La situación actual en el norte
de África y el Medio Oriente nos obliga a desentrañar los elementos
fundamentales de lo que ha estado ocurriendo y que a muchos ha sorprendido.
En los análisis sobre la situación
internacional, es imprescindible salirse de la visión estrictamente coyuntural,
de la constatación única de los elementos tácticos y del examen aislado de los
factores de corto plazo. Para nosotros que vivimos en América Latina un proceso
de lucha por la independencia y la soberanía, en un país y en un continente,
que pasa por momentos de transformaciones en los que se intenta —acorde a las
condiciones propias de cada cual— generar cambios estructurales, se tiene que
analizar el impacto en estos procesos y en nuestras propias vidas de lo que
ocurre en otras latitudes.
Por ese motivo es importante
profundizar en el estudio de lo regional y no quedarse únicamente en el
análisis de lo coyuntural y de lo local. En este caso, un territorio lejano en
un continente lejano implica considerar la influencia que tiene en el contexto
de las estructuras de las relaciones internacionales y sus repercusiones en el
proyecto político y de vida que cada quien asume.
El mundo
de hoy está a tal punto interrelacionado, que los acontecimientos que se
desarrollan en territorios distantes tienen una influencia directa en nuestra
realidad. Si bien es importante conocer la significación que han tenido
los hechos ocurridos en Túnez o en
Egipto, en Libia o Siria para sus propios pueblos y para sus procesos políticos,
nos corresponde hoy detectar también los elementos que proporcionan mecanismos
de análisis que ayuden a entender las consecuencias y la influencia que estos
hechos tienen en la realidad regional del Medio Oriente y el norte de África.
El espacio
geográfico complejo donde se desarrollan los acontecimientos merece recordar
que cuando se habla de este tema, el término “Medio Oriente” no es suficiente,
ya que al mencionar a Túnez, Egipto o Libia, en términos estrictamente
geográficos, estamos hablando del norte de África. En este escenario están
involucrados dos continentes: África y Asia. Al referirse sólo al Medio
Oriente, se excluyen los sucesos en el Magreb, que es el norte africano árabe.
Más
adelante se puede ampliar acerca de las repercusiones que tienen estos
acontecimientos en un ámbito más amplio que el regional, más allá del Medio
Oriente y del norte de África, para los países árabes, para los países
musulmanes. Es importante estudiar cuánto influyen en la reestructuración del
poder mundial y en lo que he llamado el “reordenamiento del sistema
internacional”.
Estamos
transitando por un reordenamiento del orden internacional desde perspectivas
distintas a las que se vivieron en la década del 90 del siglo pasado, cuando
cayó el Muro de Berlín y desapareció la Unión Soviética; distintas también de
las que se vivieron después del ataque a las Torres Gemelas, cuando Estados
Unidos impuso un sistema internacional unipolar. Hoy, diez años después,
asistimos a una situación similar, pero
bajo una lógica distinta, frente a la cual avanzó una hipótesis muy
particular que no concuerda con aquellas que circulan actualmente. Me referiré
a ella al final.
Desde el
punto de vista local, lo que ocurrió en Túnez y en Egipto y está sucediendo en
otros países del Medio Oriente y el norte de África es la respuesta de los
pueblos a la aplicación de modelos neoliberales a ultranza, con excesos de
autoritarismo y ausencia de prácticas democráticas en el funcionamiento
político de esos países.
El descontento que se ha
acumulado durante años llegó a un punto de inflexión, provocado por el aumento
de los precios de los alimentos, cuyo efecto inmediato en la canasta básica
afectó a miles de familias. Paralelamente a ese fenómeno, en la mayoría de esos
países la juventud tiene cada vez menos perspectivas para realizarse en
términos personales y de tener una participación activa en la sociedad, pese a
los conocimientos adquiridos en sus estudios.
En Egipto y Túnez, los niveles
de desempleo juvenil son muy altos, todo lo cual ha llevado a la toma de
conciencia de estos jóvenes, básicamente de procedencia urbana y de sectores
medios de la población, que en tiempos de Internet y de incremento al acceso a
los medios de comunicación masivos, han adquirido un alto nivel de conocimiento
de la dinámica que viven otros países y
han decidido asumir la vanguardia en estos procesos de transformación.
