Es sabido que las oligarquías, que emergieron de la implantación por la fuerza del sistema colonial a partir de la represión, la violencia y el genocidio de millones de habitantes originarios de estas tierras, hubieran preferido seguir sujetas a las metrópolis. Pero, también es cierto que a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX una pléyade de hombres y mujeres se levantaron y lucharon por emancipar e independizar las naciones que habían surgido del pasado colonial. No obstante ello, una vez obtenida la independencia, estas oligarquías se apropiaron de los nuevos Estados para imponer modelos neocoloniales que con el paso del tiempo derivaron en la supremacía y el control de Estados Unidos sobre la región, lo cual también fue bien recibido por estas élites entreguistas y subordinadas.
Los avances de los últimos años (más allá de los vaivenes electorales que impone la democracia representativa) signados por las luchas de los pueblos para generar gobiernos autónomos, defensores de la soberanía y de la integridad territorial y que reivindican su auto determinación política, económica y social, han dado un campanazo de alerta en la vieja Europa y, particularmente, en España, cuyas élites –independientemente de su orientación política- se han propuesto recuperar de cualquier forma el espacio perdido.