Sergio Guerra Vilaboy
El 9 de diciembre de 1824, hace ahora 200 años, el general Antonio José de Sucre, a las órdenes de Simón Bolívar, obtuvo el memorable triunfo de Ayacucho sobre las fuerzas militares del Virrey del Perú José de la Serna. Este suceso trascendental de la historia latinoamericana, que marcó el fin del colonialismo español en la masa continental, es el tema del nuevo libro del internacionalista venezolano Sergio Rodríguez Gelfenstein titulado con una frase del propio Libertador: Ayacucho, la más gloriosa victoria del Nuevo Mundo.
La obra que presentamos llega en un momento muy oportuno, en medio de las conmemoraciones del bicentenario de aquella colosal contienda que selló en forma irreversible el ciclo de la liberación abierto por la revolución haitiana. Resultado de una rigurosa investigación histórica y con sólida factura analítica, el libro, desgranado a lo largo de casi ciento sesennta páginas, no se limita a evaluar la trascendencia de aquella batalla, sino también redescubre la trama de toda esta legendaria etapa conclusiva del proceso emancipador de Nuestra América.
Sergio Rodríguez Gelfenstein posee una sólida formación académica y una larga experiencia profesional como investigador, docente, consultor y analista, que junto a su talento como escritor le ha permitido construir este texto con mucha calidad y frescura. Licenciado en Estudios Internacionales, magister en Relaciones Internacionales y doctor en Estudios Políticos, cuenta en su hoja de vida con diversas distinciones y condecoraciones, entre ellas el Premio Nacional de Periodismo 2016 de Venezuela. Ha sido asesor para la elaboración de la Agenda Estratégica de Política Exterior del Ecuador 2009-2010, coordinador de Relaciones Internacionales del Gobierno de Chiapas (México), director de Relaciones Internacionales de la Presidencia de Venezuela, asesor de la dirección de Telesur, embajador de Venezuela en Nicaragua y recientemente docente Invitado del Centro de Estudios Globales y de la Escuela de Posgrado de la Universidad de Shanghái (China).
Tiene en su haber una veintena de magníficos libros y cientos de esclarecedores ensayos y artículos de opinión, como los que da a conocer por diferentes medios digitales todas las semanas, con sus fundamentadas opiniones sobre temas de palpitante actualidad. Las celebraciones por el bicentenario de la emancipación de América Latina lo han llevado desde hace algún tiempo a incursionar en el campo historiográfico, también con gran éxito, como lo prueban sus últimas obras impresas: La controversia entre Bolívar e Irvine. El nacimiento de Venezuela como actor internacional (2018); Un monumento entre las naciones más cultas. Los tratados de Trujillo y el encuentro entre Bolívar y Morillo en Santa Ana (2020); Manuel Rodríguez en tres tiempos (2020), de la que fue compilador, y La marcha majestuosa. El encuentro entre Bolívar y San Martín en Guayaquil (2022).
Para suerte de sus lectores, tampoco ahora ha dejado pasar la oportunidad de entregarnos sus meditadas reflexiones históricas, militares y políticas, que nos permiten comprender en su justa dimensión el contexto, desarrollo y significado de la batalla de Ayacucho. Escrito para ser leído con facilidad, solo incluye las citas indispensables para entender la historia, acompañadas de mínimas referencias bibliográficas, inevitables desde la perspectiva académica, que se complementan con un exhaustivo listado bibliográfico general.
Vertebrada en trece capítulos, los tres primeros están dedicados a valorar la situación internacional a principios de la década del veinte del siglo XIX, donde nos revela tanto la compleja correlación de fuerzas entre las potencias de la época y sus contradicciones, como el propio panorama continental y las primeras acciones diplomáticas de Colombia. En ese terreno, el autor hace gala de su dominio de la política internacional al explicarnos la compleja situación de aquel momento histórico, con especial énfasis en la estrategia liberacionista de Bolívar y su meditada política de alianzas, enfocada en culminar la emancipación y evitar la posibilidad de que España pudiera organizar una expedición de reconquista con el apoyo de la Santa Alianza. No en balde el Libertador escribió que creía imperdonable “dejar una puerta abierta tan grande como la del Sur, cuando podemos cerrarla antes que lleguen los enemigos por el Norte”.[1]
El capítulo IV está consagrado a explicar el anárquico escenario peruano que encontró Bolívar tras su desembarco el 1° de septiembre de 1823, precedido por las avanzadas comandadas por Sucre. Como muy bien se explica en la obra con profusión de detalles, el Libertador debió enfrentar un clima generalizado de desaliento, provocado por sucesivas derrotas militares de los generales rioplatenses y peruanos, junto al recrudecimiento de las luchas políticas, exacerbadas por las rivalidades entre José de la Riva Agüero y el marqués de Torre Tagle. Por eso, Bolívar consideró, casi al entrar en Lima, que “este país requiere una reforma radical o más una regeneración absoluta”.[2]
A continuación, en el siguiente capítulo, el autor aborda los preparativos de la ofensiva final bolivariana para sacar al país de ese atolladero, ahondado desde la salida el año anterior del Protector de la Libertad del Perú: José de San Martín. Otra manifestación de la extrema debilidad en que se encontraba la República peruana, recién proclamada tras la “abdicación” –así la calificó José Martí– del general San Martín, fue el amotinamiento de la guarnición rioplatense-chilena de el Callao, el 5 de febrero de 1824 –que exigía su repatriación inmediata–, y que trajo aparejado tres semanas después la recuperación realista de esa estratégica fortaleza y de la propia ciudad de Lima.
