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domingo, 25 de noviembre de 2012

Crisis en el Medio Oriente y el norte de África


La situación actual en el norte de África y el Medio Oriente nos obliga a desentrañar los elementos fundamentales de lo que ha estado ocurriendo y que a muchos ha sorprendido.

En los análisis sobre la situación internacional, es imprescindible salirse de la visión estrictamente coyuntural, de la constatación única de los elementos tácticos y del examen aislado de los factores de corto plazo. Para nosotros que vivimos en América Latina un proceso de lucha por la independencia y la soberanía, en un país y en un continente, que pasa por momentos de transformaciones en los que se intenta —acorde a las condiciones propias de cada cual— generar cambios estructurales, se tiene que analizar el impacto en estos procesos y en nuestras propias vidas de lo que ocurre en otras latitudes.

Por ese motivo es importante profundizar en el estudio de lo regional y no quedarse únicamente en el análisis de lo coyuntural y de lo local. En este caso, un territorio lejano en un continente lejano implica considerar la influencia que tiene en el contexto de las estructuras de las relaciones internacionales y sus repercusiones en el proyecto político y de vida que cada quien asume.

El mundo de hoy está a tal punto interrelacionado, que los acontecimientos que se desarrollan en territorios distantes tienen una influencia directa en nuestra realidad. Si bien es importante conocer la significación que han tenido los  hechos ocurridos en Túnez o en Egipto, en Libia o Siria para sus propios pueblos y para sus procesos políticos, nos corresponde hoy detectar también los elementos que proporcionan mecanismos de análisis que ayuden a entender las consecuencias y la influencia que estos hechos tienen en la realidad regional del Medio Oriente y el norte de África.


El espacio geográfico complejo donde se desarrollan los acontecimientos merece recordar que cuando se habla de este tema, el término “Medio Oriente” no es suficiente, ya que al mencionar a Túnez, Egipto o Libia, en términos estrictamente geográficos, estamos hablando del norte de África. En este escenario están involucrados dos continentes: África y Asia. Al referirse sólo al Medio Oriente, se excluyen los sucesos en el Magreb, que es el norte africano árabe.

Más adelante se puede ampliar acerca de las repercusiones que tienen estos acontecimientos en un ámbito más amplio que el regional, más allá del Medio Oriente y del norte de África, para los países árabes, para los países musulmanes. Es importante estudiar cuánto influyen en la reestructuración del poder mundial y en lo que he llamado el “reordenamiento del sistema internacional”.

Estamos transitando por un reordenamiento del orden internacional desde perspectivas distintas a las que se vivieron en la década del 90 del siglo pasado, cuando cayó el Muro de Berlín y desapareció la Unión Soviética; distintas también de las que se vivieron después del ataque a las Torres Gemelas, cuando Estados Unidos impuso un sistema internacional unipolar. Hoy, diez años después, asistimos a una situación similar, pero  bajo una lógica distinta, frente a la cual avanzó una hipótesis muy particular que no concuerda con aquellas que circulan actualmente. Me referiré a ella al final.

Desde el punto de vista local, lo que ocurrió en Túnez y en Egipto y está sucediendo en otros países del Medio Oriente y el norte de África es la respuesta de los pueblos a la aplicación de modelos neoliberales a ultranza, con excesos de autoritarismo y ausencia de prácticas democráticas en el funcionamiento político de esos países.

El descontento que se ha acumulado durante años llegó a un punto de inflexión, provocado por el aumento de los precios de los alimentos, cuyo efecto inmediato en la canasta básica afectó a miles de familias. Paralelamente a ese fenómeno, en la mayoría de esos países la juventud tiene cada vez menos perspectivas para realizarse en términos personales y de tener una participación activa en la sociedad, pese a los conocimientos adquiridos en sus estudios.

En Egipto y Túnez, los niveles de desempleo juvenil son muy altos, todo lo cual ha llevado a la toma de conciencia de estos jóvenes, básicamente de procedencia urbana y de sectores medios de la población, que en tiempos de Internet y de incremento al acceso a los medios de comunicación masivos, han adquirido un alto nivel de conocimiento de la dinámica que  viven otros países y han decidido asumir la vanguardia en estos procesos de transformación.

