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miércoles, 29 de enero de 2014

No habrá ciudades de sal en Bolivia


En su extraordinaria novela “Ciudades de Sal”, Abderrrahmán Munif considerado el mejor novelista árabe de la segunda mitad de la pasada centuria, hace una fenomenal radiografía de la sociedad beduina de la Arabia Saudita de comienzos del Siglo XX, así como la radical transformación que sufriría la misma a partir del descubrimiento del petróleo. Arropada con una bella prosa y haciendo una minuciosa descripción muy útil para los que desde la distancia desconocemos las particularidades de la vida de los oasis ubicados a lo largo de la ruta de las caravanas, Munif nos da a conocer el profundo conflicto creado por el desgarro que produjo en los hombres y mujeres del desierto la llegada de las empresas petroleras británicas y estadounidenses, produciendo –a partir de entonces- una insondable metamorfosis en la vida cotidiana, la cultura, la vinculación de los ciudadanos con la naturaleza, los valores y los códigos morales de los ancestrales habitantes de tierras tan desoladas. 

El título del libro dice relación a una forma de vida surgida en el desierto a la par de la irrupción del petróleo. Dichas urbes, portadoras de los valores de Occidente y poseedoras de un certificado de identidad falsificado que se construyó sobre una riqueza fatua y una cultura extraña para los ciudadanos del desierto, “pueden estallar y desaparecer en un instante” a decir de Edward Said. 

Este fenómeno que algunos llaman modernidad, es mostrado hoy como los evidentes logros de una sociedad que bajo el reinado de la familia Saúd muestra cifras de crecimiento sostenido que no pueden ocultar un país atrasado y conservador, con un gobierno despótico en el que las mujeres tienen conculcados sus derechos y que no resiste la menos evaluación respecto del funcionamiento democrático, en cuanto a derechos civiles y humanos de su población. La riqueza petrolera le ha permitido al país introducir una modernización que significó el desarrollo de infraestructuras y una gran independencia financiera. El problema ha sido y aún es, la desenfrenada ostentación de la monarquía a partir de una riqueza que no ha sido redistribuida equitativamente a la población.

Todo esto bajo el amparo de Estados Unidos y Europa que se hacen de la “vista gorda” ante tan evidentes violaciones de los derechos humanos de quien consideran un aliado leal, mientras exigen “buen comportamiento” en otras latitudes, a las que incluso son capaces de movilizar gigantescos contingentes de sus ejércitos para imponer verdades acorde a sus intereses. Así, Arabia Saudita se ha convertido en la sede de una de las más importantes concentraciones de tropas de Estados Unidos en el mundo.

Esta larga introducción viene a razón de una manida frase que comienza peligrosamente a copar el espectro informativo internacional cuando se dice que aquellos países que poseen grandes reservas de litio podrían convertirse en la Arabia Saudita de ese mineral. Muy probablemente, quienes enarbolan tal afirmación visualizan la posibilidad de un cambio brusco de una sociedad rezagada en el contexto del desarrollo capitalista mundial a otra “adelantada” en términos de los valores que blande Occidente para que se pueda ostentar tal caracterización.

Estudios publicados por especialistas en la materia no logran ponerse de acuerdo torno a si las mayores reservas mundiales de litio se encuentran en Afganistán o en Bolivia. Ambos países amenazados por Estados Unidos -aunque en diferente medida - se muestran en las antípodas en cuanto a las posibilidades de hacer uso de sus riquezas para fines propios de sus ciudadanos. El litio es un mineral básico para la construcción de computadoras, teléfonos celulares, cámaras digitales o baterías de vehículos eléctricos.

Afganistán es el quinto país más pobre del mundo, casi la mitad de sus 30 millones de habitantes vive con menos de 14 dólares al mes, la tasa de alfabetización no supera el 25% y la esperanza de vida es de 43 años. La ocupación militar estadounidense y la guerra han profundizado esa situación. 

