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sábado, 3 de diciembre de 2016

Encuestadoras y medios de comunicación: perversos constructores de quimeras



El fenómeno de las encuestas en tiempos electorales y el surgimiento de empresas que las realizan han comenzado a copar el ambiente político en la mayor parte del mundo. Ello se inscribe en una lógica de racionalidad que se sustenta en argumentos científicos que permiten entregar información a los actores políticos y a los propios electores respecto de la aceptación o no de un candidato. Nadie puede dudar que la estadística es una ciencia (algunos la definen como metodología) que trata de la recolección, presentación, análisis e interpretación de los datos, así como de la proyección e inferencia de ellos. Existe desde tiempos inmemoriales, se sabe que ya en la antigüedad era utilizada para realizar censos y llevar controles sobre el pago de tributos.

No obstante, es desde épocas mucho más recientes, concretamente desde el siglo XVII cuando surge como ciencia con los primeros estudios de teoría de probabilidades, la cual se constituye con posterioridad en la base matemática de la estadística moderna, aunque de forma paradójica, la misma florece vinculada a los juegos de azar y aparentemente, -a la luz de sus usos en la política- aún hoy sigue vinculado a ellos. Fueron los jugadores quienes se acercaron a los científicos de la época para que elaboraran métodos y teorías que les ayudaran a ganar en sus juegos de fortuna.

Según refiere el Dr. Murilo Kuschick, profesor e investigador del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, las encuestas de opinión se comenzaron a utilizar para anticipar resultados electorales en Europa y Estados Unidos en el siglo XIX. Según el investigador mexicano, la primera encuesta electoral fue publicada el 24 de julio de 1824 en el diario Harrisburg Pennsylvanian, “sin embargo, no fue hasta 1896 cuando se convirtieron en un negocio rentable” mientras que fue entre 1924 y 1928 cuando se publicó en Estados Unidos la primera encuesta falsa, realizada por la publicación semanal, Literay Digest.

En 1936, este periódico “envió 20 millones de boletas dirigidas a suscriptores y compradores de sus revistas y periódicos, así como de nombres sacados de directorios telefónicos y de propietarios de automóviles para predecir los resultados de la elección de ese año”, a pesar de lo cual falló en el pronóstico del ganador, que si fue acertado por el periodista George Gallup, quien había diseñado un método distinto basado en cuotas referidas a distintas categorías de acuerdo al ingreso económico de los consultados: 20% de ricos, 60% de clase media, y 20% de pobres. Esta metodología se impuso a la anterior, ya que sin ser totalmente exacta, era más cercana a la realidad, más barata y más rápida, por lo que interesó a los medios de comunicación que la empezaron a usar como instrumento para divulgar una noticia que interesara a sus lectores, dando supuestas primicias que predecían ganadores y disminuían las incertidumbres, todo lo cual supuso un aumento considerable de las ventas de ejemplares al público, así como de publicidad para sus páginas, sobre todo en períodos electorales. 

En los últimos años, los medios de comunicación y cierto tipo de empresas, algunas de muy dudosa reputación, han descubierto el valor de este tipo de estadística como instrumento de manipulación a través de la construcción y venta de “verdades” que atraen la atención del público a partir del morbo que produce en los seres humanos el supuesto conocimiento de los hechos futuros. En la práctica, estos mercachifles de la ciencia hacen que los ciudadanos crean que saben con anterioridad quienes serán los ganadores, quienes serán los derrotados y por qué, todo lo cual ha llevado a que este valioso instrumento se haya convertido en un vulgar espectáculo de engaño que le concede a los medios de comunicación y a las empresas encuestadoras la posibilidad de vender más publicidad y aumentar sus ingresos económicos, sin que impere el más mínimo recato moral o ético por una práctica indudablemente simulada y fraudulenta, creada para engañar a los ciudadanos.

El hecho de que a pesar que incurren en error tras error y en una equivocación tras otra y que sin embargo “sigan teniendo trabajo” en la próxima elección hace pensar que los actores políticos conocen de esta situación y son cómplices de ella. Finalmente, las encuestas dicen lo que quiera que diga quien las contrata y si no es así, sencillamente no se publican, lo cual es valedero, para quien lo hace, pero no para los ciudadanos que están siendo influidos por grotescas manipulaciones de datos y cifras. Hay que acordarse de que en la definición que hacíamos de estadística al comienzo de esta nota, también se incluía la proyección e interpretación de los datos (es lo que hacen los medios de comunicación), no sólo la recolección (lo que hacen las encuestadoras), aunque hoy también han sido transformadas en gurúes de la política gracias a las bondades de la democracia liberal representativa.

En otras palabras, las encuestadoras fabrican las verdades que los medios de comunicación les piden, con lo que estos, -a su vez- fabrican verdades que le permiten influir, generar matrices de opinión y determinar comportamientos, los cuales son comprados por políticos y candidatos que a su vez los venden para “autoconstruirse” como exitosos. De esta manera, todos ganan, los medios de comunicación aumentan su poder y capacidad de control y dominio ideológico, así como de elevar su prestigio, todo lo cual es considerado mercancía que se vende bajo los vaivenes de la ley de la oferta y la demanda, que opera a partir de la influencia que ejercen en la voluntad de los ciudadanos, por tanto en la parte de la subjetividad del individuo, que puede ser conducido a evitar o provocar un cambio en su decisión electoral.

Aquí funciona la condición natural de “jugar a ganador” por un lado y la idea arraigada de que si “lo dicen los números” es verdad, por otro, transformando este valor cuantitativo en valor cualitativo cuando se toma una decisión y se ejerce el derecho al voto. 

No obstante, la realidad de lo ocurrido en diferentes eventos a lo largo del planeta durante este año, ha venido a demostrar la falsedad de estas empresas creadoras de quimeras. Los resultados del brexit en Gran Bretaña que determinó la salida de ese país de la Unión Europea, el plebiscito que debía confirmar los acuerdos de paz entre la guerrilla colombiana y el gobierno de ese país, los comicios presidenciales de Estados Unidos que determinaron el triunfo de Donald Trump y su designación como nuevo mandatario de ese país y más recientemente, las elecciones internas de la derecha francesa en la que pasaron a la segunda vuelta Francois Fillon y Alain Juppé, dejando fuera a Nicolas Sarkozy, y en las que, - en todos los casos- las encuestadoras se “equivocaron”, son manifestaciones claras de su falsedad y la manipulación de los medios de comunicación, los mismos que hoy dan a Ricardo Lagos y a Sebastián Piñera como “favoritos” de cara a las próximas elecciones presidenciales en Chile. Ojo, favoritos para el 34% que vota en ese país, a la mayoría, palabra sagrada en democracia según se enseñaba en el pasado, no les interesa participar de esta farsa para elegir al corrupto de turno. 

Sin embargo, vendrán nuevas elecciones, y las encuestadoras tendrán trabajo, volverán a fabricar ensueños, ilusiones y utopías, las transnacionales de la información y sus secuaces locales tornarán a la publicación de invenciones, ficciones y disfraces. Será otra “fiesta de la democracia”, otro negocio para los poderosos, otro show de fantasías para tontos que siguen creyendo en perversas fanfarrias mediáticas.

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