Los
presupuestos sociales de educación, de salud y de seguridad social en general
han disminuido. En el caso de Egipto, se suma otro elemento que no se puede
obviar: ese país se transformó, después de los acuerdos de Camp David de 1978,
en el principal aliado de Israel entre los países árabes y musulmanes. Se llegó
a la situación aberrante de que le vende a Israel gas a un precio subsidiado,
más bajo que el que vende a su propia población. El desprecio por estos
gobiernos que pactaron con Israel, traicionando los ideales árabes, alcanzó su
nivel tope en esa parte de la población.
Respecto a los factores de
análisis que inciden sobre las repercusiones que podrían tener los hechos
ocurridos en la lógica regional, diría que hay cuatro elementos fundamentales:
1. La región como una
de las mayores compradoras de armas del mundo.
2. La región como
principal productora y exportadora de energéticos.
3. La región como
ruta marítima más importante para el transporte de energía. No necesariamente
los países que producen los energéticos son aquellos por lo que se realiza el
transporte de los mismos. Lo que ocurre, por tanto, en esos países no productores también influye de manera
poderosa a nivel global.
4. El conflicto
palestino-israelí, que a pesar de haber surgido –en su versión moderna– en la
Guerra Fría, la superó y hoy es la confrontación más importante a escala
planetaria que sobrevive a ese período de las relaciones internacionales.
El Medio
Oriente es el mercado regional más grande para la venta de armas. Ahí están
cinco de los principales compradores del mundo: Arabia Saudita, Israel, Egipto,
Argelia y los Emiratos Árabes Unidos. Israel además es un importante proveedor
de armas. Un cambio en la situación política de la región podría alterar este
mercado y romper el infernal “equilibrio” que Estados Unidos ha logrado,
vendiendo a ambos adversarios del conflicto regional. La ética del mercado no
se contradice con la venta de armas en gran escala a Egipto, Arabia Saudita e
Israel. Le venden armas por igual a quienes teóricamente son enemigos.
En el
trasfondo del mantenimiento del conflicto árabe-israelí, subyace la necesidad
de sobrevivencia de la industria de armamento, que es la principal industria de
Estados Unidos, y el verdadero poder “detrás del trono”. Un presidente de ese
país no puede alcanzar la más alta investidura sin la aprobación de los vendedores
de armas, conocido como Complejo Militar Industrial, o lo que el analista
Alejandro Perdomo Aguilera denomina Complejo de Seguridad Industrial pues
“considera que en la actualidad es mucho más amplio y toma elementos que
sobrepasan lo militar”.
El Complejo de Seguridad
Industrial es el primer sostén de la economía de Estados Unidos. Un
desequilibrio en la región pudiera significar una baja sensible en la venta de
armas y esto –a su vez- incidiría
directamente en su economía, que vive un momento de crisis.
El segundo elemento de análisis
se refiere a la región como productora de energía. Si bien es cierto que se
divulgó que ya Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo, eso
es, considerándolo como país, cuando se compara como región y se suman las reservas
de Arabia Saudita, Irán, Iraq, los Emiratos Árabes Unidos, Argelia y Libia, se
llega a la conclusión de que esta región posee, en conjunto, las mayores
reservas energéticas del planeta, entendiendo energía como petróleo y gas.
Irán,
Irak, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Libia, Kuwait y Argelia
son miembros activos de la OPEP y tienen un papel imprescindible en la
producción mundial. Ocho de los doce integrantes de la OPEP están en esta
región del planeta. En ellos se produce el 60% de la energía del mundo. Un país
como Japón depende en 100% de su consumo de energía de esta región. Ha estado
tratando de incrementar sus compras en otros países, como Malasia o Vietnam,
donde se han descubierto importantes yacimientos petrolíferos, pero ellos aún
están en la etapa de exploración y prospección. Ecuador, como miembro de la
OPEP debería concentrar gran interés en esta región y lo que en ella ocurra por
las implicaciones directas en su economía
Por todo ello para Occidente
(entendido como concepto político, no geográfico), para Europa y Estados
Unidos, el funcionamiento de su modelo y su estabilidad, dependen de esta
región.
El sistema del que se habla, se
sustenta en un modelo que se caracteriza por un incremento constante del
consumo de energía. Ese modelo que se pretende imponer a todo el mundo,
necesita del recurso energético, lo que en la práctica se traduce en una
expoliación del planeta y en un proceso de pauperización de sus recursos
energéticos, imposible de detener porque tiene que ver con la subsistencia del
propio modelo, que no solamente se ha instalado en Estados Unidos, sino que se
intenta imponer a través de la televisión y el cine en el resto del mundo y que
a veces –aunque criticándolo- muchos de nuestros ciudadanos asumen.
