Como una suerte de bestia hibrida bicéfala, en que una de sus cabezas es la de Dios y la otra de un sheriff del lejano oeste de las películas que protagonizaba John Wayne a mediados del siglo pasado, William Barr, fiscal general de Estados Unidos desenfundó su revólver para aplicar la justicia divina que todo dirigente imperial estadounidense cree tener para juzgar a cualquier persona sobre la tierra que no se arrodille ante la fuerza letal de su superior estupidez.
El caso no pasaría de ser una anécdota más dentro de la continuada, insensata e ineficaz política de sanciones que estados Unidos aplica contra 37 países en el mundo si no fuera porque William Barr un frustrado agente de la CIA, cuya mayor ambición era llegar a ser Director general de esa agencia de inteligencia, tiene antecedentes en esto de dictaminar fantasiosas acusaciones sin pruebas, para después, moviendo su segunda cabeza ofrecer recompensa por la vida de cualquier jefe de Estado.
Barr que en la CIA trabajó en la oficina de asuntos de China, siendo asesor legal de la Casa Blanca, en tiempos del presidente George H.W. Bush creó los instrumentos “legales” para justificar la invasión a Panamá, el asesinato de cientos de civiles y la captura del General Manuel Antonio Noriega, comandante en Jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá. En este caso ofreció un millón de dólares de premio por la captura del líder panameño.