Los presupuestos sociales de educación, de salud y de seguridad social en general han disminuido. En el caso de Egipto, se suma otro elemento que no se puede obviar: ese país se transformó, después de los acuerdos de Camp David de 1978, en el principal aliado de Israel entre los países árabes y musulmanes. Se llegó a la situación aberrante de que le vende a Israel gas a un precio subsidiado, más bajo que el que vende a su propia población. El desprecio por estos gobiernos que pactaron con Israel, traicionando los ideales árabes, alcanzó su nivel tope en esa parte de la población.

Respecto a los factores de análisis que inciden sobre las repercusiones que podrían tener los hechos ocurridos en la lógica regional, diría que hay cuatro elementos fundamentales:
1.     La región como una de las mayores compradoras de armas del mundo.
2.    La región como principal productora y exportadora de energéticos.
3.    La región como ruta marítima más importante para el transporte de energía. No necesariamente los países que producen los energéticos son aquellos por lo que se realiza el transporte de los mismos. Lo que ocurre, por tanto, en esos países no  productores también influye de manera poderosa  a nivel global.
4.    El conflicto palestino-israelí, que a pesar de haber surgido –en su versión moderna– en la Guerra Fría, la superó y hoy es la confrontación más importante a escala planetaria que sobrevive a ese período de las relaciones internacionales.

El Medio Oriente es el mercado regional más grande para la venta de armas. Ahí están cinco de los principales compradores del mundo: Arabia Saudita, Israel, Egipto, Argelia y los Emiratos Árabes Unidos. Israel además es un importante proveedor de armas. Un cambio en la situación política de la región podría alterar este mercado y romper el infernal “equilibrio” que Estados Unidos ha logrado, vendiendo a ambos adversarios del conflicto regional. La ética del mercado no se contradice con la venta de armas en gran escala a Egipto, Arabia Saudita e Israel. Le venden armas por igual a quienes teóricamente son enemigos.

En el trasfondo del mantenimiento del conflicto árabe-israelí, subyace la necesidad de sobrevivencia de la industria de armamento, que es la principal industria de Estados Unidos, y el verdadero poder “detrás del trono”. Un presidente de ese país no puede alcanzar la más alta investidura sin la aprobación de los vendedores de armas, conocido como Complejo Militar Industrial, o lo que el analista Alejandro Perdomo Aguilera denomina Complejo de Seguridad Industrial pues “considera que en la actualidad es mucho más amplio y toma elementos que sobrepasan lo militar”.

El Complejo de Seguridad Industrial es el primer sostén de la economía de Estados Unidos. Un desequilibrio en la región pudiera significar una baja sensible en la venta de armas y esto –a su vez-  incidiría directamente en su economía, que vive un momento de crisis.
  
El segundo elemento de análisis se refiere a la región como productora de energía. Si bien es cierto que se divulgó que ya Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo, eso es, considerándolo como país, cuando se compara como región y se suman las reservas de Arabia Saudita, Irán, Iraq, los Emiratos Árabes Unidos, Argelia y Libia, se llega a la conclusión de que esta región posee, en conjunto, las mayores reservas energéticas del planeta, entendiendo energía como petróleo y gas.

Irán, Irak, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Libia, Kuwait y Argelia son miembros activos de la OPEP y tienen un papel imprescindible en la producción mundial. Ocho de los doce integrantes de la OPEP están en esta región del planeta. En ellos se produce el 60% de la energía del mundo. Un país como Japón depende en 100% de su consumo de energía de esta región. Ha estado tratando de incrementar sus compras en otros países, como Malasia o Vietnam, donde se han descubierto importantes yacimientos petrolíferos, pero ellos aún están en la etapa de exploración y prospección. Ecuador, como miembro de la OPEP debería concentrar gran interés en esta región y lo que en ella ocurra por las implicaciones directas en su economía

Por todo ello para Occidente (entendido como concepto político, no geográfico), para Europa y Estados Unidos, el funcionamiento de su modelo y su estabilidad, dependen de esta región.

El sistema del que se habla, se sustenta en un modelo que se caracteriza por un incremento constante del consumo de energía. Ese modelo que se pretende imponer a todo el mundo, necesita del recurso energético, lo que en la práctica se traduce en una expoliación del planeta y en un proceso de pauperización de sus recursos energéticos, imposible de detener porque tiene que ver con la subsistencia del propio modelo, que no solamente se ha instalado en Estados Unidos, sino que se intenta imponer a través de la televisión y el cine en el resto del mundo y que a veces –aunque criticándolo- muchos de nuestros ciudadanos asumen.

