A lo largo de la historia de las relaciones internacionales, el interés nacional ha sido el principal mecanismo sobre el cual se construyen los fundamentos de la política exterior. Aquellos que han logrado darle razón de Estado a esos componentes –elevándose por encima de los vaivenes que suponen los cambios de la contingencia política generada por intereses de partidos o grupos- han podido perseverar en el logro de sus objetivos estratégicos.
Sin embargo, durante un pequeño período de la historia esto no ocurrió así. Fue durante la etapa que inició la revolución de octubre en 1917 en Rusia y que duró hasta la penúltima década del siglo pasado cuando el elemento ideológico se convirtió en el eje sobre el cual giraban las relaciones internacionales en el planeta.