La opción de Rusia de reasumir su papel como potencia mundial garante de la paz, la estabilidad y el equilibrio en el planeta vino a trastocar los planes imperiales hegemónicos. Después que en 2011, su pasividad diera rienda suelta a la furia occidental contra Libia, permitiendo la destrucción del país y la vanagloria estadounidense por el asesinato de Muamar Gadafi, Rusia entendió que no podía dejar en manos de otras potencias la posibilidad de contraer decisiones unilaterales en el planeta. Por esto, ha tomado una irrestricta posición de apoyo a la soberanía siria en contra del terrorismo financiado y apoyado por las monarquías suníes, Turquía y la OTAN, así mismo ha respondido con firmeza a las acciones encaminadas a la expansión de la OTAN hacia el este, incluso llegando a fomentar y concretar un golpe de Estado en Ucrania para instalar un gobierno proclive a sus intereses, el cual a cambio, aceptó asimilarse a las acciones guerreristas y agresivas de la OTAN.
La respuesta no se hizo esperar, se puso en marcha una gran campaña mediática encaminada a demonizar a Rusia, unida a sanciones económicas que intentan aislar al gigante euro asiático y que por supuesto, además de afectar a este país, tienen efectos en Europa, no en Estados Unidos. Sin embargo, tales prácticas fracasaron. Las acciones mediáticas occidentales tienen un defecto, sus diatribas se basan en falsedades fácilmente desmontables, mientras que Occidente no ha podido desarmar los argumentos que emiten los medios de comunicación rusos y sus voceros, los cuales, de manera expedita pueden ser comprobables por la opinión pública. De allí los grandes recursos financieros que las economías occidentales tienen presupuestados para contrarrestar la información que Moscú da a conocer a fin de hacer llegar sus puntos de vista a los más recónditos lugares del planeta.
La economía rusa, efectivamente ha sido golpeada, pero ya en este año 2016 ha quedado claro que fue capaz de resistir el golpe, sus autoridades han informado que en 2017 se va a estabilizar y en 2018 va a volver a crecer. Recientemente, el influyente diario londinense Financial Times afirmó que el Presidente Putin ha logrado “un juego de defensa sorprendentemente tranquilo y eficaz” en el manejo de la economía. En un artículo escrito en este periódico, Ruchir Sharma, alto ejecutivo del banco Morgan Stanley, recuerda que la economía rusa tuvo una fuerte caída en 2014 por la abrupta baja de los precios del petróleo, lo cual provocó una disminución considerable del PIB entre 2013 y 2016. Sin embargo, las oportunas medidas tomadas por el gobierno han hecho que la economía comience a reaccionar positivamente, esperando una inflación del 6% para este año después trepó hasta 15% en 2015, todo esto sin afectar el empleo, garantizando la estabilidad económica del país, según la opinión de Sharma.
Pues bien, agotados estos expedientes y ante el indudable fracaso de su política, ahora Occidente y en particular Estados Unidos acudieron, -en el umbral de una nueva Olimpiada- a la infundada acusación de que todos los deportistas rusos recurren a artimañas anti deportivas para obtener sus logros. De todos es sabido que el deporte, hace algunos años, dejó de ser aquello que soñó el inspirador de los juegos olímpicos Pierre de Coubertin, quien pensó que bajo el influjo de la unión y la hermandad, el deporte sin ánimo de lucro y sólo por el deseo de conseguir la gloria, serviría como instrumento para la paz y la amistad entre los pueblos.
Hoy, el deporte es un negocio más, en el que el fraude, la corrupción, el blanqueo de dinero y la obligación de ganar hacen que dirigentes y deportistas, piensen más en obtener la victoria en la competencia por cualquier vía y lucro de las formas más avezadas y contrarias a la ley, que mantener el espíritu que forjó el Barón de Coubertin.
Estados Unidos se dio a la tarea de encontrar puntos débiles al interior del aparato deportivo ruso para montar un entramado que pone en entredicho al conjunto de deportistas de ese país, como si no se supiera que en todos o en casi todos los países y competencias hay personas que, –al igual que en la vida misma- pretenden burlar la ley y, en este caso, violentar los nobles objetivos de competir. Pero, de ahí, a acusar a todos los deportistas de un país y al país mismo, de planear un método que lo lleve a obtener victorias de manera ilegal, sólo puede provenir de mentes enfermas o, tener un claro objetivo político en el contexto que se ha referido con anterioridad.
