En su continuado afán de destrucción del derecho internacional y establecimiento de la supremacía de la fuerza como instrumento de las relaciones entre Estados, las potencias occidentales, en especial Estados Unidos ha ido tomando – sobre todo desde la llegada al poder de Donald Trump- una serie de medidas que por el influjo de su poder va haciendo carne en el sistema, en particular en los países subordinados de Europa y América.
Así, Trump abandonó la UNESCO, el Consejo de derechos humanos de la ONU, el Acuerdo de París sobre cambio climático, el tratado comercial Transpacífico y el Acuerdo nuclear con Irán. Por supuesto, cada país tiene el derecho soberano de decidir a que instancia pertenece o no.
Pero cuando ello reviste el interés abierto o subterráneo de disipar la institucionalidad que con extremas dificultades ha permitido que no haya habido guerras nucleares, como tampoco conflictos bélicos de dimensiones planetarias en los últimos 75 años, tales decisiones entrañan sumo riesgo para la humanidad. Cuando además quien atenta contra esta precaria estabilidad es el país más poderoso del mundo, las preocupaciones van en aumento.