No quiero ser insistente con el tema, pero la “porfiada realidad” como fue llamada por alguien, no deja de confirmar que la construcción de un sistema internacional de balanza de poder sigue avanzando. Hace un año y medio (en abril de 2014) se publicó mi libro en el que argumentaba en ese sentido, y en este lapso, nuevas acciones de los actores hegemónicos corroboran el enunciado.
Durante las últimas semanas, dos hechos vienen a alimentar la hipótesis. En primer lugar el viaje del presidente de China, Xi Jinping a Gran Bretaña en el que se firmaron importantes acuerdos, -impensables hace sólo 10 años- y la reunión en Viena para evaluar una salida a la crisis en Siria, con la participación de Rusia, Irán, Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita, -impensable hace solo un año-.
Más allá de la parafernalia del espectáculo mediático que rodea cualquier visita a un país en el que la monarquía juega un papel protagónico, muy superior al de los líderes políticos, el presidente Xi tuvo una extraordinaria acogida en Gran Bretaña, a pesar de su subordinación extrema a Estados Unidos en temas de la esfera internacional. Las máximas autoridades del Estado chino y del gobierno británico establecieron una “asociación estratégica a nivel global para el siglo XXI” en áreas que van desde la internacionalización de la moneda china, el renminbi (RMB) o yuan y el libre comercio, hasta la ciber seguridad, la protección de la propiedad intelectual y el cambio climático. La visita se desarrolló en un clima de amistad y calidez muy distante del frío recibimiento que tuvo Xi en Estados Unidos durante el mes de septiembre. Así mismo el Reino Unido reafirmó su respaldo a la inclusión del RMB en la cesta de derechos del Fondo Monetario Internacional y anunció su intención de incrementar su empleo en las transacciones bilaterales. De igual manera, Beijing y Londres ajustaron procedimientos sobre un estudio de viabilidad a fin de establecer vínculos entre las Bolsas de Shanghái y Londres.
En otro ámbito, los dos países firmaron acuerdos comerciales por un monto superior a los 60 mil millones de dólares en las esferas energética y de transporte, entre otras. En esa materia, lo más destacado es el financiamiento por parte de China de una tercera parte de la primera central nuclear que construye el Reino Unido desde 1995. La potencia asiática participará en este proyecto en conjunto con el gigante energético francés EDF. En el transcurso de la visita, el presidente Xi y el primer ministro Cameron también llegaron a acuerdos para una inversión china en los sectores gas y petróleo en asociación con las empresas británicas Rolls Royce y British Petroleum (BP). De igual manera China estará presente en la renovación y puesta en funcionamiento nuevamente de la central de Hinkley, paralizada desde hace algunos meses y el diseño y construcción de la de Essex con una participación del 66,5%.
Estos acuerdos, -que siembran perspectivas de un equilibrio mundial de otro tipo entre potencias globales, en este caso dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU-, resultan inverosímiles si nos atenemos a la dinámica de la confrontación retórica que ambos países tienen en otros escenarios del enfrentamiento estratégico como el Medio Oriente. Steve Hilton, ex asesor político de David Cameron, en una entrevista con la BBC llegó a caracterizar los acuerdos como “una de las mayores humillaciones internacionales a las que hemos asistido”, sobre todo por las acusaciones occidentales a China como país que practica el espionaje electrónico.
Así mismo, sin tener tanto impacto, pero con acuerdos de similar trascendencia se han producido en días recientes las visitas a China de los Jefes de Estado de dos de los principales aliados de Estados Unidos en Europa: el presidente de Francia, François Hollande y la Canciller Federal de Alemania Angela Merkel.
Por separado, en otro escenario, también se ha producido un acontecimiento que es expresión del nuevo orden mundial que nace. Durante los pasados jueves 29 y viernes 30 de octubre, se desarrolló en Viena, el intercambio más amplio jamás habido entre países directa o indirectamente implicados en el conflicto sirio. La novedad es la aceptación por Estados Unidos y sus adláteres Turquía y Arabia Saudita de la ineludible presencia de Irán. En el evento también participaron representantes de Francia, Alemania, la Unión Europea, China, Irak, Catar, Líbano, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Omán, así como el emisario especial de la ONU para Siria, Steffan de Mistura.
Es evidente que el cambio de posición de Estados Unidos tuvo que ver con el auge de las acciones del ejército sirio en el terreno de los combates y el éxito de las operaciones aéreas de Rusia en la lucha contra el terrorismo. En este trazado, hoy también resulta imposible obviar el papel trascendente de Irán y del movimiento libanés Hezbollah en el apoyo político militar y económico al gobierno de Bashar El Assad. De ahí, la presencia de la nación persa en las conversaciones de Viena.