La posibilidad de que se produzca un desbalance, un desajuste en estos países productores de energía, y que son –queriendo o no– el sustento del modelo depredador del planeta, conduce, según los estudios de los propios científicos estadounidenses, a la desaparición de la vida humana en el planeta antes que finalice el siglo XXI.

No se está entonces hablando de un conflicto en un “oscuro rincón del mundo”, como dijera el ex presidente Bush, sino que se refiere a la región donde se produce el 60% de la energía mundial, lo cual significa un importante sustento para los países del norte, que supone que la realización plena del ser humano se da únicamente a partir de lo material, soslayando los valores espirituales, culturales y de convivencia entre los seres humanos.

Por ende, este conflicto en el Medio Oriente y el norte de África podría profundizar la crisis actual del sistema. Incluso se podría hablar de un conflicto civilizatorio, que pone en cuestionamiento el modelo hegemónico de la civilización occidental que ha imperado en los últimos 2500 años. Oriente tiene un modelo de desarrollo distinto, -como también los países árabes y musulmanes-, que se sustenta religiones y valores distintos a los nuestros, donde el papel del individuo, la comunidad y la sociedad son diferentes.

Por esa razón, se dice que lo que está ocurriendo podría conducir a un conflicto civilizatorio, pero no en los términos racistas que planteaba Huntington, sino en uno que cuestionaría al propio sistema internacional, aquel que se ha erigido sobre un mundo cuyo centro está en Occidente, un modelo judeo-cristiano, de democracia representativa y de mercado que vacila sin el petróleo y la energía que estos países hoy en conflicto producen en abundancia. Esto conlleva necesariamente a que Occidente intervenga para dar curso a esos conflictos a fin de salvaguardar su naturaleza depredadora y la estabilidad de sus mercados y sociedades.

El tercer elemento es la eventual transformación de las rutas marítimas para el transporte de los energéticos en esa región. El petróleo sale del Golfo Pérsico, cruza el estrecho de Ormuz, el Golfo de Omán, el Océano Índico, el Golfo de Adén, el estrecho de Bab-el-Mandeb, el Mar Rojo, el Canal de Suez, entra al Mediterráneo, de donde sale por el estrecho de Gibraltar hacia el Atlántico.

Esta ruta tiene cuatro puntos estratégicos: los tres estrechos y el Canal de Suez, que separan el Océano Atlántico del Mar Mediterráneo, el Mar Rojo y el Océano Índico. Si se produjeran grandes transformaciones en Yemen influirían en el control del estrecho de Bab-el-Mandeb; el estrecho de Ormuz es una región de influencia iraní; una posible situación de conflicto en el este de Arabia Saudita, Bahréin o los Emiratos Árabes Unidos cambiaría la situación geopolítica del Golfo Pérsico; las transformaciones en Egipto producirán un cambio en el manejo del Canal de Suez, como lo atestigua el paso de naves de guerra iraníes por el Canal por primera vez en más de 30 años; el conflicto que pudiera producirse en Marruecos, bajo control de una monarquía corrupta y autoritaria que controla la parte sur del estrecho de Gibraltar podría producir una transformación estructural en esa vía marítima. Se generarían cambios que obligarían a Estados Unidos y a las potencias occidentales a pensar en una lógica militar completamente diferente para el dominio de la región y del mundo. No hay que olvidar que para el control de esta ruta y de sus intereses en la región, Estados Unidos destina la Sexta Flota de su Armada en el Mar Mediterráneo y la Quinta Flota para el Golfo Pérsico, el Mar Rojo, el Mar Arábigo y la costa de África del este hasta Kenia.

Una transformación profunda en la situación regional ocasionaría un cambio en la correlación de fuerzas militares en la zona, en particular del poder naval que asegura el transporte marítimo de productos energéticos. En esa ruta, además de navíos de guerra de la OTAN, ya hay presencia de Irán, Rusia y China.

Por último, el cuarto elemento, tal vez el más importante a corto plazo, tiene que ver con las transformaciones que esta situación puede producir en el conflicto palestino-israelí.

