Tal vez no haya habido un hecho tan esclarecedor de cómo se dirige la política exterior de Estados Unidos en el último tiempo que su respuesta a los ataques de la resistencia yemení en contra de las refinerías de Arabia Saudita aunque en general la forma como ha manejado sus decisiones respecto del Medio Oriente son expresión de la perturbación que agita a la Casa Blanca, la irracionalidad en la conducción y los desvaríos de su principal inquilino.
Lo preocupante de todo esto es que tales acciones tienen implicaciones en el escenario internacional y por tanto incide en la vida de miles de millones de ciudadanos de todo el mundo que tienen que vivir en la más completa incertidumbre porque en cualquier momento lo pueden agredir, bombardear, bloquear y/o sancionar. Lo más terrible es que el sistema internacional se ha mostrado incapaz de detener los dislates del presidente estadounidense y el poder que él encarna. Es verdad que Rusia y China han logrado impedir en el Consejo de Seguridad que la ONU le de legalidad a estos hechos, pero ante la imposibilidad de sojuzgar a otros pueblos a través de la razón, Estados Unidos se ha aferrado a la fuerza como instrumento principal de su política exterior.