En 2011, mucho antes de incorporarse a la política activa, Donald Trump en un tweet, afirmó que China era el enemigo de Estados Unidos y que su objetivo era destruirlo. Así mismo, en una ocasión posterior aseguró que: "En el ámbito comercial, los chinos son unos tramposos". Un año después, en 2012 comentó que: "El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer que la manufactura de Estados Unidos no sea competitiva". Aunque cuatro años después “confesó” que esto último había sido una broma, los antecedentes mencionados son expresión de una predisposición manifiesta en contra de China.
Ya en la campaña presidencial de 2016, Donald Trump comenzó a culpar a China de ser responsable del déficit comercial de Estados Unidos y del desempleo creciente debido a la fuga de las compañías estadounidenses hacia el país de Asia, prometiendo “mano dura” frente a Beijing, anunciando la imposición de un impuesto del 45 % a los productos procedentes de China.
Era evidente que los tempranos anuncios proteccionistas y nacionalistas de Trump estaban dirigidos contra China, a quien responsabilizaba de la globalización y de los problemas económicos y sociales de Estados Unidos, obviando que el problema se había generado a partir de la deslocalización de las empresas estadounidenses y su ubicación en países donde había menores costos de producción, lo cual les permitía maximizar el lucro. En el país, las grandes empresas también incrementaban sus ganancias exponencialmente simultáneamente con la disminución de los salarios. Al mismo tiempo, China mostraba una economía boyante con altos niveles de crecimiento que incluso le permitieron enfrentar exitosamente la crisis de 2008 y hacer una contribución importante para que la misma fuera superada en el planeta.