La posibilidad de que se
produzca un desbalance, un desajuste en estos países productores de energía, y
que son –queriendo o no– el sustento del modelo depredador del planeta,
conduce, según los estudios de los propios científicos estadounidenses, a la
desaparición de la vida humana en el planeta antes que finalice el siglo XXI.
No se está entonces hablando de
un conflicto en un “oscuro rincón del mundo”, como dijera el ex presidente
Bush, sino que se refiere a la región donde se produce el 60% de la energía
mundial, lo cual significa un importante sustento para los países del norte, que
supone que la realización plena del ser humano se da únicamente a partir de lo
material, soslayando los valores espirituales, culturales y de convivencia
entre los seres humanos.
Por ende,
este conflicto en el Medio Oriente y el norte de África podría profundizar la
crisis actual del sistema. Incluso se podría hablar de un conflicto
civilizatorio, que pone en cuestionamiento el modelo hegemónico de la
civilización occidental que ha imperado en los últimos 2500 años. Oriente tiene
un modelo de desarrollo distinto, -como también los países árabes y musulmanes-,
que se sustenta religiones y valores distintos a los nuestros, donde el papel
del individuo, la comunidad y la sociedad son diferentes.
Por esa
razón, se dice que lo que está ocurriendo podría conducir a un conflicto
civilizatorio, pero no en los términos racistas que planteaba Huntington, sino
en uno que cuestionaría al propio sistema internacional, aquel que se ha erigido
sobre un mundo cuyo centro está en Occidente, un modelo judeo-cristiano, de
democracia representativa y de mercado que vacila sin el petróleo y la energía
que estos países hoy en conflicto producen en abundancia. Esto conlleva
necesariamente a que Occidente intervenga para dar curso a esos conflictos a
fin de salvaguardar su naturaleza depredadora y la estabilidad de sus mercados
y sociedades.
El tercer elemento es la
eventual transformación de las rutas marítimas para el transporte de los
energéticos en esa región. El petróleo sale
del Golfo Pérsico, cruza el estrecho de Ormuz, el Golfo de Omán, el Océano
Índico, el Golfo de Adén, el estrecho de Bab-el-Mandeb, el Mar Rojo, el Canal
de Suez, entra al Mediterráneo, de donde sale por el estrecho de Gibraltar
hacia el Atlántico.
Esta ruta tiene cuatro puntos
estratégicos: los tres estrechos y el Canal de Suez, que separan el Océano
Atlántico del Mar Mediterráneo, el Mar Rojo y el Océano Índico. Si se
produjeran grandes transformaciones en Yemen influirían en el control del
estrecho de Bab-el-Mandeb; el estrecho de Ormuz es una región de influencia
iraní; una posible situación de conflicto en el este de Arabia Saudita, Bahréin
o los Emiratos Árabes Unidos cambiaría la situación geopolítica del Golfo Pérsico;
las transformaciones en Egipto producirán un cambio en el manejo del Canal de
Suez, como lo atestigua el paso de naves de guerra iraníes por el Canal por
primera vez en más de 30 años; el conflicto que pudiera producirse en
Marruecos, bajo control de una monarquía corrupta y autoritaria que controla la
parte sur del estrecho de Gibraltar podría producir una transformación
estructural en esa vía marítima. Se generarían cambios que obligarían a Estados
Unidos y a las potencias occidentales a pensar en una lógica militar
completamente diferente para el dominio de la región y del mundo. No hay que
olvidar que para el control de esta ruta y de sus intereses en la región,
Estados Unidos destina la Sexta Flota de su Armada en el Mar Mediterráneo y la
Quinta Flota para el Golfo Pérsico, el Mar Rojo, el Mar Arábigo
y la costa de África del este hasta Kenia.
Una
transformación profunda en la situación regional ocasionaría un cambio en la
correlación de fuerzas militares en la zona, en particular del poder naval que
asegura el transporte marítimo de productos energéticos. En esa ruta, además de
navíos de guerra de la OTAN, ya hay presencia de Irán, Rusia y China.
Por último, el cuarto elemento,
tal vez el más importante a corto plazo, tiene que ver con las transformaciones
que esta situación puede producir en el conflicto palestino-israelí.
