En la introducción de su libro “Auge y caída de las grandes potencias”, el historiador británico Paul Kennedy expone que su investigación refiere a la interacción entre economía y estrategia en la medida que las potencias luchan por aumentar su riqueza y poder para “llegar a ser (o por seguir siendo) ricos y fuertes”. Kennedy explica que en los últimos cinco siglos, la victoria y el éxito de cualquier poder planetario o el desplome de otro, ha sido consecuencia de largas luchas en el terreno militar, pero de la misma manera, en el desarrollo de estos fenómenos contradictorios ha ejercido gran influencia el uso más o menos eficaz de los recursos económicos y productivos del Estado en el momento de la contienda bélica de una parte, y de otra, la forma en que la economía de ese Estado había optimizado o declinado en relación con la de otras potencias que también han ejercido liderazgo en el período precedente.
En el marco de las relaciones internacionales, los especialistas no se han puesto de acuerdo en cuanto a la periodización posterior al fin de la guerra fría y el mundo bipolar. Como he dicho en otras ocasiones, después de la desaparición de la Unión Soviética, el mundo vivió durante los últimos años del siglo pasado una década de caos en que pugnaron la intención de Estados Unidos de imponer un mundo unipolar y el interés de la mayoría de la humanidad de avanzar hacia un sistema multipolar de cooperación y paz. Esta contradicción solo pudo resolverse a favor de la potencia norteamericana tras las acciones terroristas del 11 de septiembre de 2001, que permitieron a Estados Unidos forzar la unipolaridad. Todo comenzó a marchar acorde los compases de la orquesta que se dirigía desde Washington hasta que la crisis económica y financiera que estalló en 2008 paralizó esa historia que según Fukuyama había llegado a su fin.