Aunque como esta enunciado, este conflicto tiene su epicentro en la confrontación entre Israel y el pueblo palestino, no es el único. La situación estratégica de la región ha cambiado ostensiblemente en los últimos treinta años.

Un primer elemento a considerar es la revolución que derrocó al Sha de Irán el 12 de febrero de 1979 y estableció una República Islámica que se ha ido transformando con el tiempo en el principal factor de oposición a la presencia de Estados Unidos en la región. La revolución islámica ha desarrollado una política que ha ganado espacio y que hoy ha consolidado influencia más allá de sus fronteras.

El estudio de la región no puede partir de un análisis simple y abreviado de las contradicciones que existen entre los actores. Hay elementos que se deben considerar: el primero es que Irán es un país musulmán, pero no árabe. Irán tiene un origen y una composición étnica diferente, es un país persa. En la década de los 80 del siglo pasado, Irak, bajo el liderazgo de Saddam Hussein, desató una guerra contra Irán que duró ocho años. Saddam  utilizó  el argumento de que Irak era el escudo para detener la expansión persa a Occidente y así unificar a todas las fuerzas árabes contra Irán y recibir la ayuda de Estados Unidos y Europa, que lo apoyaron con tecnología y armamento.

Para estudiar la historia del mundo árabe y del musulmán un factor siempre presente es conocer y entender los avatares en la búsqueda del liderazgo regional. ¿Quién conduce a esta cantidad de países, que son propietarios del 60% de la energía mundial? ¿Qué utilización política se le da a esa energía? ¿Y en función de qué intereses? Esas interrogantes conforman parte importante del entramado que permite comprender a esta región del mundo. La confrontación para lograr el liderazgo y con ella la hegemonía de esos países que tienen una identidad cultural y religiosa común, está presente en la historia y ha ido cambiando con ella. En los años 50 y 60 del siglo XX, Gamal Abdel Nasser, quien dirigió una revolución que derrocó la monarquía egipcia, fue el gran líder del mundo árabe. Llegó incluso a crear la República Árabe Unida, configurada por Egipto y Siria.

El liderazgo de las luchas panárabes se instaló por lo tanto en Egipto, pero éste lo perdió con el fallecimiento repentino de Gamal Abdel Nasser. Arabia Saudita comenzó a asumirlo sustentado en su gran poder económico (por ser uno de los mayores productores de petróleo del mundo), pero después de la revolución islámica de 1979, Irán cuestionó esa hegemonía. Saddam Hussein, con la guerra iniciada en 1980 contra Irán, trató de deponer la guía de este país y de Arabia Saudita. Unos años después de finalizada la guerra, Saddam Hussein invadió Kuwait (una provincia desmembrada de Irak y creada como nación por los ingleses tras la primera guerra mundial y la desaparición del imperio otomano) con el objetivo de, una vez disponibles los recursos militares que Occidente le había concedido para su conflicto contra Irán, llevar adelante su expansión en el mundo árabe, aprovechando el conocimiento acumulado en una guerra de ocho años que le proporcionó gran experiencia a sus ejércitos y a sus estados mayores.

Saddam, anhelaba poseer los gigantescos recursos monetarios acumulados en los bancos kuwaitíes necesarios para financiar un proyecto de esa magnitud. Su argumento, históricamente válido, pero jurídicamente inaceptable, fue  recuperar una provincia que le había sido arrebatada por los colonialistas británicos. Hussein no midió que la alianza que había construido con Occidente, contra Irán, no se iba a mantener ante esa invasión a Kuwait, que amenazaba con el control del extremo septentrional del Golfo Pérsico, el estuario de Shatt al-Arab donde confluyen los ríos Tigris y Éufrates y el importante puerto petrolífero de Kuwait.

Esta nueva situación de liderazgo que se mantuvo a partir de los años 80, y la lucha permanente por la hegemonía dentro del mundo musulmán y el mundo árabe, comenzó a tener una transformación en la medida que Irán se consolidó, ya no sólo desde el punto de vista político, sino que también desde el económico. Hoy, Irán es una potencia mundial productora de naves de transporte aéreo y marítimo, de equipamiento agrícola e industrial, entre otros, y con una serie de instrumentos tecnológicos y científicos que incluso le han llevado a la posibilidad de producir energía nuclear para la electrificación del país.

