Los
gobernantes de la España reciente han querido construir la idea de que son un Estado
del “primer mundo”, y que han tenido y tienen todas las condiciones para serlo.
Mienten impúdicamente. España siempre, desde tiempos inmemoriales ha sido un
país parásito. Su economía - por siglos - se ha basado en la expoliación y la dependencia de otros y en la limosna
que han podido recoger.
En
1492, el mismo año que Colón llegó a nuestro continente, los reyes –en nombre
de la misma lucha civilizatoria y religiosa que esgrimen hoy Aznar y Bush-
expulsaron a los árabes y judíos de su territorio. La gracia le costó casi 5 siglos
de atraso, porque a cambio de su consagración como “Reyes Católicos”, detuvieron
el desarrollo capitalista en su país, el
que si se produjo en el norte de Europa. La culpa la pagaron nuestros
pueblos originarios que fueron sometidos al peor genocidio del que se tenga
conocimiento en la historia al implantar en nuestras tierras el atrasado
régimen feudal español. Cuando 130 años después los europeos llegaron al norte
del continente, el capitalismo se había desarrollado en Inglaterra y Holanda y
–aunque reprodujeron el mismo genocidio- las instituciones creadas apuntaban a
un sistema superior de gobierno. En parte, esto explica las diferencias de
desarrollo entre el norte y el sur de
nuestro continente
Los
reyes españoles durante 3 siglos financiaron sus lujos y extravagancias y se
dedicaron a pagar las deudas contraídas para financiar su genocidio mientras
los pueblos de España eran sometidos a la exclusión y la pobreza.
España
renació apenas a finales del siglo XX, y nuevamente gracias a un factor
externo, esta vez de la mano de Alemania –o mejor dicho de su bolsillo-. Hoy,
nuevamente este país y Francia tienen que acudir a salvar a España de la
incapacidad de sus gobernantes, y de su monarquía parásita. Mientras su pueblo
protesta en las calles y hasta los futbolistas hacen huelga por sus sueldos
impagos, los Reyes toman vacaciones en su palacio de las Baleares, y se gastan
decenas de millones de euros en la visita del Papa.
Cobran
su compromiso con el Vaticano, suponiendo que la visita de Benedicto XVI va a
hacer olvidar su difícil situación económica y nuevamente apelarán a los
pueblos de Francia y Alemania para que se sacrifiquen por ellos y paguen su
falsa condición primermundista.