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jueves, 7 de agosto de 2025

Discurso de orden en la Sesión Solemne de la Asamblea Nacional de Venezuela en conmemoración del bicentenario de la creación de Bolivia


Al contrario de lo que podría suponerse y lo que nos han enseñado, la historia no es una suma de fechas, de líderes y lugares. Esos hitos son solo instrumentos metodológicos usados por los académicos para ordenar su estudio. La historia es continua y permanente. Es verdad que nos reunimos para conmemorar aquellas fechas que señalan jalones en el devenir de la construcción de las sociedades y los Estados. Pero si creyéramos que son solo algunos héroes los que deben ocupar un lugar en la historia, estaríamos negando el papel protagónico de los pueblos como principales hacedores de esta.

Nunca en los últimos 200 años, los pueblos han dejado de luchar, nunca en 200 años el pueblo boliviano ha dejado de luchar y si nos reunimos hoy aquí es porque queremos rendir merecido homenaje al pueblo boliviano en su larga lucha por la independencia y la libertad cuando se cumplen 200 años de creada la república. Especial realce tiene para nosotros, venezolanos y venezolanas esta efeméride, sabiendo que los dos más grandes hombres nacidos en esta tierra tuvieron un lugar privilegiado en este hecho histórico que es motivo de orgullo y esplendor para la venezolanidad.

La batalla de Ayacucho marcó el fin del imperio español en América del Sur, pero el pensamiento del Libertador volaba mucho más lejos. En su mirada, aún quedaban tareas por cumplir. Así se lo hace saber al Congreso Constituyente del Perú en la sesión solemne del 10 de febrero de 1824, al conmemorarse el primer aniversario de su dictadura constitucional. Tras informar de su gestión a los representantes del pueblo y dejar instalado formalmente el Congreso de la república, informa que sus responsabilidades ahora estaban en rendir el Callao y contribuir a la libertad del Alto Perú después de lo cual regresaría a Colombia a informar a los diputados de su país acerca del cumplimiento de su misión en el Perú, su independencia y la gloria del Ejército Libertador.

El gran estadista que era, incluso en las más difíciles condiciones de la guerra, no abandonaba sus responsabilidades políticas y económicas y sobre todo las internacionales. Pero ahora, imbuido de la necesidad de construir la gran nación de naciones que había soñado, comprendió que el esfuerzo principal debía ponerse en la diplomacia.