Hacer una valoración sobre el papel de las fuerzas de izquierda en la América Latina después de las elecciones en Venezuela, entraña un verdadero reto que obliga a realizar una revisión conceptual del término “izquierda” toda vez que, desde mi perspectiva, es una definición caduca y descontextualizada que no refleja la realidad actual por lo cual conduce a errores que no permiten llegar a conclusiones acertadas.
Debe recordarse que el moderno término “izquierda” proviene de la revolución francesa cuando se relacionó con opciones políticas que propugnaban un cambio político y social, mientras que el término "derecha" quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios. El lugar donde se sentaban los diputados que apoyaban o no, leyes a favor o en contra de la monarquía en las sesiones de la Asamblea Nacional de Francia en tiempos de la revolución de 1789, marcaron para el futuro una concepción que respondía a las condiciones del debate que se producía en esa época revolucionaria, pero que no tienen vigencia alguna en el mundo de hoy cuando tras 230 años se han producido profundas transformaciones económicas, políticas y sociales en el planeta que han significado mutaciones en el devenir de la acción y el pensamiento político.
En este ámbito, se debe considerar que el basamento fundamental sobre el que se sustentaba el pensamiento revolucionario de aquella época eran las ideas republicanas y la democracia por oposición a la monarquía y el absolutismo. La burguesía naciente encarnaba las ideas de progreso, libertad, igualdad y fraternidad, algunas de las cuales también están caducas, no porque hayan perdido validez, sino que, por haberlas despojado de su contenido transformador, resultan vacuas y excluyentes.
El término fue evolucionando con el tiempo, comenzó a vincularse con el liberalismo y posteriormente con el socialismo democrático y el laborismo hasta llegar al socialismo científico de Marx y Engels. Así mismo, a la izquierda se le comenzó a asociar con las luchas sociales de los obreros en favor de mejores condiciones de vida y trabajo. En los siglos XIX y XX las ideas de izquierda se asociaron a la de revolución y la lucha de clases contra toda explotación y alienación de los trabajadores y los pueblos, pero también, a las de reformismo en un debate inacabado que aún hoy tiene presencia y no solución.
De la misma manera, el paradigma de progreso y el progresismo como su consecuencia -tan en boga en la actualidad- tuvo su origen en la Europa occidental también en el siglo XIX. Se le asoció indistintamente con revolucionarios y reformistas en tanto unos propugnaban una transformación estructural de la sociedad capitalista, y otros, solo algunas variaciones que condujeran a mejoras en el marco del sistema.
Debe decirse que toda esta terminología ha ido evolucionando en el tiempo (en particular la relacionada a los conceptos de izquierda, revolución, reforma, y progreso) cuyo origen -como se dijo- se remonta al siglo XIX. En ese período, la revolución industrial, la consolidación del capitalismo como sociedad de clases triunfante y su victoria frente al feudalismo en la llamada guerra civil de Estados Unidos a mediados de esa centuria conduciendo a su transformación en primera potencia mundial (antes de que finalizara ese siglo), devinieron en el arraigo de la burguesía como clase dominante que se ubicaba ahora a la derecha del espectro político.
A. partir de la oleada revolucionaria en Europa en 1848 que definió con claridad a la oposición de izquierda desde la perspectiva de la defensa de los intereses del movimiento obrero, el progresismo dejó de ser revolucionario para orientarse claramente hacia el reformismo.
En esta medida, el modelo de democracia liberal de carácter representativo se impuso como instrumento de lucha de la burguesía mientras fue revolucionaria en su lucha contra la monarquía y el absolutismo. Doscientos años después, sigue siendo lo mismo: una herramienta del poder burgués. Eso no ha cambiado, solo que ahora se utiliza contra el pueblo y los trabajadores y, en general a favor de mantener la exclusión y la utilización del Estado en beneficio de una minoría. La lucha por la democracia y la soberanía popular y por la democratización permanente de la sociedad obliga a ampliar el concepto. No basta con que la democracia sea solo representativa, debe ser además participativa, consultiva y debe garantizar el protagonismo y el ejercicio del poder popular.
Este debate, colocado en el mundo del siglo XXI y específicamente en América Latina, supera lo estrictamente conceptual, toda vez que obliga a países, gobiernos, parlamentos, partidos y movimientos sociales a definiciones concretas respecto del devenir de los hechos que conforman el escenario político actual.
Se podría establecer el análisis a partir de los acontecimientos revolucionarios más trascendentes desde el fin de la segunda guerra mundial en la región: son ellos la revolución cubana en 1959, la victoria de salvador Allende en Chile en 1970 iniciando un proceso pacífico de transformación de la sociedad, la revolución sandinista en 1979 y la bolivariana iniciada en 1999. El posicionamiento de las izquierdas en cada una de ellas respondió a las circunstancias propias del momento y a la situación histórico-concreta de la época.
La revolución cubana y el proceso de la Unidad Popular en Chile se produjeron en el momento más álgido de la guerra fría y de la insurgencia de los movimientos de descolonización y liberación del tercer mundo que darían nacimiento al Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) instalando la bipolaridad en América Latina y el Caribe y obligando a las organizaciones políticas y sociales a definirse en el escenario que esos hechos generaron. La revolución sandinista ocurrió en una de las situaciones de mayor reflujo en la historia del movimiento popular latinoamericano, dando impulso a las luchas de liberación nacional, antifascistas y antiimperialistas en todo el continente. La revolución bolivariana dio inicio en un momento de ofensiva neoliberal imperialista, generando un punto de inflexión para los combates en favor de la segunda independencia y el avance hacia la integración latinoamericana y caribeña.