Ese fue el momento crítico de toda la campaña militar del Perú, cuando incluso llegó a valorarse la retirada del ejército colombiano. Nombrado dictador de la recién nacida República Peruana por el congreso limeño, en un gesto desesperado antes de disolverse, el Libertador, gravemente enfermo en Pativilca, parecía agonizar junto con la propia causa patriota. Además, los recursos de Colombia no llegaban en la cantidad suficiente, ante la ruina de Venezuela y la resistencia de las élites neogranadinas, que contaban en Bogotá con la complicidad del vicepresidente Francisco de Paula Santander, lo que se explica en la obra con toda claridad.
Para revertir esta tendencia negativa, prosigue el valioso texto que presentamos a los lectores, entre marzo y abril de ese año Bolívar estableció su cuartel general en Trujillo –declarada capital provisional del Perú– y después en Huamachuco. Recuperado de la enfermedad que la había puesto al borde de la muerte, el Libertador, con desbordante optimismo, se consagró a la conversión del Norte peruano en la base del “ejército unido de la América Meridional”,[3] nutrido ex profeso de combatientes de todos los territorios hispanoamericanos, entre ellos más de dos mil soldados negros, antiguos esclavos, procedentes de Colombia.
El sexto capítulo aborda la extraordinaria victoria obtenida por el propio Libertador en las pampas de Junín, el 6 de agosto de 1824, sobre las fuerzas interpuestas por el general español José Canterac. Como resultado de este aplastante triunfo, explica Sergio Rodríguez Gelfenstein en el siguiente apartado, denominado “Preludio de glorias mayores”, que se produjo el obligado repliegue realista hacia el Cusco y la reconcentración de fuerzas enemigas en las impresionantes alturas andinas.
Todos los capítulos que vienen después están dedicados a desmenuzar los sucesos relacionados directamente con Ayacucho. El séptimo está dedicado a la descripción geográfica del escenario de los acontecimientos, mientras el octavo trata sobre la preparación del choque decisivo entre realistas y patriotas. A continuación se adiciona una especie de paréntesis en el epígrafe IX, contentivo de la síntesis biográfica de Antonio José de Sucre, que resalta sus excepcionales cualidades de jefe militar destinado a triunfar en la más famosa batalla de la historia de América. Prosigue el autor con el pormenorizado relato de la aproximación al lugar de los acontecimientos (capítulo IX), para cerrar de forma magistral su descripción y análisis con los prolegómenos, desarrollo y resultados de Ayacucho (capítulos X y XI).
En el penúltimo epígrafe se evalúa la política seguida por Bolívar, al acercarse el fin de la guerra de independencia, en favor de la unidad de las emergentes repúblicas hispanoamericanas. Por ello, dos días antes de Ayacucho, el Libertador envió desde Lima a sus homólogos de la América Meridional las invitaciones al Congreso de Panamá, donde esperaba conseguir la máxima cooperación posible para consolidar las nuevas naciones, impedir la reconquista española y respaldar la liberación de Cuba y Puerto Rico, piezas claves en su proyecto integrador de matriz mirandina. No por casualidad, el ya nombrado Gran Mariscal de Ayacucho, tras su memorable triunfo en el tablero formado por las cumbres y abismos de Ayacucho, en plena sierra de Los Andes, y conseguida la liberación del Alto Perú que fue su consecuencia inmediata, escribió a Bolívar desde La Paz, el 4 de marzo de 1825: “En todo abril se habrá acabado esta fiesta y veremos de qué nos ocupamos por la Patria. Tal vez La Habana es un buen objetivo”.[4]
Ayacucho, la más gloriosa victoria del Nuevo Mundo termina en su capítulo trece con una amplia valoración de las consecuencias y repercusiones de la victoria en esa sensacional batalla ocurrida hace ahora dos siglos, y que Sergio Rodríguez Gelfenstein considera que ante todo significó “el reconocimiento de la independencia del Perú y de toda la América del Sur en términos de derecho internacional”. Sin duda, como brota de las apasionadas páginas de este nuevo libro suyo, este triunfo histórico fue posible no solo por el singular talento militar de Sucre, sino también del rumbo revolucionario que el Libertador impuso a la lucha independentista y su visión estratégica de la liberación de nuestra América como un proceso concatenado.
Eso mismo tenía en mente José Martí cuando en un vibrante discurso dedicado a Simón Bolívar en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, el 28 de octubre de 1893, afirmó: “¡y de esta alma india y mestiza y blanca, hecha una llama sola, se envolvió en ella el héroe, y en la constancia y la intrepidez de ella; en la hermandad de la aspiración común juntó, al calor de la gloria, los compuestos desemejantes; anuló o enfrentó émulos, pasó el páramo y revolvió montes, fue regando de repúblicas la artesa de los Andes, y cuando detuvo la carrera (...) catorce generales españoles, acurrucados en el cerro de Ayacucho, se desceñían la espada de España!”.[5]
[1] Carta a Francisco de Paula Santander del 16 de marzo de 1824, en Obras Completas (s.f.), tomo I, Editorial Piñango, p. 932.
[2] Ibid., p. 804.
[3] Ibid., p. 789.
[4] Carta de Sucre citada por Jorge Alejandro Ovando Sanz (1986). La invasión brasileña a Bolivia en 1825. La Paz: Librería Editorial Juventud, p. 27.
[5] José Martí (1946). Obras Completas, tomo II, La Habana: Editorial Lex, p. 75.