Aunque como esta enunciado, este
conflicto tiene su epicentro en la confrontación entre Israel y el pueblo
palestino, no es el único. La situación estratégica de la región ha cambiado
ostensiblemente en los últimos treinta años.
Un primer
elemento a considerar es la revolución que derrocó al Sha de Irán el 12 de
febrero de 1979 y estableció una República Islámica que se ha ido transformando
con el tiempo en el principal factor de oposición a la presencia de Estados
Unidos en la región. La revolución islámica ha desarrollado una política que ha
ganado espacio y que hoy ha consolidado influencia más allá de sus fronteras.
El estudio
de la región no puede partir de un análisis simple y abreviado de las
contradicciones que existen entre los actores. Hay elementos que se deben
considerar: el primero es que Irán es un país musulmán, pero no árabe. Irán
tiene un origen y una composición étnica diferente, es un país persa. En la
década de los 80 del siglo pasado, Irak, bajo el liderazgo de Saddam Hussein,
desató una guerra contra Irán que duró ocho años. Saddam utilizó el argumento de que Irak era el escudo para
detener la expansión persa a Occidente y así unificar a todas las fuerzas árabes
contra Irán y recibir la ayuda de Estados Unidos y Europa, que lo apoyaron con
tecnología y armamento.
Para
estudiar la historia del mundo árabe y del musulmán un factor siempre presente
es conocer y entender los avatares en la búsqueda del liderazgo regional.
¿Quién conduce a esta cantidad de países, que son propietarios del 60% de la
energía mundial? ¿Qué utilización política se le da a esa energía? ¿Y en
función de qué intereses? Esas interrogantes conforman parte importante del
entramado que permite comprender a esta región del mundo. La confrontación para
lograr el liderazgo y con ella la hegemonía de esos países que tienen una
identidad cultural y religiosa común, está presente en la historia y ha ido
cambiando con ella. En los años 50 y 60 del siglo XX, Gamal Abdel Nasser, quien
dirigió una revolución que derrocó la monarquía egipcia, fue el gran líder del
mundo árabe. Llegó incluso a crear la República Árabe Unida, configurada por
Egipto y Siria.
El liderazgo de las luchas
panárabes se instaló por lo tanto en Egipto, pero éste lo perdió con el
fallecimiento repentino de Gamal Abdel Nasser. Arabia Saudita comenzó a
asumirlo sustentado en su gran poder económico (por ser uno de los mayores
productores de petróleo del mundo), pero después de la revolución islámica de
1979, Irán cuestionó esa hegemonía. Saddam Hussein, con la guerra iniciada en
1980 contra Irán, trató de deponer la guía de este país y de Arabia Saudita.
Unos años después de finalizada la guerra, Saddam Hussein invadió Kuwait (una provincia
desmembrada de Irak y creada como nación por los ingleses tras la primera
guerra mundial y la desaparición del imperio otomano) con el objetivo de, una
vez disponibles los recursos militares que Occidente le había concedido para su
conflicto contra Irán, llevar adelante su expansión en el mundo árabe,
aprovechando el conocimiento acumulado en una guerra de ocho años que le
proporcionó gran experiencia a sus ejércitos y a sus estados mayores.
Saddam,
anhelaba poseer los gigantescos recursos monetarios acumulados en los bancos
kuwaitíes necesarios para financiar un proyecto de esa magnitud. Su argumento,
históricamente válido, pero jurídicamente inaceptable, fue recuperar una
provincia que le había sido arrebatada por los colonialistas británicos. Hussein
no midió que la alianza que había construido con Occidente, contra Irán, no se
iba a mantener ante esa invasión a Kuwait, que amenazaba con el control del
extremo septentrional del Golfo Pérsico, el estuario de Shatt al-Arab donde
confluyen los ríos Tigris y Éufrates y el importante puerto petrolífero de
Kuwait.
Esta nueva situación de
liderazgo que se mantuvo a partir de los años 80, y la lucha permanente por la
hegemonía dentro del mundo musulmán y el mundo árabe, comenzó a tener una
transformación en la medida que Irán se consolidó, ya no sólo desde el punto de
vista político, sino que también desde el económico. Hoy, Irán es una potencia
mundial productora de naves de transporte aéreo y marítimo, de equipamiento
agrícola e industrial, entre otros, y con una serie de instrumentos tecnológicos
y científicos que incluso le han llevado a la posibilidad de producir energía
nuclear para la electrificación del país.
