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lunes, 4 de enero de 2021

El talante fascista de Europa.

 


El pasado 16 de diciembre la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución “Lucha contra la glorificación del nazismo, el neo nazismo y otras prácticas que contribuyen a alimentar formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia”. La votación que debió haberse aprobado por unanimidad contó con el voto favorable de 130 países mientras que solo Estados Unidos y Ucrania lo hicieron en contra a la vez que 51 países, de ellos 40 de Europa, se abstuvieron. 

La pregunta que emerge es porque Europa, la región donde surgió y tuvo su epicentro el conflicto desatado por el nazismo que produjo entre 50 y 60 millones de muertos (la gran mayoría europeos) y una cantidad similar de desplazados, mantiene una actitud dubitativa y complaciente respecto de un asunto que sigue rememorando los peores horrores de la historia de la humanidad. 

Se podría pensar que los gobiernos europeos siempre temerosos de la furia de Estados Unidos, no lo acompañaron en el rechazo a la resolución, pero por un mero cálculo político, tampoco se quieren ver al lado de Rusia, ni siquiera en un tema que es aborrecido por la aplastante mayoría de los pueblos del planeta. 

Hurgando en las profundidades y tratando de encontrar explicaciones, descubrí que lo que ocurre en realidad es que la Unión Europea (UE) y Europa en general es un continente secuestrado por la ultra derecha en el que la correlación de fuerzas interna obliga a hacer concesiones al fascismo y aceptar sus veleidades. Así, hasta los mal llamados partidos socialistas han aceptado –sin resistencia- y de alguna manera con satisfacción, ponerse bajo el influjo derechista que marca la pauta de este conglomerado. 

En un interesante artículo publicado por el analista Eliseo Oliveras especialista en temas europeos de El Periódico de Barcelona, publicado ese mismo 16 de diciembre refiere que el funcionamiento de la UE se encuentra maniatado por dos países gobernados por la extrema derecha: Polonia y Hungría. Oliveras opina que las medidas tomadas por el conglomerado han llegado tarde, haciéndose de la vista gorda ante el irrespeto “de los principios democráticos por parte de los gobiernos de Hungría y Polonia” retasando “hasta más allá de 2022 la aplicación del nuevo reglamento que condiciona la recepción de las ayudas europeas al respeto del Estado de derecho”. Dicho de otra manera, el respeto al Estado de derecho puede esperar cuando lo más importante es salvaguardar los intereses económicos. 

El analista español recuerda que “Hungría y Polonia ya tienen abierto un expediente por violación grave de los principios democráticos […] Pero está paralizado en el Consejo de la UE desde hace más de dos años por falta de voluntad política de los demás gobiernos”. 

Oliveras cita al historiador Timothy Garton Ash quien alertó sobre el grave peligro que entraña para la UE aceptar en su interior regímenes antidemocráticos. Al referirse a Hungría, los prestigiosos profesores de derecho Petra Bard y Laurent Pech la catalogan como una “dictadura suave”. Tanto en Hungría como en Polonia se ha limitado la libertad de prensa y se han modificado las leyes electorales a favor de los gobiernos de turno. Así mismo, controlan las asociaciones de profesores, culturales y académicas entre otras 

Se ha llegado a un punto tal que la Comisión Europea se vio obligada el pasado 3 de diciembre - de manera tardía- a acordar un ¡plan en defensa de la democracia!!!!!, por la irrigación creciente de la ultra derecha al interior de Europa. 

La situación es similar a la ocurrida previamente a la segunda guerra mundial cuando Europa y Estados Unidos dejaron que el nazismo se extendiera hacia el este en la esperanza que destruyera a la Unión Soviética. Después, no lo pudieron controlar. En aquella ocasión la reacción también llegó demasiado tarde. 


Los europeos deberían aprender de la historia en vez de mirar hacia otro lado cuando el virus del fascismo los está carcomiendo. Estos elementos permiten entender la mediocridad sustentada en la vacilación y el temor como método permanente de acción política de Josep Borrell. 

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