Desde hace buen tiempo vengo alertando respecto del peligro que la agresividad imperialista conduzca al renacimiento de la lucha armada en América Latina como opción para hacer política en los marcos de la democracia representativa, cuando ella misma cierra las posibilidades de participar, mientras -al contrario- eterniza su intención de engañar a los pueblos, usándolo cada cuatro, cinco o seis años para legitimar por vía electoral tal intención. Habría que decir que esta situación sobrepasa los límites regionales como lo atestiguan las recientes acciones del CIRA (Ejército Republicano Irlandés- Continuidad) que había llegado a un acuerdo con el gobierno británico para poner fin al conflicto de Irlanda en 1998, pero que lamentablemente ha decidido reagruparse ante la cada vez más probable salida de Gran Bretaña de la Unión Europea despertando temores respecto de que esta decisión pueda significar un alejamiento de las posibilidades de que el nunca abandonado anhelo de reunificar su país se haga realidad, lo cual ha hecho reaparecer el fantasma del resurgimiento de la violencia en la dividida Irlanda.
Otro tanto pareciera estar emergiendo en América del Sur, región en la que todavía existen grupos guerrilleros que desarrollan la lucha armada en Paraguay. En este contexto, la decisión de un grupo importante de combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarías de Colombia (FARC) encabezados por los comandantes Iván Márquez y Jesús Santrich entraña trascendentales consecuencias políticas no solo para Colombia, también para la región y porque no decirlo, para todo el planeta.
El hecho es de tal significación que -me parece- debe conocerse, estudiarse y analizarse en un marco que supere lo estrictamente emocional e incluso lo ético para penetrar los insondables ámbitos de la política en un plano que supere la coyuntura y se adentre en las repercusiones estratégicas que tal resolución implicará para Colombia y para América Latina y el Caribe.
El estudio del acontecimiento que ha remecido a la sociedad colombiana debe asimilarse a partir de los antecedentes que llevaron a él y el contexto en que se produce. En ese marco, hay que decir que durante todo el proceso de negociaciones que llevaron a la firma en 2016 en La Habana de los acuerdos de paz entre las Farc y el Estado colombiano, hubo y todavía hay una sensación que los medios de comunicación se han encargado de sembrar en relación a que se estaba negociando con una guerrilla derrotada y vencida. Por otro lado, es menester recordar que todo el mundo aceptó que los acuerdos de La Habana fueron el primer paso para la paz, no la consumación de la misma.
Esta situación, además de ser falsa ha creado un ambiente en el que supone que las Farc le “deben” a la sociedad, mientras que el Estado colombiano ha hecho bien la tarea y le ha dado una “oportunidad” a la guerrilla para reinsertarse. No ha sido así: las conversaciones en La Habana se dieron entre dos fuerzas militares beligerantes, ninguna de las cuales pudo derrotar militarmente a la otra, por lo que ambas llegaron a la conclusión de que la guerra (como continuación de la política) no tenía solución en el terreno bélico y se debía buscar una alternativa en el campo del diálogo y la negociación.