En la
disputa entre Irán y Arabia Saudita, hay un elemento que se debe considerar, y
es que esa confrontación enfrenta
-aunque algunos estudiosos afirman que no hay tal contradicción- a las dos
grandes corrientes del islam. En Irán hay un gobierno de orientación chiita y
en Arabia Saudita una monarquía sunita. Estas dos vertientes no concuerdan
necesariamente en su visión de mundo.
En la
actualidad, además del gobierno chiita de Irán, hay una coalición en Irak, cuya
dirección es de esa orientación, la que Estados Unidos, -a pesar de haber sido
la potencia ocupante-, tuvo que aceptar ante su debilidad para controlar ese
país y Afganistán, todo lo cual lo llevó incluso, a retirar tropas del primero
para llevarlas al segundo.
Durante un
período de ocho meses no hubo gobierno en Irak y la posibilidad de crearlo
estuvo bloqueada, toda vez que Estados Unidos se oponía a que se instalara uno
de mayoría chiita. En la actualidad, en el gobierno participan las minorías
sunita y kurda y la mayoría chiita.
En Siria hay un gobierno
alauita que comparte prácticas y creencias con los chiitas. En esa medida, el gobierno
sirio, siendo árabe, estableció una relación estratégica con Irán, desde hace
muchos años. Durante la guerra de los 80 entre ese país e Irak, Siria apoyó a
los persas. Ahí debe haber primado esa cercanía religiosa. No se debe olvidar que
Siria tiene en las alturas del Golán una
parte de su territorio ocupado por Israel.
Por su parte, Líbano es un
pequeño país, solo comparable en superficie a Puerto Rico en América Latina,
aunque estratégico en términos políticos, dado que en él “rebotan” todos los
conflictos que se producen en el mundo árabe y en el musulmán. Todas las
contradicciones de orden político e ideológico en el mundo árabe y musulmán se
reflejan en la vida del Líbano. Recientemente, se estableció un nuevo gobierno
a partir de una alianza patriótica anti
sionista, con mayoría chiita, pero con participación de los sunitas y los
cristianos, quienes tienen una importante presencia en el Líbano, así como de
los drusos, un pueblo que se considera árabe, musulmán en su mayoría y con una importante
presencia en ese país mediterráneo.
Desde este
punto de vista, los países situados al norte y este de Israel, configuran una
coalición de fuerzas anti sionistas, constituida por organizaciones políticas y
sociales de distintas y contradictorias concepciones ideológicas y políticas.
Así mismo, Palestina, dividida
en dos territorios separados geográficamente, está bajo control de distintas
fuerzas políticas. En Cisjordania (al este, región fronteriza con Jordania),
donde se encuentra Ramallah, sede de la Autoridad Nacional Palestina (ANP),
ejerce el liderazgo Al Fatah, organización que es expresión del sector
nacionalista palestino, ha negociado con
Israel y Estados Unidos e incluso ha manifestado profundas contradicciones con
sectores palestinos radicales, algunos de cuyos líderes han sido capturados por
la ANP y entregados a Israel.
Por ello, no podemos hablar de
Palestina como un todo, sin contradicciones entre sus fuerzas políticas, que
tienen ideologías diferentes y concepciones distintas de la lucha y de su
relación con Israel.
El otro
territorio, Gaza, es una pequeña franja de 360 km2, con 11 kilómetros
de frontera con Egipto. Desde 2006 su gobierno es de mayoría sunita, liderado
por el movimiento Hamás, adversario de Fatah. Hamás es aliado de Irán, de
Hezbollah en el Líbano y de Siria. Al observar el mapa, constatamos que a
Israel, solo le quedan como aliados en sus fronteras directas a Jordania y
Egipto. Un cambio de gobierno profundo en Egipto o en Jordania significaría que
el cerco político a Israel quedaría prácticamente consumado. Existe un sector
en la frontera entre Egipto y Gaza, a través del cual el gobierno de Mubarak
regulaba el flujo de ayuda humanitaria, alimentaria, médica e incluso militar,
vital para su sobrevivencia y para la
defensa ante los ataques israelíes. Esto ha comenzado a cambiar con el
nuevo gobierno de la Hermandad Musulmana.
