La semana
pasada esbozábamos elemento de orden general respecto de la proclama del
Libertador y su relación con la integración y la identidad nacional para
intentar entender cuánto valor pudiera tener la máxima bolivariana en las
condiciones actuales. Sin embargo, en las condiciones actuales es imposible
sustraer este debate a la noción de modernidad. La complejidad de los conceptos
que se relacionan y la búsqueda de explicaciones, direccionan necesariamente a
este paradigma que sobre todo en años recientes ha manifestado una multivisión
que le atrapa en un espacio amplio que va desde los que enarbolan la idea de su
crisis o incluso su fin, hasta el de su vigencia siempre renovadora.
En este
sentido, la idea de modernidad podría dar cuenta de un discurso a través del
cual se puede tomar conciencia de los cambios que se producen. Sin embargo, la
aparición de la globalización introduce nuevos elementos a esta discusión, toda
vez que como plantea Renato Ortiz “modernidad y nación son configuraciones
sociales que históricamente aparecen juntas”. La primera surge con la
Revolución Industrial, aunque se manifiesta en la práctica a través de la
nación. La segunda se revela a partir del desarrollo de una modernidad propia.
La nación permite el surgimiento de un nuevo tipo de organización social. La
globalización admite la ampliación de los espacios de la modernidad, que ya no
se manifiestan solamente en los estrechos límites del Estado-nación sino que
abarca todos los confines del planeta, lo cual le concede un novedoso ámbito
“universal”. Esta situación conduce a que se transite de una modernidad a
múltiples modernidades. Así mismo, conlleva un fenómeno contradictorio que
actuando como fuerzas opuestas enfrenta a la globalización con el desarrollo de
lo local. Es lo que se ha dado en llamar glocalización.
La
glocalización es un término que proviene de la fusión de las palabras
globalización y localización. Surgió en los años 80 del siglo pasado en Japón
en el marco del desarrollo de sus prácticas comerciales. Este término que
podría ser considerado como paradigmático en términos de las inter relaciones
entre globalización e identidad nacional propone la premisa de “pensar
globalmente y actuar localmente” lo cual puede ser aplicado a cualquier
persona, comunidad o sociedad. El mismo
busca adaptar un cierto entorno de características específicas que se
diferencian de otras a partir de una determinada demanda o, planteado de otra
manera busca adaptar patrones globales a condiciones locales.
Esta
manifestación de la modernidad exhibe finalmente una de las características
claves de la influencia de la globalización en el Estado y la nación, toda vez
que la distancia espacial ya no supone una distancia temporal. En los hechos,
la modernidad desconecta el espacio local al poner en contacto lugares muy
alejados de distintas latitudes y longitudes del planeta, lo cual determina
nuevos tipos de relaciones sociales.
En esa
medida, se puede concluir diciendo que la globalización además de ampliar los
efectos de las actividades económicas políticas y culturales a cualquier lugar
del mundo y de reordenar el espacio y el tiempo de la vida social, ha comenzado
a construir una nueva dimensión que ha intensificado positiva o
negativamente la interacción e
interconexión entre los Estados y las naciones.
Ha
generado un fenómeno paradójico de defensores y detractores que enarbolan
propuestas variadas para sostener sus ideas. Lo cierto es que la globalización
ha provocado un “terremoto” en las acepciones tradicionales en las nociones de
Estado y nación en el pensamiento político contemporáneo en el marco de un
debate que sólo parece haber comenzado. Las manifestaciones asociadas a su
surgimiento, así como las externalidades propias de su desarrollo aportarán
diferentes puntos de vista que darán luces a la conformación de nuevas
identidades que debilitarán al Estado, en tanto la nación, el principal soporte
que ha tenido desde su nacimiento, de paso a otras expresiones de organización
de la sociedad e identificación de los individuos entre sí y con los demás.
Por
supuesto, hay poderes interesados en el debilitamiento del Estado, su fragilidad
permitiría imponer actuaciones y decisiones supranacionales desde poderes fácticos
no identificados y desde los gobiernos de las potencias que dominan el quehacer
político y económico global. Los intentos de quebrar el concepto de soberanía
(incluso aceptado por Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU) como columna
vertebral del sistema internacional que
permite la convivencia pacífica entre las naciones que viven en la Tierra y garantiza la paz mundial, son
expresión del deseo de algunas potencias globales de imponer las normas de
comportamiento y conducta que los Estados y naciones deberían asumir en el
sistema. Detrás de todo ello, está la intención de copar y controlar zonas de
influencia y espacios para obtener materias primas, energía, alimentos y agua,
base fundamental para el control estratégico de la vida en el planeta.
En este
marco, América Latina y el Caribe solo tienen opción de presencia real en el
escenario internacional, si no logra constituirse en un bloque de poder que
aprovechando sus potencialidades, complementando las carencias de unos con las
abundancias de otros, generando así una economía integrada y una visión general
de los problemas planetarias que acepte la multidiversidad de ideas que bullen
en la región. He aquí, donde la genialidad visionaria del Libertador Simón
Bolívar cobra presencia 200 años después. En medio de la guerra de
independencia, cuando arreciaba la ofensiva española y las huestes patriotas se
sumían en un período de reflujo de la lucha, el Libertador tuvo la capacidad de
ver mucho más lejos del espacio estrecho que para él era Venezuela, y mucho más
allá del límite temporal al que podía inducir la victoria independentista.
Sólo un hombre con perspectiva estratégica
respecto del futuro de la región y con visión de largo plazo podía prever lo
que habría de suceder en lo inmediato y después, cuando las nuevas repúblicas
comenzarán a trazar su camino de vida independiente.
Los
agoreros dirán que eso es imposible dadas las profundas diferencias ideológicas
que hoy encuadran la vida política de la América Latina y el Caribe, pero la
configuración del porvenir que trazaba Bolívar no estaba ajena a esa
circunstancia. En la Carta de Jamaica ya vislumbraba la lucha como un proceso
que sufriría trastornos, dificultades y plazos distintos en su realización.
Apuntaba que “porque los sucesos hayan sido parciales y alternados no debemos
desconfiar de la fortuna”, y no tenía temor ante la circunstancia cierta que ya
vislumbraba respecto de aquellas oligarquías agazapadas que se preparaban para
usufructuar de la independencia “En unas partes triunfan los independientes
mientras que los tiranos en lugares diferentes obtienen sus ventajas, ¿cuál es
el resultado final?, ¿no está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su
defensa?”
Ante esto,
Bolívar nos dejó la Patria como legado, la misma debe transformarse en el
blasón insustituible con que podríamos resistir ante los modernos intentos de
avasallaje, el imperativo que tenemos es concluir la construcción de una
identidad que nos permita recorrer el camino, aceptando todos los obstáculos,
entre ellos los de fatuos intereses de oligarquías que usurparon la patria para
crear Estados nacionales e intereses acorde a esa visión estrecha y
comprometida con una minoría. Hoy el Libertador se levanta señero para
recordarnos que “La patria es la América”.
Todavía las oligarquías se
ensañan y no aceptan que así sea. Las de Chile negocian con Bolivia
encumbrándose sobre intereses nacionales que no son los de uno ni de otro
pueblo. Los dominicanos de misma estirpe niegan su sangre mestiza cuando esos
mismos intereses los llevan a crear leyes para despreciar al pueblo haitiano,
hermano oprimido del que vive del otro lado de la Española… y así, a lo largo
de la región nos sorprendemos repitiendo consignas que enarbolan un supuesto
interés nacional que no genera beneficios para ningún pueblo. A 200 años,
Bolívar nos lo recuerda, “. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una
nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar
las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la
marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la
América meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el
Oriente y han ilustrado la Europa, volarán a Colombia libre, que las convidará
con un asilo”.