Desde hace varios meses se percibe que el sistema internacional se mueve en un proceso de transformación que ha venido a acelerarse desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Junto a él, han accedido al poder algunos de los personajes más conservadores y retrógrados de la historia de ese país. En el ámbito planetario, al evaluar su perversidad, el actual gobierno estadounidense pareciera no tener parangón en el pasado, llegando incluso a ser comparado por algunos analistas con la Alemania hitleriana de la primera mitad del siglo XX.
La dinámica introducida por Trump a su política exterior viene produciendo mutaciones trascendentales en las relaciones internacionales que son imposibles de obviar si se considera que se está hablando de la primera potencia mundial. Trump, en su afán de regresar a los orígenes de una nación que se sustentó en el proteccionismo en lo económico y el aislacionismo en lo político, intenta repetir el largo período de crecimiento económico que llevó a Estados Unidos a convertirse en primera potencia mundial en la penúltima década del siglo XIX, para lo cual no ha escatimado esfuerzos de ningún tipo.
Pero, él o sus asesores se equivocan. El siglo XIX estuvo marcado por una ”exitosa” expansión territorial a costa del exterminio de millones de seres humanos de los pueblos originarios que habitaban los espacios que estaban siendo fruto de tal propagación. Eso es imposible hacerlo ahora sin que haya resistencias en buena parte de las áreas ambicionadas por Estados Unidos en el planeta.
Por otra parte, tal proceso se hizo en el marco de una confrontación entre el feudalismo obsoleto y un capitalismo naciente que era expresión de una revolucionaria mutación de la economía y la sociedad. Estados Unidos llegó incluso a una guerra en la que el capitalismo imperante en el norte derrotó a las fuerzas feudales del sur, iniciando una era de desarrollo sin igual en una forma de capitalismo productivo igualmente basado en la explotación del hombre por el hombre, pero distanciado de las formas atrasadas en que este se manifestaba en los tiempos feudales caracterizados por expresiones mucho más oprobiosas de apropiación del trabajo y de la vida de los seres humanos.
En esa medida, podría decirse que el capitalismo de esa época fue un avance respecto del pasado, pero ahora, cuando impera un modelo de capitalismo financiero que se sustenta en la especulación y en la riqueza basada en una producción inexistente, a Trump se le hace imposible rescatar la economía de su país para conducirla a una senda positiva, salvo si esto se calculara por las extremas ganancias que obtiene un número cada vez más reducido de millonarios.
Eso es lo que da la medida de que el plan Trump “…Hacer a Estados Unidos grande de nuevo” –como lo dijera en el discurso inaugural de su mandato el 20 de enero de 2017- al aceptar con ello que había dejado de serlo, no tiene ninguna posibilidad de realización, salvo a través de la amenaza, el chantaje, la presión y la guerra.
En ese marco se propuso torpedear el sistema internacional, destruyendo su estructura, en primer lugar a la Organización de Naciones Unidas a partir de la política de “o aceptas lo que te ordeno, o te destruyo”, camino en el cual se encuentra empeñado y en el que ha dado un nuevo paso al amenazar con retira a Estados Unidos de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ante el estupor de la comunidad mundial, en particular de aquellos que antes eran sus aliados y hoy se asumen como subordinados temerosos de que su furia se vuelva contra ellos. Por supuesto, me refiero a Europa y otros de sus adláteres como Australia y Canadá, países ayer orgullosos de su independencia y autonomía, hoy abandonadas.
En la otra parte de esta ecuación se encuentra China, que parece comenzar a despertar de un prolongado letargo en el que suponían que podían llevar adelante su proyecto de crecimiento y desarrollo económico, lucha contra la pobreza y materialización de una sociedad avanzada sin tropezar con la resistencia de Estados Unidos. La alianza estratégica iniciada por los dos países a finales de los años 70 del siglo pasado creada con el objetivo de destruir al común enemigo soviético está llegando a su fin. A pesar que la Unión Soviética desapareció hace casi 30 años los dos países mantuvieron un importante flujo de comercio que beneficiaba a ambas partes y que se mantuvo incólume a pesar de las fuertes tensiones generadas por el apoyo de Estados Unidos al separatismo en el Tíbet así como al gobierno de Taiwán que China considera parte inalienable de su soberanía.
Todo eso parece estar terminando y China ha empezado a comprender que los instrumentos tradicionales de su diplomacia no bastan para confrontar la brutal embestida estadounidense que ha logrado éxitos en Europa, Canadá y México, a quienes han logrado imponer sus políticas, pero ha fracasado al no lograr vía coacción, resolver sus diferendos con Irán, Rusia, la República Popular Democrática de Corea, Venezuela y sobre todo China.
El año pasado, el gobierno chino todavía conjeturaba que el camino de la negociación iba a ser relativamente corto en la búsqueda de una solución a las diferencias que se han expresado en mayor medida en el plano económico, comercial, financiero y tecnológico y en que ambas partes se han esforzado por ocultar sus componentes políticos, militares e ideológicos.
Las negociaciones se han prolongado en demasía y ya no sólo afectan a los países contendientes, sino que sus efectos comienzan a sentirse en la totalidad de la economía global. Unido a eso, Estados Unidos ha ensayado la posibilidad de crearle un conflicto interno a China, que este país visualizaba como poco probable hace solo escasos meses. La dinámica de la confrontación ha cambiado y ello ha terminado por alterar la tradicional retórica diplomática china basada en la armonía y la búsqueda de un equilibrio mutuamente ventajoso para todas las partes.