La
instalación de un gobierno panárabe e islámico en Egipto podría modificar
sustancialmente la dimensión y las características de la ayuda que se podría
producir desde ese país, a través de su territorio asiático de la península del
Sinaí, hacía Palestina, concretamente hacia la Franja de Gaza. Esta misma se
podría incrementar, incluso desde el punto de vista militar. Israel perdería el
aliado que ha conservado en su frontera sur desde 1978, manteniendo sólo a
Jordania en esa calidad, siendo este último un país débil que ha manifestado
sus propios problemas internos y donde alrededor del 30% de su población es de
origen palestino.
Podemos
fácilmente imaginar la significación que tendría un cambio de orientación del
gobierno egipcio en cuanto al conflicto palestino-israelí y la relevancia que
tienen en ese sentido las transformaciones en los países que circundan a
Israel. Esta nueva situación podría significar la revisión de los acuerdos de
Camp David de 1978, sobre los cuales se basa el dominio de Estados Unidos en la
región.
Además del derrocamiento y
posterior asesinato de Muamar Gadafi y
del actual conflicto en Siria, en los últimos meses se han desatado violentos
enfrentamientos en Yemen y Bahréin, y de
menos intensidad pero de igual importancia en Argelia, Jordania, Marruecos,
Omán y Arabia Saudita. Y como consecuencia de la caída de Gadafi una situación
potencialmente explosiva para todo el norte de áfrica en Mali lo que unido a lo
ocurrido en Túnez y Egipto da cuenta de una conflictividad generalizada y en
ascenso en la región.
Ante la pregunta de cuál es el
alcance de lo que está ocurriendo en estos países, sería un error suponer que
en los mismos va a haber transformaciones profundas y/o revolucionarias, por lo
menos en el corto plazo en que Estados Unidos y Europa siguen teniendo
capacidad de maniobra. Además, las fuerzas que han capitalizado estos
movimientos no son de izquierda y los sectores más excluidos sólo han tenido un
cierto protagonismo en Egipto. Sin embargo, avanzar hacia la democracia en la
región daría un gran impulso a las luchas populares.
De manera
que si se estudian los hechos concretos que sucedieron en Egipto, Túnez y Libia
y lo que está ocurriendo en Siria desde una perspectiva más amplia, se puede
llegar a la conclusión de que efectivamente podrían suceder trasformaciones
importantes en la región y que es posible que tengan consecuencias relevantes
en las estructuras de poder mundial y en el sistema de relaciones
internacionales.
Por ese
motivo, se debe tener en cuenta alguna de las consideraciones que en apretada
síntesis se han hecho y entender que no es posible circunscribirse solamente al
examen del conflicto local de Egipto, Túnez, Libia, Siria o de cualquier otro
país de manera aislada. Después del estudio de lo local y lo regional, habría
un último nivel de análisis, que conduce a indagar acerca de las probables
repercusiones que pudiera tener lo que está ocurriendo en el Medio Oriente y el
norte de África en el sistema internacional.
Esta región tiene evidencias de
asuntos bastante curiosos. Uno de ellos es el de sus límites y fronteras, al
observarlas en el mapa se constata que en su mayoría son líneas rectas que
dividen los países de África y el Medio Oriente. Cabe preguntarse el origen de
este fenómeno, y saber en qué condiciones se establecieron las líneas
limítrofes de la región. Es difícil que las fronteras sean líneas rectas, a
menos de que se hagan sobre un papel, lejos de la realidad geográfica y mucho
más lejos de los límites naturales que los pueblos han establecido a través de
la historia. Sin embargo, en este caso, que es una herencia colonial
generalizada en el mundo, incluyendo a
América Latina, los espacios geográficos de los territorios coloniales
que devinieron después de las independencias en estados nacionales se crearon
en mapas extendidos sobre las mesas de las oficinas de los gobiernos de las
metrópolis.
Pero no
tienen el mismo origen en África que en el Medio Oriente. En 1884 y 1885, las
potencias europeas se reunieron en el Congreso de Berlín y se distribuyeron
África. Determinaron qué le correspondía a Francia, a Inglaterra, Bélgica,
Portugal, algo para Alemania, España, Bélgica, Holanda y hasta a Italia le
correspondió una parte.
De esa
manera, crearon el germen de conflictos que todavía no se solucionan. Lo que sucedió
recientemente en Sudán es una prueba de ello: lo transformaron en un solo país,
sin que tuviera una identidad única. Tenía un norte árabe, musulmán, y un sur
negro católico. Los unieron por la fuerza cuando les convino y ahora que les
interesó dividirlo, fomentaron y alimentaron una guerra fratricida que les
permitió “legitimar” la partición, todo para nutrir sus ingentes intereses
económicos, básicamente en el área energética, una vez más.