El giro de Estados Unidos, que en el pasado había negado toda injerencia de Irán en la búsqueda de una salida negociada al conflicto sirio, supone un cambio significativo en la geopolítica del Medio Oriente y, en general en el ámbito global. Ello ha conducido a un malestar entre los aliados de Estados Unidos en la región: paradójicamente los otrora adversarios Israel y Arabia Saudita. Sin embargo, es importante decir que esta decisión no ha sido una concesión gratuita a Irán. Los persas lo han ganado con su firme resistencia ante la agresión a la que ha sido sometido durante los últimos años y su irrestricto apoyo a Siria, Irak, Palestina, Yemen y Líbano, creando una nueva correlación de fuerzas en la región que ha hecho impensable tomar decisiones sin contar con su opinión.
Estados Unidos parece haber escuchado a Henry Kissinger quien en su libro más reciente “World Order” (Orden Mundial), publicado en septiembre de 2014 opina que las diferencias culturales entre distintos países y regiones deben ser sorteadas, a fin de buscar consensos que sean aceptados por todas las partes. Este consenso debe ser tomado a partir de la aceptación de que las diferentes culturas entiendan el orden como base de las relaciones internacionales.
Respecto del Medio Oriente, Kissinger señala que esta es la región más complicada para lograr el anterior desafío y que para establecerlo, se debe organizar un orden regional sustentado en el islam y hacerlo compatible con la paz y la estabilidad en todo el mundo, considerando que el planeta aún no se pone de acuerdo respecto del orden internacional del futuro. Con relación a Irán, el ex Secretario de Estado durante el gobierno de Richard Nixon, expone que éste es un Estado moderno, que ha aceptado jugar con las reglas internacionales vigentes.
Sugiere sin embargo, que Occidente no debería intentar establecer de manera ideal una “cruzada por la democracia” a partir de su propia visión de ella. En ese sentido, recomienda tomar en cuenta que otras regiones del mundo tienen sus propias definiciones respecto de los conceptos de legitimidad y poder. Todo esto, debería conducir a elaborar estrategias que lleven a objetivos realizables en pos de dirigir la política internacional hacia el equilibrio. El gobierno de Obama tradujo estas propuestas como “smart power” o “poder inteligente”, entendido como la combinación entre el poder blando (soft power) y el duro (hard power).
Lo que Kissinger está planteando es que, resulta imposible suponer que los valores culturales y políticos de Occidente puedan ser impuestos a los pueblos árabes y musulmanes únicamente por vía de la fuerza, y que solo una adecuada amalgama de instrumentos políticos, económicos, diplomáticos y militares les puede permitir lograr los objetivos. Por cierto, el fin último para Kissinger es conservar el poder de Estados Unidos como potencia hegemónica mundial.
Es decir, la estrategia no varía, pero debe modificarse la táctica y, en ese sentido, es que puede explicarse el acuerdo sobre el programa nuclear iraní y la invitación a éste para que participara en las conversaciones de Viena. Vale un paréntesis, para decir que esto es también lo que explica el cambio de política de Estados Unidos respecto a Cuba.
Este marco, nos da la pauta de que para Kissinger, la balanza de poder es una obligación de Estados Unidos si quiere sostenerse como máxima potencia mundial y apela a la flexibilidad de todos los actores, incluyendo del propio Estados Unidos, toda vez que le atribuye a éste el rol de principal responsable del mantenimiento de la balanza.
En su visión hegemónica, Kissinger apunta a la creación de una cultura y una justicia global que debe ser aceptada por todos y en la que deben coexistir todos. Sorpresivamente, apunta hacia el objetivo de “alcanzar el equilibrio, restringiendo mientras tanto a los perros de la guerra”.
Que una voz tan autorizada en el establishment estadounidense y global recurra a estas definiciones, sólo puede ser entendido como la aceptación de que un nuevo orden mundial está emergiendo, que las imposiciones unilaterales a través de la fuerza no tienen cabida en el futuro, y que las resistencias que ello pueda generar conducen a un debilitamiento estratégico del poder “único” de Estados Unidos. Es la admisión del concepto del “equilibrio por obligación” como se denomina el capítulo 14 de mi libro. Pero, otra cosa piensa Rusia, otra cosa piensa China y otra cosa debemos pensar los latinoamericanos si queremos sobrevivir en el mundo del futuro.