En la disputa entre Irán y Arabia Saudita, hay un elemento que se debe considerar, y es que esa confrontación  enfrenta -aunque algunos estudiosos afirman que no hay tal contradicción- a las dos grandes corrientes del islam. En Irán hay un gobierno de orientación chiita y en Arabia Saudita una monarquía sunita. Estas dos vertientes no concuerdan necesariamente en su visión de mundo.

En la actualidad, además del gobierno chiita de Irán, hay una coalición en Irak, cuya dirección es de esa orientación, la que Estados Unidos, -a pesar de haber sido la potencia ocupante-, tuvo que aceptar ante su debilidad para controlar ese país y Afganistán, todo lo cual lo llevó incluso, a retirar tropas del primero para llevarlas al segundo.

Durante un período de ocho meses no hubo gobierno en Irak y la posibilidad de crearlo estuvo bloqueada, toda vez que Estados Unidos se oponía a que se instalara uno de mayoría chiita. En la actualidad, en el gobierno participan las minorías sunita y kurda y la mayoría chiita.

En Siria hay un gobierno alauita que comparte prácticas y creencias con los chiitas. En esa medida, el gobierno sirio, siendo árabe, estableció una relación estratégica con Irán, desde hace muchos años. Durante la guerra de los 80 entre ese país e Irak, Siria apoyó a los persas. Ahí debe haber primado esa cercanía religiosa. No se debe olvidar que Siria tiene en  las alturas del Golán una parte de su territorio ocupado por Israel.

Por su parte, Líbano es un pequeño país, solo comparable en superficie a Puerto Rico en América Latina, aunque estratégico en términos políticos, dado que en él “rebotan” todos los conflictos que se producen en el mundo árabe y en el musulmán. Todas las contradicciones de orden político e ideológico en el mundo árabe y musulmán se reflejan en la vida del Líbano. Recientemente, se estableció un nuevo gobierno a partir de una alianza patriótica  anti sionista, con mayoría chiita, pero con participación de los sunitas y los cristianos, quienes tienen una importante presencia en el Líbano, así como de los drusos, un pueblo que se considera árabe, musulmán en su mayoría y con una importante presencia en ese país mediterráneo.

Desde este punto de vista, los países situados al norte y este de Israel, configuran una coalición de fuerzas anti sionistas, constituida por organizaciones políticas y sociales de distintas y contradictorias concepciones ideológicas y políticas.

Así mismo, Palestina, dividida en dos territorios separados geográficamente, está bajo control de distintas fuerzas políticas. En Cisjordania (al este, región fronteriza con Jordania), donde se encuentra Ramallah, sede de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), ejerce el liderazgo Al Fatah, organización que es expresión del sector nacionalista palestino,  ha negociado con Israel y Estados Unidos e incluso ha manifestado profundas contradicciones con sectores palestinos radicales, algunos de cuyos líderes han sido capturados por la ANP y entregados a Israel.
 
Por ello, no podemos hablar de Palestina como un todo, sin contradicciones entre sus fuerzas políticas, que tienen ideologías diferentes y concepciones distintas de la lucha y de su relación con Israel.

El otro territorio, Gaza, es una pequeña franja de 360 km2, con 11 kilómetros de frontera con Egipto. Desde 2006 su gobierno es de mayoría sunita, liderado por el movimiento Hamás, adversario de Fatah. Hamás es aliado de Irán, de Hezbollah en el Líbano y de Siria. Al observar el mapa, constatamos que a Israel, solo le quedan como aliados en sus fronteras directas a Jordania y Egipto. Un cambio de gobierno profundo en Egipto o en Jordania significaría que el cerco político a Israel quedaría prácticamente consumado. Existe un sector en la frontera entre Egipto y Gaza, a través del cual el gobierno de Mubarak regulaba el flujo de ayuda humanitaria, alimentaria, médica e incluso militar, vital para su sobrevivencia y para la  defensa ante los ataques israelíes. Esto ha comenzado a cambiar con el nuevo gobierno de la Hermandad Musulmana.

