Hay ciertos indicios en el sentido de que Estados Unidos podría cambiar en algo su política hacia Venezuela. No se trata de forjar falsas expectativas ni de suponer que su intención de derrocar al gobierno de Nicolás Maduro ha cesado, solo que hay señales que permiten barruntar la posibilidad de que se produzca una modificación de la forma que puede adquirir la búsqueda de ese objetivo.
La primera pista tiene que ver con el repentino cambio de discurso desde Washington y Bruselas que es desde donde se dan las órdenes que establecen la forma de actuar de la oposición venezolana, inicialmente de toda ella, pero en la medida de que una de las partes se ha ido deslastrando del terrorismo como forma de hacer política (lo cual le ha valido sanciones), solo ha quedado la oposición terrorista como receptora de las disposiciones coloniales e imperiales que acata con perruna obsecuencia en el interés de maximizar ganancias y dar prueba de su fe antinacional y entreguista.
Sin embargo, la resistencia del pueblo venezolano que ha hecho fracasar todos los intentos subversivos que incluyeron el asesinato de ciudadanos, el golpe de Estado, la alianza con el paramilitarismo y el narcotráfico colombiano, las invasiones por vía marítima y terrestre, el sabotaje y paralización eléctrica, el intento de magnicidio del presidente Maduro, el falso expediente de la ayuda humanitaria, el bloqueo a las exportaciones de petróleo y a la actividad financiera internacional del Estado, el robo de los recursos del país y los desesperados llamados a invasiones de potencias extranjeras, los obstáculos a la importación de alimentos, medicinas y combustibles, entre otros expedientes, han señalado a Estados Unidos y Europa la obligación de buscar otros rumbos que se acerquen más a la política del presidente Obama hacia Cuba que se caracterizó por su intención de “matar suavemente”.