Hoy, cuando se ha hecho público el involucramiento y apoyo de Estados Unidos a la revolución de colores en Hong Kong, el gobierno chino ha comprendido que la potencia norteamericana pretende usar estas acciones como mecanismo de presión de las negociaciones comerciales y financieras.
Las reuniones sostenidas por los más conspicuos líderes opositores de Hong Kong con el jefe del departamento político del Consulado de Estados Unidos primero y posteriormente en Washington con el vicepresidente Mike Pence y la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi dan cuenta del involucramiento directo del gobierno de Estados Unidos en las revueltas de Hong Kong. Esa visita a la capital imperial significó acuerdos de apoyo financiero, formación política y asesoramiento organizativo que se concretó a través de la National Endowment for Democracy (NED) órgano de fachada de la CIA, la cual desde 2014 ha incrementado los recursos destinados a la desestabilización de China. En este contexto, valdría preguntarse, ¿que haría y cómo reaccionaría el gobierno de Estados Unidos si China se propusiera apoyar las revueltas contra el gobernador de Puerto Rico y el abandono que Estados Unidos ha hecho de su colonia más importante en el Caribe?
No sólo eso ha estado en el tapete de la problemática más reciente entre las dos mayores potencias económicas del planeta, habría que agregar que sumando otro ámbito a su cotidiano discurso soberbio y prepotente, John Bolton ha amenazado a China diciendo que: "Los chinos tienen que mirar con mucho cuidado los pasos que toman porque las personas en Estados Unidos recuerdan la plaza de Tiananmen [...] recuerdan la imagen del hombre parado frente a la línea de tanques", haciendo referencia a la intentona golpista de 1989 en China justo cuando se conmemoran 20 años de esos acontecimientos, que el brillante intelectual italiano Doménico Losurdo catalogó como “la primera revolución de color “ de la historia.
En su intento de intimidar a China, Bolton afirmó que: "Sería un gran error crear un nuevo recuerdo como ese en Hong Kong”. La Cancillería China ha respondido contundente al expresar que en más de una ocasión se le ha hecho saber a Estados Unidos que el tema de Hong Kong “es una cuestión que corresponde exclusivamente a la política interna de China” y han hecho un llamado para que Estados Unidos. deje “de meter la nariz en los asuntos de Hong Kong".
En declaraciones mucho más fuertes, el pasado 13 de agosto, la portavoz de la cancillería china Hua Chunying, dio respuesta a la pregunta de un periodista respecto de las opiniones de Nancy Pelosi, del líder de la mayoría republicana en el Senado Mitch McConnell, el Senador Marcos Rubio y el Congresista Ted Yoho quienes el día anterior afirmaron a través de la red social twitter que “la policía de Hong Kong reprimió a los manifestantes con violencia y que el gobierno central chino erosionó la democracia y la libertad en Hong Kong”.
Hua contestó de manera categórica diciendo que Estados Unidos “negó en repetidas ocasiones su participación en los incidentes violentos ocurridos en Hong Kong. Sin embargo, los comentarios de esos miembros del Congreso de los Estados Unidos han proporcionado al mundo pruebas nuevas y contundentes. Al descuidar y distorsionar la verdad, blanquearon crímenes violentos como una lucha por los derechos humanos y la libertad, y malinterpretaron deliberadamente el trabajo de la policía de Hong Kong como represión violenta cuando la policía solo hacía cumplir la ley, luchaba contra los crímenes y defendía el orden social. Ellos incluso incitaron a los residentes de Hong Kong a enfrentarse con el gobierno de la Región Administrativa Especial de Hong Kong y el gobierno central de China. ¡Qué ansiosos están de querer ver el mundo sumergido en el caos!” y finalizó diciendo que: “En los Estados Unidos, los miembros del Congreso también se llaman legisladores. No puedo sino preguntar a los congresistas de los Estados Unidos: ¿Son ustedes legisladores o infractores de la ley? Les recordamos solemnemente esta simple verdad: los asuntos de Hong Kong son totalmente asuntos internos de China, y ustedes no tienen derecho ni están calificados para comentar sin sentido sobre ellos. Que cuiden sus propios asuntos y se mantengan alejados de los asuntos de Hong Kong”.
Al llegar a este plano de la confrontación, es evidente que las negociaciones comerciales entrarán en un espacio mucho más complejo de resolución. Estados Unidos supuso que con China podía actuar de la misma manera que con Canadá o México. Los hechos han demostrado lo contrario. Debería recordar que para China los tiempos son infinitos, mientras que para Estados Unidos están acotados a la cotidianidad: en lo inmediato la navidad que obligó a Trump a posponer los nuevos aranceles a los productos chinos tras las presiones de los importadores estadounidenses que no podrán conseguir mercancías similares para las celebraciones de fin de año de la misma calidad y a los mismos precios en un plazo tan corto, En el plazo mediato, a Trump se le va acercando la fecha de las elecciones en la que aspira a dar continuidad a su mandato sin poder resolver el diferendo con China que amenaza que Estados Unidos se sumerja en una espiral de inflación e incluso con una probable recesión, no aconsejables para un año electoral.
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