En el año 405 ddC, el monje Mesrop Mashtots
elaboró el alfabeto y consolidó la
escritura nacional armenia. Ese alfabeto ha permitido dar continuidad a la
cultura nacional y la actividad científica que ha tenido grandes cultores en la
literatura y la historiografía, así como en las ciencias naturales.
Armenia ha sido permanente espacio de codicia de
poderes imperiales que han desmembrado el país continuamente a través de la
historia. Ubicados en una región eminentemente musulmana, y acosados religiosamente por sus vecinos,
los armenios han tenido que defender su identidad, cultura y religión durante
más de 20 siglos.
En 1415, cuando los turcos tomaron Constantinopla,
Armenia fue dividida entre Persia y el imperio otomano. En 1722 el imperio ruso
incursionó en su territorio, con lo que se incorporó un nuevo actor ambicioso
de hacerse un espacio en la región. Un grupo de príncipes armenios dirigidos
por David Bek se sublevaron y se unieron a los rusos. El Zar Pedro el Grande
apoyó a los armenios, a su muerte Rusia firmó la paz con Persia. Algunos
territorios armenios fueron incorporados a la soberanía rusa.
En el siglo XIX hubo varias guerras entre rusos,
turcos y persas. Rusia incorporó a su territorio, la región oriental de
Armenia, habitada por más de 2 millones de ciudadanos, pero la mayor parte del
país en la que vivían unos 4 millones de habitantes quedó bajo control turco.
Protegida por Rusia de invasiones y guerras, la región oriental de Armenia
prosperó, mientras que en Turquía los armenios fueron sometidos a
humillaciones, persecuciones y vejaciones. En estas condiciones, hubo
permanentes levantamientos armenios para rechazar el trato inhumano que daba el
imperio turco otomano que utilizó indiscriminadamente la violencia y la
represión más brutal. En ese contexto y bajo acusación de colaboración con los
rusos, el Estado otomano, cometió uno de los mayores genocidios de la historia, provocando a
partir del 24 de abril de 1915, la muerte de más de un millón quinientos mil
ciudadanos armenios.
Vale recordar que la primera guerra mundial había
dado inicio el año 1914 y que rusos, ingleses y franceses eran aliados en
contra de las potencias centrales conformadas por los imperios alemán, austro
húngaro y otomano. Las acciones ofensivas de los rusos en el este y el apoyo
que le dieron los armenios fueron considerados como una traición por los
otomanos. El inicio del genocidio se
produjo al unísono del ataque franco británico del 25 de abril, a la península
de Gallípoli en el sur de Turquía al norte del Estrecho de los Dardanelos, amenazando con tomar control de la zona
europea de Turquía.
Algunos estudiosos señalan que esta fecha, que se
recordó el pasado viernes, con la presencia de varios Jefes de Estados entre
ellos los de Francia y Rusia, marcó el inicio de un programa de destrucción
gubernamental definitivo de la existencia del pueblo armenio. Desde el año
anterior, había comenzado con la detención de líderes políticos y sociales
armenios en Estambul y algunas masacres menores focalizadas en sectores
fronterizos con Rusia e Irán. En semanas posteriores a la fecha que es
considerada como de inicio del genocidio, el 27 de mayo, el gobierno adoptó una
ley que autorizaba en bien de la “seguridad” y por “necesidad militar” la
deportación de los armenios. Ello inauguró una formal política sistemática de
destrucción de esta comunidad minoritaria al interior de Turquía. Pero, ya en
1895 dio lugar el primer ataque turco
contra la población armenia que había significado 80 mil muertos, que sucedió a
otro, el año anterior con 3000 ciudadanos armenios asesinados en la región de
Sasun, provincia de Bitlis
Los armenios se habían establecido en la costa
mediterránea y su entorno, extendiéndose después por el este y oeste de la
península de Anatolia, en lo que hoy es la mayor parte del territorio de
Turquía. La mayoría se situó en el este
configurando una sociedad plural con los kurdos y con una minoría de turcos que
habitaban la región. Los convoyes de población armenia deportada fueron sometidos
a letales ataques del ejército otomano y de fuerzas paramilitares a su servicio.
