Durante una entrevista realizada en días pasados, el periodista Carlos Arellano me sorprendió al preguntarme si el recuento histórico que hizo el presidente Putin en su reciente comparecencia para explicar la decisión de reconocer la independencia de Lugansk y Donetsk, era necesario.
Arellano con sapiencia, trataba de encontrar explicaciones a dicha decisión y desentrañar el intríngulis del asunto. Con mucho respeto por el presidente Putin, me permití diferir de su opinión que le achacaba la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Ucrania a los bolcheviques y a Vladimir I. Lenin.
Cuando los bolcheviques llegaron al poder, no solo tuvieron que formar un gobierno para dirigir Rusia sino todo el gigantesco imperio zarista que agrupaba a alrededor de 100 nacionalidades, la mayoría de las cuales habían sido incorporadas a la fuerza. La creación de la Unión Soviética que llegó a tener 15 repúblicas socialistas, 20 repúblicas autónomas, 125 óblasts, 7 óblats autónomos, 10 distritos autónomos y 7 krais, fue el intento diseñado por los bolcheviques para resolver el problema de las nacionalidades y darle a cada una la representación que merecía.
Si eso se deformó no fue culpa de los bolcheviques y mucho menos de Lenin. Hay que recordar que todo eso se hizo en medio del asedio absoluto del capitalismo mundial que pretendió destruir el naciente poder de obreros y campesinos cuando nacía en el marco de una hambruna generalizada de los pueblos. “Pan, paz y tierra” fue la consigna bolchevique de entonces. Por cierto, esa decisión fue la que permitió a los ucranianos tener por primera vez un Estado nacional. Si eso fue un error como planteó el presidente Putin, es bastante discutible o al menos, necesario de debatir. Pero es comprensible que entre Lenin y Putin haya diferencias, el fundador de la Unión Soviética era un revolucionario comunista e internacionalista y Putin, un nacionalista ruso que se ha propuesto defender y salvaguardar los intereses de su país cuando ya no existe el mundo bipolar.