Esto condujo a que en algunos
territorios habitados por pueblos desde tiempos inmemoriales, vieron de pronto
sus espacios geográficos divididos por líneas fronterizas sobre las cuáles no
les consultaron. Por ejemplo, los herero viven en Angola, Botswana y Namibia;
los afar en Djibuti y Etiopía; los acholi en Uganda y Sudán. En todos estos
países conviven diferentes pueblos originarios, tribus, con características
propias, culturas, lenguas, tradiciones y religiones diferentes. Algunas de
ellas quedaron divididas entre dos y a veces entre tres potencias coloniales y
después en diferentes estados nacionales.
Estos pueblos que han vivido
desde hace cientos de años en esos territorios, se dieron cuenta que les habían
puesto fronteras sin ser consultados y que para pasar de un lugar a otro dentro de lo que culturalmente
siempre ha sido su espacio propio, ahora debían pedir visa e incluso -en
algunos casos- se les impedía transitar.
Peor aún, las potencias
coloniales incentivaron diferencias para que los pueblos chocaran entre ellos,
al igual que ha sucedido en América
Latina, donde nos hemos enfrentado por espacios surgidos de fronteras
coloniales que nos impusieron. Ha habido conflictos entre Chile y Argentina,
Colombia y Venezuela, guerras entre Chile, Perú y Bolivia, Perú y Ecuador y, El
Salvador y Honduras y aún hoy pasamos por trances similares en varias latitudes
del continente. Hemos vivido doscientos años en guerra por las fronteras que diseñaron
los países colonialistas de Europa. Eso mismo ha sucedido en África y en el
Medio Oriente.
En 1918,
cuando finalizó la I Guerra Mundial, la potencia dominante en esta región, Gran
Bretaña, impulsó la creación de países a partir de sus propios intereses. Para
ello concibió monarquías, dictaminó qué territorio le iba a corresponder a
estos nuevos Estados y quién iba a ser el soberano en cada uno de ellos. Entre
los pueblos nómadas que habitaban la península, eligieron a la familia Saud que
eran los jerifes de La Meca. Así, surgió la monarquía saudita y Arabia Saudita.
Crearon un país donde sabían que había grandes reservas de petróleo e
impusieron una monarquía absolutamente leal a Gran Bretaña para ese momento y a
Estados Unidos después. A uno de los hijos del Rey saudita le crearon un país,
Jordania, y al otro lo designaron Rey de Irak. Inventaron el Reino Hachemita de
Jordania para que este príncipe hachemí tuviera su país.
Asimismo,
a Irak, la antigua Mesopotamia, un país extraordinario con una gran riqueza y
una importante tradición histórica, con indicios de cultura de miles de años de
antigüedad, que podría tener un desarrollo autónomo y que, como dijimos antes,
tiene costas en el Golfo Pérsico, le usurparon una parte de su territorio para
fabricar un nuevo país, Kuwait, en el lugar que históricamente fue una
provincia iraquí.
No hay que
olvidar que los ríos Tigris y Éufrates son la mayor reserva de agua de la
región. La civilización mesopotámica se construyó alrededor de estos ríos y su
grandeza en gran medida estuvo determinada por la importancia que tenían y
tienen estas fuentes de agua para la producción y el desarrollo. He ahí otro
valor estratégico de la región, mucho antes de que se descubriera el petróleo,
que cobrará mayor cuantía cuando el agua
comience a escasear por la explotación indiscriminada de la Tierra, el
cambio climático y el efecto invernadero.
En toda la región y en
particular en el Golfo Pérsico, Inglaterra y las potencias coloniales
terminaron creando monarquías de diferentes calidades, la mayoría emiratos y un
sultanato, en Omán. Así culminó la partición de lo que fue el imperio otomano.
No corresponde en este momento
analizar en profundidad lo que sucedió en India, un tanto alejada del Medio
Oriente, pero vale mencionar que cuando logró su independencia en 1950,
Inglaterra produjo la partición del territorio, dejando en su espacio una
provincia musulmana (Cachemira) que debía pertenecer a Pakistán. Así sembraron
la semilla de una discordia, que hasta el día de hoy mantiene un conflicto muy
grave si se considera que ambos países poseen el arma nuclear al margen de las
decisiones de Naciones Unidas al respecto.