Apenas el 20% de los deportados llegaron a su destino en Siria y Mesopotamia,
bajo control otomano en esa época. Los que llegaban, eran introducidos en
campos de concentración, donde perecieron
centenares de miles de hombres y mujeres por sed, hambre y enfermedades
como lo afirma el notable académico Donald Bloxham, profesor de historia
moderna de la Escuela de Historia, Clásicos y Arqueología de la Universidad de Edimburgo.
La situación de conflicto destapó profundas tensiones
en el imperio, dada la incapacidad del gobierno para enfrentar las
contradicciones internas que generaban sobre todo grupos cristianos que
rechazaban el manejo sesgado de las cuestiones de Estado. Estos grupos
comenzaron a desarrollar una visión nacional y republicana de la sociedad y la
política. La respuesta gubernamental fue establecer una idea panislamista a
partir de la práctica sunita del islam, en un intento de restauración
conservadora del Estado.
Esta posibilidad fracasó. Ya desde el siglo pasado
Turquía se mostraba débil ante sus enemigos, los que tanto en el este como en
el Mediterráneo avanzaban militarmente. Turquía fue perdiendo el control de
provincias en ambos frentes. En el este, cada vez mayor cantidad de súbditos
armenios iban cayendo bajo control ruso que se aprovechaba de la debilidad
turca. Todo esto condujo a una
radicalización de algunos sectores al interior del gobierno que comenzó a fomentar
una identidad turca por encima de la musulmana lo cual excluyó a sectores
importantes de la población que aunque profesaban la misma religión eran
étnicamente distintos.
La entrada de Turquía en la primera guerra mundial
intentaba entre otras cosas, reordenar el Estado, reforzarlo en el manejo del
“problema armenio”, e intentar recuperar los territorios perdidos en los
últimos 40 años, aunque se consideraba que una derrota significaría el
desmembramiento del imperio. En ese marco, los armenios fueron considerados
poco confiables y susceptibles de ser incorporados por el enemigo en calidad de
colaboradores. La derrota de las
potencias centrales confirmó los augurios. El imperio otomano desapareció, pero
el problema armenio se mantuvo latente en el nuevo contexto de enfrentamiento
entre los intereses occidentales en la región, en particular los de Francia y
Gran Bretaña confrontados ahora con los del naciente poder soviético.
El fin de la guerra significó la introducción de
Estados Unidos como potencia interesada en los asuntos de la región. Comenzó a
exigir su cuota de participación ante la repartición que se hicieron británicos
y franceses de los territorios pertenecientes al imperio desaparecido. Sin
embargo, en el pasado reciente, Estados Unidos se había desentendido de la realidad
de los armenios. Turquía sacó provecho
de esta situación e inició su campaña de negación del genocidio. Los nuevos
mandatarios turcos sabían además que Occidente los necesitaba para su nueva
cruzada anti bolchevique. Esto le ganó el apoyo de Estados Unidos y de las
potencias occidentales que comenzaron a considerarla una aliada. El genocidio
armenio quedó sepultado en la historia.
Hasta el día de hoy, Turquía no acepta que cometió
un genocidio contra el pueblo armenio. De hecho, esa es una de las razones por
las que la Unión Europea no la ha admitido en su seno. Ha desarrollado una
fuerte política nacionalista que sigue considerando a Armenia un peligro para
sus intereses. El recuerdo y la evocación del genocidio armenio se deben en
gran medida, a la permanente campaña de la diáspora armenia por mantenerlo vivo
en la memoria. Pero, al interior de Turquía, también se ha levantado una
corriente favorable a reconocer lo que en una carta en 2008, 200 intelectuales
turcos denominaron la “Gran Catástrofe”, sin embargo, un cambio en la política
turca al respecto se ve muy difícil a corto y mediano plazo, sobre todo cuando
su gobierno actual, representante del sector fundamentalista de la derecha
musulmana presta sus servicios a Occidente para que puedan cometer todo tipo de
desmanes y tropelías en la región, lo cual le garantiza, –como siempre- inmunidad,
protección y olvido oficial.