El diputado fascista venezolano Juan Guaidó ha enviado una señal fuerte y clara. Dirigiéndose al presidente Nicolás Maduro ha dicho que éste busca excusas para "perseguirlo y detenerlo”. El mensaje parece muy lúcido, pero hay que leerlo de otra manera, da la impresión que lo que en realidad quiso decir es: “Presidente Maduro, necesito que me lleve a prisión”. Su gesticulación nerviosa, su retórica confusa e intrascendente y su pálida expresión facial son muestra fehaciente del miedo que está sintiendo, pero no por probables acciones del gobierno, sino que su propia gente ha comenzado a cansarse de las mentiras, del incumplimiento de las promesas de corto plazo que ha hecho y de la auto adjudicación de ingentes recursos financieros robados al pueblo venezolano. Ha hecho todo lo posible para que al igual que Leopoldo López, el gobierno le extienda una mano salvadora de la furia de sus ex correligionarios que ya lo quieren fuera del negocio.
Desde su sepulcro, Guaidó ha hecho cuentas: sabe que es un cadáver político, necesita martirizarse para recuperar protagonismo y seguir cobrando su cheque en Washington, cuando también desde el norte comienzan a acusar cansancio ante la continuada incapacidad y torpeza del pupilo de Pompeo y Marcos Rubio.
Los cálculos son sencillos: “…voy a prisión; me martirizo; Estados Unidos pone en funcionamiento su maquinaria pro derechos humanos; Bachelet, Vivanco, Borrell y otros adláteres que han sido puestos en sus cargos por Washington comienzan a ladrar; los países con gobiernos de ultra derecha y social demócratas de Europa y América Latina se pliegan sumisos a la campaña; ante la presión, el gobierno venezolano cede y en pocas semanas salgo exitoso ´al exilio` a disfrutar de las abultadas cuentas bancarias que Estados Unidos se ha encargado de crearme por cumplir la misión que me han dado”. Cree Guaidó que bien valen la pena unas pocas semanas de cárcel, si piensa en el futuro luminoso que va a tener en Miami disfrutando su riqueza.