Una vez más, las circunstancias obligan a una mirada amplia de los conflictos internacionales. Me parece reduccionista circunscribir los hechos recientes en Asia Occidental a la idea de un conflicto bilateral entre Israel e Irán. Lo que está sucediendo tiene implicaciones que van mucho más allá de una simple confrontación entre dos países, por muy brutal que sea el enfrentamiento bélico. En realidad, lo que está ocurriendo es expresión de un capítulo nuevo de la conflictividad que producen las contradicciones antagónicas de un sistema internacional marcado por un polo de poder en decadencia y otro que emerge como alternativa.
El sistema internacional actual irrumpió a partir del dolor de la segunda guerra mundial y el engaño de algunos de los vencedores acerca de las causas y consecuencias que la generaron. La triada de control mundial constituida por los instrumentos financieros (FMI y Banco Mundial) nacidos en Bretton Woods en 1944, los políticos, emanados de la creación de la ONU y sus agencias en 1945 y los militares estructurados en torno a la OTAN en 1949, han sido las herramientas que Occidente ha utilizado durante los últimos 80 años para sostener el dominio y la hegemonía sobre el planeta.
No obstante, ya en la década de los 60 del siglo pasado este sistema se vio carcomido por el déficit externo de Estados Unidos, que importaba más de lo que exportaba llevándolo a financiar la diferencia a través de la creación de dinero inorgánico. Ello “obligó” a Washington a suspender la convertibilidad del dólar en oro (emanada de Bretton Woods) para establecer el dólar como moneda de cambio internacional. Paradójicamente, es en este momento cuando se comienza a esbozar un proceso de crisis del sistema capitalista imperante que aún hoy, 65 años después no ha podido ser superado. Con ello se echaron las bases para construir un nuevo orden político y económico global.
El mismo no tuvo posibilidades inmediatas de desarrollarse a plenitud porque la alternativa que debió surgir de la Unión Soviética y el socialismo enfrentaba sus propios problemas económicos, más allá de la aparente estabilidad política que manifestaba. Pero la aprobación de la política de reforma y apertura en China en 1978, comenzó a cambiar todo. Fue el momento de despegue de Beijing hacia su transformación en gran potencia mundial que le puede hacer contrapeso a Estados Unidos, a Occidente y al capitalismo.