Caracas, julio 29 de 2020.
Desde muy temprana edad, Fidel Castro fascinó multitudes por una imanada elocuencia que deslumbraba a los que lo escuchaban. Sus discursos devenidos en pedagogía revolucionaria a partir de enero de 1959 permiten conformar y dar continuidad al hilo histórico de la Revolución Cubana. Sería muy difícil establecer una alocución mejor que otra en términos retóricos, pero en cuanto a contenido se refiere, hay algunas que marcaron pauta y definieron el curso de Cuba y de la vida de su pueblo.
Uno de ellos -entre los más trascendentales a mi juicio- es el pronunciado el 5 de diciembre de 1988 en la Plaza de la Revolución de La Habana, en la conmemoración del 32 aniversario del desembarco del Granma, fecha considerada fundacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Esta proclama, esclarecida en su esencia y notable en su dimensión, encarna el valor de la erudición, la memoria de la lealtad, la confianza en el futuro, la fuerza de los momentos difíciles y la felicidad en la victoria que Fidel siempre supo transmitirle a su pueblo.
Al explicar los avatares de la misión internacionalista del pueblo cubano que condujo a la derrota total del ejército sudafricano en la batalla de Cuito Cuanavale en el sureste de Angola, la cual trajo consigo el fin de la oprobiosa ideología del apartheid en toda África, el comandante en jefe de la Revolución Cubana selló sus palabras con dos frases: "Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo".