Si alguien no se ha dado cuenta que vivimos en medio de profundas transformaciones de la política, basta mirar el viaje del presidente Obama a Cuba y Argentina para que cambie de opinión. Aunque resulte paradójico, mientras en la Cuba socialista, el mandatario estadounidense fue “bienvenido por el Gobierno de Cuba y su pueblo con la hospitalidad que los distingue” y fue “tratado con toda consideración y respeto, como Jefe de Estado”, tal como anticipó el diario “Granma” órgano oficial del Partido Comunista de Cuba en una editorial publicado el pasado 8 de marzo, en la Argentina de gobierno ultra neoliberal y represivo, el patrón de la Casa Blanca, fue recibido con muestras de repudio, manifestaciones y marchas en contra de su presencia el día que se conmemoraban 40 años de la entronización de la más horrenda dictadura que haya sufrido el país austral en su historia. Junto con recordar a los alrededor de treinta mil desaparecidos que produjo el gobierno represor, auspiciado y apoyado por Estados Unidos, los argentinos, -sin olvidarlo- quemaron banderas de ese país e imágenes del propio Obama, quien se refugió en un insulso acto organizado por el presidente argentino Mauricio Macri, que solo presenciaron funcionarios de ambos gobiernos y algunos invitados especiales, ninguno de los cuales -probablemente- tuvo un familiar entre las víctimas de la dictadura.
Muchos se preguntarán porque es posible que pueda ocurrir un hecho tan contradictorio en las antípodas ideológicas de nuestra región. Tal vez, la explicación sea que el pueblo cubano y su gobierno actúan como un todo, y que el primero entrega plena representación y confianza a sus autoridades para que manejen esta compleja relación con Estados Unidos, sobre todo en la nueva situación creada a partir del 17 de diciembre de 2014. Igual, eché de menos al pueblo cubano, ordenada y respetuosamente como siempre ha sido, en las calles de La Habana, exigiéndole a Obama el fin del bloqueo y la devolución de la base de Guantánamo, de la misma manera que lo hacemos en todos los países de América Latina, cuando somos convocados para ello y expresamos nuestro solidario apoyo a las justas reivindicaciones del pueblo cubano.
Por el contrario, en Argentina, no hay conjunción del pueblo con el gobierno, más allá que éste tenga los votos de aquél. Tal incongruencia, sobre todo cuando se produce en momentos de franco ataque conservador contra los gobiernos democráticos y anti neoliberales de América Latina, entraña solo una de las tantas contradicciones de la política actual en la región y una de las múltiples preguntas que muchas personas se hacen, cuando tratan de entender la situación política que se vive desde hace unos meses.
Resulta que no hay nada más falso que suponer que la democracia, tal como está hoy concebida en América Latina es el súmmum de la libertad, la igualdad y la fraternidad que preconizó la revolución burguesa de Francia en julio de 1789. La libertad de los mercados para imponer comportamientos económicos en beneficio de la minoría, no ha sido capaz de generar la igualdad proclamada, América Latina y el Caribe es el continente más desigual del planeta según el coeficiente de Gini, ideado precisamente para medir tal índice. Así mismo, lejos de la fraternidad pregonada, lo que florece son sociedades de consumo, en las que el valor de las personas se mide por la acumulación de bienes que ha podido conseguir, por el individualismo y falta de espíritu colectivo.
La pregunta entonces, es por qué si esto es así, los sectores reaccionarios y retrógrados siguen ostentando el poder y tienen capacidad para revertir su posesión por fuerzas políticas opuestas o distintas. La explicación está en la propia concepción de la democracia que la sustenta, creada precisamente por la burguesía, para perpetuarse en el poder. La falsa suposición de que el poder reside en la administración del Estado, no en la propiedad de los medios de producción ha conducido a no pocos errores en la conducción de aquellos gobiernos que han impulsado políticas anti neoliberales en el pasado reciente. Por supuesto, llegar ahí, crea superiores condiciones para avanzar mejor y más rápido hacia la transformación de la sociedad, pero solo si las cosas se hacen bien. En ese sentido, la llegada al gobierno no es un fin, es solo el punto de partida como lo entendió perfectamente el Comandante Fidel Castro con su preclara visión de futuro, el 1° de enero de 1959 en el parque Céspedes de Santiago de Cuba: “La Revolución empieza ahora, la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros…”. Pero, reitero, hay que hacer bien la tarea.
Como ha quedado demostrado, la llegada al gobierno, no es un cheque en blanco que el pueblo entrega para que en su nombre se haga cualquier cosa, porque cuando es así, solo se está copiando aquello que durante siglos, durante muchos años, el pueblo y los revolucionarios han reclamado como prácticas que deben ser desterradas, entonces la pregunta es, cómo desprenderse de la democracia representativa si se ha llegado al poder a través de ella.
No es un secreto, ni está al margen de la ley, solo se trata de que la democracia además de representativa, sea efectivamente participativa en la que el pueblo organizado tenga el principal papel protagónico. La alianza estratégica debe ser con el pueblo, con otros sectores de la sociedad, solo se hacen alianzas tácticas para avanzar en determinados momentos, los pueblos hacen pagar caro el olvido de esta máxima. En Cuba, no lo han olvidado y 57 años después, Obama ha tenido que reconocer que no se enfrentaba solo a “los Castro”, sino a un pueblo enhiesto que a pesar de errores y reveses, apoya mayoritariamente a su gobierno.
Así, observamos otra paradoja en la realidad reciente de América Latina, la izquierda aparece como la más férrea defensora de la democracia burguesa, ha costado tanto conquistarla, que se ha olvidado cambiarla, mientras que la derecha que aprecia que la misma ha dejado de servirle, se…defeca impolutamente en ella, (como si fuera posible hacer esto). De esta manera, el Estado de derecho, la independencia de poderes, los períodos electorales, el respeto al voto popular y otras linduras, son sencillamente pasadas a llevar cuando no sirven a los designios del poder. Pareciera que la sangre de Salvador Allende, -firme y convenido defensor de la democracia representativa, pero que no vaciló en tomar las armas cuando la oligarquía y los militares la aplastaron y mancillaron- hubiera sido derramada en vano.
De la misma manera, parece que obviamos el papel de los grandes medios de comunicación que hoy ejercen la función de ser el principal partido político de la derecha. Hay banalidad, superficialidad y hasta mediocridad en algunos casos en la construcción de políticas comunicacionales, mientras se sigue aferrado a métodos caducos y retrógrados que incluso expresan subestimación por la inteligencia del pueblo. Y hoy, son los medios de comunicación los que ganan las batallas. ¿Quién puede explicar que el presidente Evo Morales pierda el referéndum de reforma de la Constitución y dos semanas después las encuestas le den 58% de popularidad? Es verdad que la brutal campaña de desprestigio del presidente jugó su papel, pero también es verdad que la derecha se ha adueñado del concepto de cambio y poco o nada se ha hecho para revertirlo. Ahora resulta que las fuerzas conservadoras son portadoras del cambio, eso es un gran contrasentido hasta gramáticamente. Pero, se subestimó su potencial y el peligro que eso significaba. Al presidente Evo Morales se le impidió postularse nuevamente a las próximas elecciones, pero se olvida que el Presidente Roosevelt fue reelegido tres veces cuando se necesitaba de la continuidad y fortaleza de un gobierno en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial.
Finalmente, el tema de la corrupción, tan combatida y repudiada por la izquierda en los gobiernos del pasado, por ser expresión de valores burgueses que debían ser exterminados. Era característico que los líderes revolucionarios vivieran dignamente pero de forma modesta, era un orgullo mostrarlo y expresión de respeto de las jóvenes generaciones que veían como sus jefes predicaban con el ejemplo. Era la única forma de ser superiores al enemigo que se enfrentaba, más poderoso financiera, económica y militarmente. Solo el sustento de valores superiores, daba la fuerza para enfrentar y vencer a un adversario por muy poderoso que fuera. La pérdida de esa fortaleza crea no solo debilidad, también desmoralización, dando posibilidades a la penetración de la ideología que glorifica el consumo y el individualismo.
Estos olvidos se manifiestan en votos, pero sobre todo expresan la necesidad de reflexionar para encontrar los errores cometidos. En Cuba y Argentina, los pueblos han demostrado mantenerse en pie de lucha. No es culpa de ellos, el imperio intentará siempre retrotraer los procesos de transformación, el papel subjetivo, el de la organización y los líderes, son los decisivos en la América Latina de hoy.