Las “izquierdas” -en cada caso- se fueron acomodando a las circunstancias que estos hechos revolucionarios producían en la región. Por supuesto, también respondieron a condiciones locales. Cada uno de estos procesos radicalmente transformadores condujo a nuevos acomodos, algunos de ellos bastante traumáticos sobre todo porque resultaron inesperados para las fuerzas de izquierda que se alineaban alrededor de ideas prosoviéticas, trotskistas, maoístas, anarquistas y otras, en boga en el siglo XX. Vale decir, por ejemplo, que la corriente de izquierda dominante en el siglo pasado, que emanaba de la lealtad y vinculación partidista con la Unión Soviética, no apoyó y hasta estuvo en contra de las revoluciones cubanas y sandinista que se produjeron cuando todavía el mundo se organizaba desde una perspectiva bipolar. Los procesos triunfantes en Cuba y Nicaragua no respondían a esa lógica, eran movimientos de liberación nacional arraigados en ideas nacionalistas y revolucionarias propias (Martí y Sandino) bastante desconocidos y alejados de la discusión de la izquierda tradicional de la región.
Todas las fuerzas de izquierda, socialistas y revolucionarias, hasta los comunistas, no sin resistencias, corrieron a incorporarse a la nueva ola revolucionaria de izquierda que estos hechos históricos significaron. Casi unánimemente, con algunas salvedades, sobre todo de algunos sectores trotskistas, dieron su soporte a la novedad que emanaba de victorias populares en el “patio trasero” del imperio… y que se habían logrado sin el patrocinio de la Unión Soviética e incluso con su oposición. Ambos procesos en su momento, significaron fuertes impulsos a la lucha y a la unidad de la izquierda.
La revolución bolivariana se produjo en otro contexto y en otras circunstancias, tres de ellas muy importantes: en primer lugar, ya no existía el mundo bipolar y Estados Unidos campeaba a sus anchas en el planeta. Segundo, no emanó de una guerra revolucionaria de liberación nacional ni de una insurrección popular armada sino que llegó al poder por vía electoral, (tal como lo había hecho la Unidad Popular con Salvador Allende en Chile en la década de los 70 del siglo pasado) derrotando a todo el entramado de control imperial que por cuarenta años se había entronizado en Venezuela. Finalmente, a diferencia de las anteriores, el proceso bolivariano no fue conducido por organizaciones políticas ni líderes encumbrados a partir de la lucha armada revolucionaria, sino que por una organización naciente con un líder procedente de las fuerzas armadas del régimen imperante que salió de él para llevar al pueblo a la victoria.
Tal escenario, una vez más, llevó al reacomodo de las fuerzas de izquierda, pocas fueron las que desde un primer momento confiaron en el impulso revolucionario que el comandante Hugo Chávez le dio a las fuerzas patrióticas del país. Apegados a cierto conservadurismo teórico, la mayoría no observaba con buenos ojos que un militar derivado de las fuerzas armadas, pudiera desencadenar y liderar un proceso de transformación revolucionaria y cultural de la sociedad.
En esas condiciones se comenzó a desarrollar el proceso bolivariano. Largo sería mencionar todos los hitos por los que debió transcurrir y no es objetivo de este trabajo hacerlo. Solo decir que el asombro inicial, fue dando paso a la simpatía y de esta a un apoyo que pareció tener su verificación en el hecho de que, en abril de 2002, Estados Unidos organizó, financió y estructuró un golpe de Estado para derrocar al Comandante Chávez.
El hecho, que determinó opiniones encontradas en lo que hasta ese momento se denominaba izquierda latinoamericana, dio paso al estupor cuando por primera vez en la historia de la región una alianza del pueblo con los militares dio cuenta de la intentona y en menos de 72 horas repusieron al comandante Chávez en el poder. De ahí en adelante, las variopintas “izquierdas” ya no sólo apoyaban, sino que buscaron cobijo y hasta financiamiento en este poderoso país que, a diferencia de Cuba, Nicaragua, sostenidas por el heroísmo y la resistencia de sus pueblos, contaba con la mayor reserva de petróleo del mundo, misma que el Comandante Chávez quiso poner al servicio de la liberación de los pueblos.
Aparecieron “genios de la izquierda” (sobre todo intelectual), de toda la región y del mundo, que sabían de todo pero que habían hecho poco y nada en sus países solicitando “aportes” para los más inverosímiles proyectos a cambio de “salvar a Venezuela”. Ofrecían sus “brillantes e “imprescindibles servicios” para hacer lo que los venezolanos supuestamente no sabemos, que parecía que era casi todo. Contrastan con la impecable vocación internacionalista de Cuba y de algunos luchadores revolucionarios que de forma modesta, silenciosa y solidaria han venido a apoyar en serio a Venezuela.
No se daban cuenta que el pueblo venezolano hizo una revolución y la ha sostenido en las barbas del imperio, mientras que ellos se han limitado a escribir unos cuantos libros y artículos resultando insignificantes personajes en sus propios países. Esa “fauna” constituida por lo que podría denominarse “mercenarios de izquierda” formaron y aún forman parte del oportunismo que es también un eslabón de este amplio espectro que configura la llamada “izquierda” del siglo XXI. Desde el año 2000, han saltado de proceso en proceso en América Latina, en algunos casos con gran éxito sobre todo para sus bolsillos.
CONTINUARÁ
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