La instalación de un gobierno panárabe e islámico en Egipto podría modificar sustancialmente la dimensión y las características de la ayuda que se podría producir desde ese país, a través de su territorio asiático de la península del Sinaí, hacía Palestina, concretamente hacia la Franja de Gaza. Esta misma se podría incrementar, incluso desde el punto de vista militar. Israel perdería el aliado que ha conservado en su frontera sur desde 1978, manteniendo sólo a Jordania en esa calidad, siendo este último un país débil que ha manifestado sus propios problemas internos y donde alrededor del 30% de su población es de origen palestino.

Podemos fácilmente imaginar la significación que tendría un cambio de orientación del gobierno egipcio en cuanto al conflicto palestino-israelí y la relevancia que tienen en ese sentido las transformaciones en los países que circundan a Israel. Esta nueva situación podría significar la revisión de los acuerdos de Camp David de 1978, sobre los cuales se basa el dominio de Estados Unidos en la región.

Además del derrocamiento y posterior  asesinato de Muamar Gadafi y del actual conflicto en Siria, en los últimos meses se han desatado violentos enfrentamientos  en Yemen y Bahréin, y de menos intensidad pero de igual importancia en Argelia, Jordania, Marruecos, Omán y Arabia Saudita. Y como consecuencia de la caída de Gadafi una situación potencialmente explosiva para todo el norte de áfrica en Mali lo que unido a lo ocurrido en Túnez y Egipto da cuenta de una conflictividad generalizada y en ascenso en la región.

Ante la pregunta de cuál es el alcance de lo que está ocurriendo en estos países, sería un error suponer que en los mismos va a haber transformaciones profundas y/o revolucionarias, por lo menos en el corto plazo en que Estados Unidos y Europa siguen teniendo capacidad de maniobra. Además, las fuerzas que han capitalizado estos movimientos no son de izquierda y los sectores más excluidos sólo han tenido un cierto protagonismo en Egipto. Sin embargo, avanzar hacia la democracia en la región daría un gran impulso a las luchas populares.

De manera que si se estudian los hechos concretos que sucedieron en Egipto, Túnez y Libia y lo que está ocurriendo en Siria desde una perspectiva más amplia, se puede llegar a la conclusión de que efectivamente podrían suceder trasformaciones importantes en la región y que es posible que tengan consecuencias relevantes en las estructuras de poder mundial y en el sistema de relaciones internacionales.

Por ese motivo, se debe tener en cuenta alguna de las consideraciones que en apretada síntesis se han hecho y entender que no es posible circunscribirse solamente al examen del conflicto local de Egipto, Túnez, Libia, Siria o de cualquier otro país de manera aislada. Después del estudio de lo local y lo regional, habría un último nivel de análisis, que conduce a indagar acerca de las probables repercusiones que pudiera tener lo que está ocurriendo en el Medio Oriente y el norte de África en el sistema internacional.

Esta región tiene evidencias de asuntos bastante curiosos. Uno de ellos es el de sus límites y fronteras, al observarlas en el mapa se constata que en su mayoría son líneas rectas que dividen los países de África y el Medio Oriente. Cabe preguntarse el origen de este fenómeno, y saber en qué condiciones se establecieron las líneas limítrofes de la región. Es difícil que las fronteras sean líneas rectas, a menos de que se hagan sobre un papel, lejos de la realidad geográfica y mucho más lejos de los límites naturales que los pueblos han establecido a través de la historia. Sin embargo, en este caso, que es una herencia colonial generalizada en el mundo, incluyendo a  América Latina, los espacios geográficos de los territorios coloniales que devinieron después de las independencias en estados nacionales se crearon en mapas extendidos sobre las mesas de las oficinas de los gobiernos de las metrópolis.

Pero no tienen el mismo origen en África que en el Medio Oriente. En 1884 y 1885, las potencias europeas se reunieron en el Congreso de Berlín y se distribuyeron África. Determinaron qué le correspondía a Francia, a Inglaterra, Bélgica, Portugal, algo para Alemania, España, Bélgica, Holanda y hasta a Italia le correspondió una parte.

De esa manera, crearon el germen de conflictos que todavía no se solucionan. Lo que sucedió recientemente en Sudán es una prueba de ello: lo transformaron en un solo país, sin que tuviera una identidad única. Tenía un norte árabe, musulmán, y un sur negro católico. Los unieron por la fuerza cuando les convino y ahora que les interesó dividirlo, fomentaron y alimentaron una guerra fratricida que les permitió “legitimar” la partición, todo para nutrir sus ingentes intereses económicos, básicamente en el área energética, una vez más.

