En
el mes de julio de 2010, el gobierno de Venezuela se vio obligado a romper
relaciones con Colombia, ante la última y peligrosa ofensiva política
internacional de Álvaro Uribe como presidente del hermano país. En los días
posteriores fui varias veces convocado a expresar mi opinión privada y
públicamente en los medios de comunicación, en los que una y otra vez se hacía
sentir la incertidumbre respecto del futuro, por lo que la pregunta siempre
presente fue qué iba ocurrir cuando Juan Manuel Santos asumiera la presidencia
sólo unos días después, el 7 de agosto de ese año.
Invariablemente
respondí que en ese momento había que evitar el conflicto, que la acción de
Uribe apuntaba a la búsqueda de la confrontación, que la misma estaba certificada
en Washington y que todo iba a cambiar cuando el Presidente Santos asumiera el control
del país, por lo que era fundamental mantenerse en alerta, no caer en provocaciones
y esperar la citada fecha para la transmisión del mando.
Por
suerte para ambos pueblos, llegamos indemnes al 10 de agosto. El presidente
Chávez viajó a Santa Marta y se inició una nueva etapa en las relaciones entre
los dos países. Invariablemente también fui criticado por ciertos
fundamentalistas que cuestionaban mi posición, en torno a que Santos no era
Uribe y por tanto, no iba a haber continuidad en cuanto a la posición de Santos
respecto de la relación con Venezuela.
Ha
sido favorable que ello ocurriera. Hoy, cuando desde la “oposición” Uribe
arremete por igual contra Chávez y Santos me han venido a la memoria aquellos
difíciles días de julio y agosto de 2010. Nadie es adivino, pero la teoría
científica enseña que siempre en
política hay que hacer análisis desde el punto de vista de los intereses de
clase. Y, aunque ambos presidentes
colombianos son de derecha, aliados de Estados Unidos, vinculados a la
represión contra el movimiento obrero y campesino y cómplices de la invasión a
Ecuador, no son la misma cosa, porque su origen de clase es distinto.
Uribe
es hijo de latifundistas, que en defensa de sus intereses recurrió al narcotráfico
y al paramilitarismo, representa a una derecha fundamentalista, que pretende
salvar la civilización de sus males y que entiende al Estado sólo como un
aparato que permite, desde el poder, mantener sus objetivos, incluso pasando
por encima de la ley.
Santos,
proviene de la más rancia oligarquía bogotana (la más exitosa de América latina
desde la Independencia), es pragmática y le interesa asaltar el Estado para
maximizar ganancias y mantener exitosamente el status quo. En medio de la
profunda crisis que afectaba a Colombia por la inexistencia de relaciones con
Ecuador y Venezuela, Santos fue elegido para resolver ese problema y devolver
la gobernabilidad que la irracionalidad uribista había llevado a Colombia.
Tiene
mentalidad de largo plazo, sabe que gobierna para una clase que pretende
perpetuar el poder, a la que Uribe podría llevar al precipicio, y, finalmente, en
lo más profundo de su ser, repudia a ese narcotraficante y paramilitar…aunque
ambos sean de derecha.
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