De esa manera, generaron un
historial de problemas que se mantienen latentes en la actualidad y permiten a
los imperios, a partir de la división y la guerra, mantener su hegemonía en el
mundo. A través de los años han exacerbado
contradicciones entre nuestros pueblos, bajo un concepto nacional que no
existe, mientras se apropian de los recursos naturales.
En el
Medio Oriente y en el norte de África, las potencias coloniales han creado una
serie de conflictos, incluyendo el más importante y antiguo que es entre árabes
y judíos. Según la Biblia, árabes y judíos son pueblos semitas. Sem, quien da origen
a esa identificación, fue el hijo mayor de Noé. De ellos desciende Abraham,
reconocido por ambos pueblos, es decir, tienen un origen común y han vivido en
este territorio en armonía y en paz por siglos. Pero se les han incentivado las
diferencias a partir de intereses imperiales. En 1947 se llegó a un acuerdo en
Naciones Unidas para crear el Estado de Israel y también un Estado palestino.
Pero hubo un arreglo secreto, que hoy se conoce: los británicos optaron por
cumplir sólo una parte y darle un territorio a los judíos, que se llamó Israel,
sin concedérselo a los palestinos, con la connivencia de algunos jerarcas
árabes.
En el
análisis de la región, de sus conflictos y de las perspectivas de lo que pueda
ocurrir, no podemos limitarnos al “blanco y negro”, tenemos que considerar que
hay persas y árabes, que existen chiítas y sunitas y que, finalmente, hay
representantes de la alta jerarquía y de la aristocracia árabe, de las
monarquías, como también de los pueblos que están luchando, que derrocaron a
los gobiernos dictatoriales de Túnez y de Egipto y crearon las bases para la
intervención militar de la OTAN en Libia, destruyendo este país a pesar que era
el de más alto PIB y mejores indicadores sociales de África.
Esta lógica que se plantea
sirve para estudiar Asia, América Latina y África, es decir, cualquier lugar
donde existió el régimen colonial de las potencias occidentales. ¿Cuál es la
diferencia del examen que aquí se hace, con cualquier otro lugar del planeta?
La diferencia fundamental es que se está hablado de la región donde se produce una
parte considerable de la energía del planeta sobre la que se sustenta el sistema
actual.
¿Qué conclusiones se pueden
sacar? La primera es que detrás de todos estos conflictos están los intereses
de las potencias coloniales. Gran parte de la conflictividad actual del planeta
tienen en común su origen colonial.
En segundo
lugar, existe una historia de indignidad, interesadamente poco divulgada, en el
manejo de los intereses coloniales e imperiales en América Latina y el Caribe y
en el mundo. Hay conflictos que se potencian con base en los intereses de los
grandes actores del poder mundial y para Ecuador que es un país productor de
petróleo y de energía, debe considerar de manera primordial el examen de estas variables,
que tienen que ver con los intereses de las potencias y con la problemática
energética. El tema energético domina el análisis geoestratégico e influye
directamente en Ecuador.
Un tercer
elemento a considerar es que en la génesis de lo que está ocurriendo en el
Medio Oriente y el norte de África, y en particular de lo que dio origen a las transformaciones
en Túnez y en Egipto, está el tema alimentario. Se prevé que miles y millones
de personas sigan muriendo de hambre, cuando hay territorio, sol, agua y la
capacidad de producir alimento para el doble de la población del planeta. Pero
el modelo prefiere “alimentar” a los vehículos, recurrir a la agricultura para
producir biocombustibles, en vez de alimentar a los seres humanos. Los recursos
que deberían ir a la tecnología y los insumos para producir alimentos para la
vida se invierten en tecnología para la guerra y la muerte.
En resumen, es imprescindible considerar las
repercusiones que tienen estos hechos en la crisis que vive el mundo de hoy. Cuando
se habla de ella, a diferencia de la de 1929 a 1933 que se manifestó sólo en los ámbitos económicos y
financieros, ahora se habla de una crisis integrada, ya que conlleva componentes
de carácter energético, alimentario, ecológico, económico, financiero y uno del
que se habla muy poco, que es el de la debacle moral y ética de los fundamentos
en los que se sustenta el modelo depredador y el sistema de democracia político
que impera en el mundo y que se nos han impuesto como verdad universal para
todos nuestros países.