Esto condujo a que en algunos territorios habitados por pueblos desde tiempos inmemoriales, vieron de pronto sus espacios geográficos divididos por líneas fronterizas sobre las cuáles no les consultaron. Por ejemplo, los herero viven en Angola, Botswana y Namibia; los afar en Djibuti y Etiopía; los acholi en Uganda y Sudán. En todos estos países conviven diferentes pueblos originarios, tribus, con características propias, culturas, lenguas, tradiciones y religiones diferentes. Algunas de ellas quedaron divididas entre dos y a veces entre tres potencias coloniales y después en diferentes estados nacionales.

Estos pueblos que han vivido desde hace cientos de años en esos territorios, se dieron cuenta que les habían puesto fronteras sin ser consultados y que para  pasar de un lugar a otro dentro de lo que culturalmente siempre ha sido su espacio propio, ahora debían pedir visa e incluso -en algunos casos- se les impedía transitar.

Peor aún, las potencias coloniales incentivaron diferencias para que los pueblos chocaran entre ellos, al igual que ha  sucedido en América Latina, donde nos hemos enfrentado por espacios surgidos de fronteras coloniales que nos impusieron. Ha habido conflictos entre Chile y Argentina, Colombia y Venezuela, guerras entre Chile, Perú y Bolivia, Perú y Ecuador y, El Salvador y Honduras y aún hoy pasamos por trances similares en varias latitudes del continente. Hemos vivido doscientos años en guerra por las fronteras que diseñaron los países colonialistas de Europa. Eso mismo ha sucedido en África y en el Medio Oriente.

En 1918, cuando finalizó la I Guerra Mundial, la potencia dominante en esta región, Gran Bretaña, impulsó la creación de países a partir de sus propios intereses. Para ello concibió monarquías, dictaminó qué territorio le iba a corresponder a estos nuevos Estados y quién iba a ser el soberano en cada uno de ellos. Entre los pueblos nómadas que habitaban la península, eligieron a la familia Saud que eran los jerifes de La Meca. Así, surgió la monarquía saudita y Arabia Saudita. Crearon un país donde sabían que había grandes reservas de petróleo e impusieron una monarquía absolutamente leal a Gran Bretaña para ese momento y a Estados Unidos después. A uno de los hijos del Rey saudita le crearon un país, Jordania, y al otro lo designaron Rey de Irak. Inventaron el Reino Hachemita de Jordania para que este príncipe hachemí tuviera su país.

Asimismo, a Irak, la antigua Mesopotamia, un país extraordinario con una gran riqueza y una importante tradición histórica, con indicios de cultura de miles de años de antigüedad, que podría tener un desarrollo autónomo y que, como dijimos antes, tiene costas en el Golfo Pérsico, le usurparon una parte de su territorio para fabricar un nuevo país, Kuwait, en el lugar que históricamente fue una provincia iraquí.

No hay que olvidar que los ríos Tigris y Éufrates son la mayor reserva de agua de la región. La civilización mesopotámica se construyó alrededor de estos ríos y su grandeza en gran medida estuvo determinada por la importancia que tenían y tienen estas fuentes de agua para la producción y el desarrollo. He ahí otro valor estratégico de la región, mucho antes de que se descubriera el petróleo, que cobrará mayor cuantía cuando el agua comience a escasear por la explotación indiscriminada de la Tierra, el cambio climático y el efecto invernadero.

En toda la región y en particular en el Golfo Pérsico, Inglaterra y las potencias coloniales terminaron creando monarquías de diferentes calidades, la mayoría emiratos y un sultanato, en Omán. Así culminó la partición de lo que fue el imperio otomano.

No corresponde en este momento analizar en profundidad lo que sucedió en India, un tanto alejada del Medio Oriente, pero vale mencionar que cuando logró su independencia en 1950, Inglaterra produjo la partición del territorio, dejando en su espacio una provincia musulmana (Cachemira) que debía pertenecer a Pakistán. Así sembraron la semilla de una discordia, que hasta el día de hoy mantiene un conflicto muy grave si se considera que ambos países poseen el arma nuclear al margen de las decisiones de Naciones Unidas al respecto.