A nadie se le ocurrió afirmar que en el mundial de futbol de 1994, cuando Diego Armando Maradona fue sancionado por el uso de sustancias prohibidas, todos los futbolistas argentinos y toda Argentina habían incurrido en esa práctica. Tampoco podría decirse lo mismo al observar las sanciones contra quien fuera considerado el mejor ciclista de la historia, el estadounidense Lance Armstrong, despojado de todos sus títulos por uso continuo de sustancias estupefacientes. Eso no involucró ni podía involucrar a todos los extraordinarios deportistas de ese país, ni siquiera a sus más destacados ciclistas como George Hincapie, Greg LeMond, Christopher Horner, Christian Vandevelde o el activo Tejay Van Garderen, tampoco a los miembros del equipo Discovery Channel por el que competía Armstrong. ¿Puede alguien decir acaso que todos los jugadores de beisbol de las Grandes Ligas de Estados Unidos cometen fraude porque algunos de ellos utilizan estas sustancias prohibidas? ¿Se podría acusar a la organización de este deporte o a todos los practicantes del mismo en Estados Unidos por el continuado uso por una minoría de ellos, de componentes no permitidos que año con año se siguen descubriendo? ¿A alguien se le ha ocurrido que la sanción aplicada a María Sharapova pueda ser extendida a todas las tenistas rusas? La respuesta en todos los casos es No.
En el caso que nos compete se trata de hechos aislados, no hay ninguna prueba que demuestre que haya habido premeditación de parte de las autoridades rusas para cometer fraude. Ninguno de sus mejores atletas están involucrados en las acusaciones que hace la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés), ¿por qué entonces, acusarlos a todos?¿ por qué si la decisión de la IAAF (que incluye también a Kenia) no es política, los grandes medios de comunicación ni siquiera hacen mención de este último país?.
En el trasfondo de la decisión que si es política está el presidente de la IAAF, el británico Sebastian Coe que además de haber sido un brillante atleta, doble campeón olímpico, fue miembro del parlamento de su país en representación del derechista Partido Conservador, el mismo de Margaret Thatcher y David Cameron, los mejores socios de Estados Unidos en todas sus tropelías por el mundo. Pero, no sólo eso, Coe ha sido durante 38 años Embajador de la transnacional estadounidense Nike, de la que recibe un salario anual de 142.000 euros, por lo cual fue acusado de conflicto de intereses y se vio obligado a rendir declaraciones ante el parlamento británico, sobre todo después de la concesión del Mundial de Atletismo de 2021, a la ciudad estadounidense de Oregon, sede principal de Nike. Se desconoce si Coe renunció a “ese trabajo” para dedicarse plenamente a la IAAF.
Lo peor no es eso, según una nota de la agencia de noticias Associated Press (AP), fechada el 23 de enero de este año, el gobierno británico ordenó a sus embajadores en todo el mundo presionar a los líderes del atletismo para que votaran por Coe en la elección presidencial de la IAAF. Si el deporte está ajeno a la política como dicen algunos, ¿qué intereses podría tener el poderoso servicio exterior británico en hacer presión para que uno de los suyos, que además es un político conservador, fuera elegido para la más alta autoridad del atletismo mundial? El descaro y la hipocresía de estas instituciones queda patente cuando la AP también informa que la propia IAAF, manifestó que “estaba encantada de que el gobierno británico ayudara a Coe”. El ministro de deportes de la oposición laborista Clive Efford, dijo al respecto que el gobierno de Cameron no debió ejercer presión a favor de Coe y describió la acción como "estúpida y grosera". Por su parte, el ex ministro de deportes, Hugh Robertson, quien trabajó en la campaña de Coe para la presidencia de la IAAF, hizo uso de toda su influencia para intervenir en la elección. En un correo electrónico en el que se quejaba por la lentitud del servicio diplomático británico ante la tarea encomendada y con un tono de suma desesperación advirtió: "Dejaremos caer a Seb".
La IAAF que no es una institución que pueda mostrar un pasado de limpieza y pulcritud gerencial ha guardado silencio ante estos escándalos. La pregunta de rigor sería, si en este contexto, la acusación contra los deportistas rusos, además de tener un claro objetivo político, no es en realidad una cortina de humo para ocultar la corrupción que envuelve la elección y el desempeño de su autoridad máxima y la búsqueda con esta acción, del apoyo necesario de los poderosos para salvar su investidura y su muy dudosa reputación.
A todas estas, el gobierno de Rusia en nombre de su Ministro de Deportes ha manifestado claramente que su país apoya totalmente al Comité Olímpico Internacional (COI) “Rusia es y será socio del movimiento olímpico internacional. Estamos únicamente por el deporte limpio, por la protección a los atletas que se ganan sus resultados con un trabajo honesto". El COI abrió las puertas a la participación de atletas rusos que no hayan dado positivo en las pruebas anti dopaje, tal como se hace con cualquier federación y país del mundo y aceptando el error que puedan haber cometido algunos atletas manifestó con precisión que “"Nosotros, como un país que ha sido culpado de algunas cosas, no nos vamos a hacer los ofendidos". Aunque no haya tenido tanta reseña en los medios de comunicación, vale decir que similar declaración ha hecho el presidente de la federación keniata de atletismo, Jackson Tuwei, al referirse a la posibilidad de que los extraordinarios corredores de medio fondo, fondo y maratón de su país puedan ser excluidos de la cita de Río de Janeiro.