense que pulula en las entrañas del partido Demócrata, pero también la europea, incluso una que vegeta en ciertos partidos “comunistas” y “obreros” viviendo de asumir medidas liberales al mismo tiempo que concede migajas mientras defiende y sostiene el ideal neoliberal. Finalmente esta posición la lleva –sobre todo en política internacional- a subordinarse de forma perruna y vergonzosa a las órdenes emanadas de Washington. Se disfrazan de liberales dentro de sus países e imperialistas e intervencionistas afuera de ellos.

A pesar de esto, aprendiendo de Engels, se debe trabajar con todos, buscando aquellos resquicios que puedan conducir a coincidencias, sabiendo incluso que los tiempos han cambiado y que a diferencia de lo que ocurría en el siglo XIX, es difícil que –finalmente- estas izquierdas dubitativas “no se pongan al servicio de la burguesía dominante…”.

Tal vez ahí resida el arte de la política revolucionaria de estos tiempos recordando a Fidel quien dijo que: “La revolución es el arte de sumar fuerzas”.

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