De esa manera, generaron un historial de problemas que se mantienen latentes en la actualidad y permiten a los imperios, a partir de la división y la guerra, mantener su hegemonía en el mundo. A través de los años han exacerbado contradicciones entre nuestros pueblos, bajo un concepto nacional que no existe, mientras se apropian de los recursos naturales.

En el Medio Oriente y en el norte de África, las potencias coloniales han creado una serie de conflictos, incluyendo el más importante y antiguo que es entre árabes y judíos. Según la Biblia, árabes y judíos son pueblos semitas. Sem, quien da origen a esa identificación, fue el hijo mayor de Noé. De ellos desciende Abraham, reconocido por ambos pueblos, es decir, tienen un origen común y han vivido en este territorio en armonía y en paz por siglos. Pero se les han incentivado las diferencias a partir de intereses imperiales. En 1947 se llegó a un acuerdo en Naciones Unidas para crear el Estado de Israel y también un Estado palestino. Pero hubo un arreglo secreto, que hoy se conoce: los británicos optaron por cumplir sólo una parte y darle un territorio a los judíos, que se llamó Israel, sin concedérselo a los palestinos, con la connivencia de algunos jerarcas árabes.

En el análisis de la región, de sus conflictos y de las perspectivas de lo que pueda ocurrir, no podemos limitarnos al “blanco y negro”, tenemos que considerar que hay persas y árabes, que existen chiítas y sunitas y que, finalmente, hay representantes de la alta jerarquía y de la aristocracia árabe, de las monarquías, como también de los pueblos que están luchando, que derrocaron a los gobiernos dictatoriales de Túnez y de Egipto y crearon las bases para la intervención militar de la OTAN en Libia, destruyendo este país a pesar que era el de más alto PIB y mejores indicadores sociales de África.

Esta lógica que se plantea sirve para estudiar Asia, América Latina y África, es decir, cualquier lugar donde existió el régimen colonial de las potencias occidentales. ¿Cuál es la diferencia del examen que aquí se hace, con cualquier otro lugar del planeta? La diferencia fundamental es que se está hablado de la región donde se produce una parte considerable de la energía del planeta sobre la que se sustenta el sistema actual.

¿Qué conclusiones se pueden sacar? La primera es que detrás de todos estos conflictos están los intereses de las potencias coloniales. Gran parte de la conflictividad actual del planeta tienen en común su origen colonial.

En segundo lugar, existe una historia de indignidad, interesadamente poco divulgada, en el manejo de los intereses coloniales e imperiales en América Latina y el Caribe y en el mundo. Hay conflictos que se potencian con base en los intereses de los grandes actores del poder mundial y para Ecuador que es un país productor de petróleo y de energía, debe considerar de manera primordial el examen de estas variables, que tienen que ver con los intereses de las potencias y con la problemática energética. El tema energético domina el análisis geoestratégico e influye directamente en Ecuador.

Un tercer elemento a considerar es que en la génesis de lo que está ocurriendo en el Medio Oriente y el norte de África, y en particular de lo que dio origen a las transformaciones en Túnez y en Egipto, está el tema alimentario. Se prevé que miles y millones de personas sigan muriendo de hambre, cuando hay territorio, sol, agua y la capacidad de producir alimento para el doble de la población del planeta. Pero el modelo prefiere “alimentar” a los vehículos, recurrir a la agricultura para producir biocombustibles, en vez de alimentar a los seres humanos. Los recursos que deberían ir a la tecnología y los insumos para producir alimentos para la vida se invierten en tecnología para la guerra y la muerte.


En resumen, es imprescindible considerar las repercusiones que tienen estos hechos en la crisis que vive el mundo de hoy. Cuando se habla de ella, a diferencia de la de 1929 a 1933 que  se manifestó sólo en los ámbitos económicos y financieros, ahora se habla de una crisis integrada, ya que conlleva componentes de carácter energético, alimentario, ecológico, económico, financiero y uno del que se habla muy poco, que es el de la debacle moral y ética de los fundamentos en los que se sustenta el modelo depredador y el sistema de democracia político que impera en el mundo y que se nos han impuesto como verdad universal para todos nuestros países.

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