Un equipo de inspectores del Centro de investigaciones geológicas de Estados Unidos encontró reservas por valor de un billón de dólares según se reportó en junio de 2010, aunque algunos analistas afirman que incluso podrían ser superiores. Resulta curioso que esta novedad haya sido dada a conocer por una institución de la potencia ocupante y en el noveno año desde el inicio de la intervención. Valdría conjeturar si ya desde mucho antes, sus satélites no les habrán dado información al respecto. Lo cierto es que tal “descubrimiento” podría generar “niveles de desarrollo” similares a los sauditas, aunque antes Estados Unidos debería pacificar el país.

Sin embargo, el analista político afgano Janan Mosazai es pesimista: "Dudo que el país sea capaz de gestionar esta riqueza para construir un Afganistán más prospero y pacífico". En la perspectiva, subyace la idea de que al igual que con Arabia Saudita, para asegurarse el abastecimiento de petróleo, Estados Unidos haya minimizado los excesos autoritarios de la monarquía, lo que induce a suponer que podría repetirse el guión para hacerse de los ricos yacimientos de litio afganos. 

En el otro lado del planeta, Bolivia es poseedora, en el salar de Uyuni de la mitad de las reservas internacionales de litio detectadas hasta el año 2010. Sin embargo, la posición del presidente Evo Morales es diametralmente opuesta a la que se observa en Afganistán. Ante la voracidad de las empresas transnacionales por hacerse de los ricos yacimientos, el presidente Morales ha sido enfático “…Bolivia necesita socios, pero no dueños de nuestros recursos naturales”. Afirmó que aunque Bolivia no tiene ni la tecnología ni la capacidad financiera para explotar el estratégico mineral, su gobierno “Jamás va a perder la propiedad de sus recursos naturales”.

Así, Bolivia, no apuesta solo a la extracción del litio o al procesamiento de “simples baterías” sino a una industrialización en gran escala que beneficie a la mayoría de los ciudadanos y les permita mejorar su nivel de vida. En esa medida, Morales ha actuado con suma prudencia en la elección de sus socios y ha firmado un decreto por el que se protege la propiedad estatal del mineral y de las plantas de procesamiento que se generen a partir de la explotación del mismo.

En Bolivia, la historia muestra una continuidad en cuanto a la expoliación sufrida por su pueblo como consecuencia de la explotación minera. En la colonia la plata de Potosí se convirtió en la principal fuente de ese mineral para enriquecer las arcas de la monarquía española. Después en el siglo XIX y XX, el estaño configuró la posibilidad de una riqueza que nunca llegó a la mayoría de los ciudadanos. Así ocurrió más recientemente con el petróleo y el gas. Con la belleza de su prosa, nos lo recuerda Eduardo Galeano:

“…la plata de Potosí dejó una montaña vacía
el salitre de la costa del Pacífico dejó un mapa sin mar,
el estaño de Oruro dejó una multitud de viudas.
Eso, y sólo, dejaron”

El 22 de enero de 2006 durante su toma de posesión como presidente de Bolivia Evo Morales afirmaba que “…no se trata de nacionalizar por nacionalizar. Sea el gas natural, el petróleo o los recursos minerales o forestales, tenemos la obligación de industrializarlos”. Más adelante, con visión de futuro y la mira puesta en la elevación de las condiciones de vida de su pueblo, el presidente señaló enfático que era “importante desarrollar una economía con soberanía y (…) que empresas del Estado pueden ejercer, no solamente el derecho de propiedad sobre los recursos naturales, sino entrar en la producción”.

Difícilmente, el litio transformará a Bolivia en una Arabia Saudita, el proyecto del Movimiento al Socialismo, instrumento político de las organizaciones sociales distan mucho de un gobierno de sátrapas y corruptos en un país carente de democracia bajo el cobijo estadounidense. 

Paradójicamente, el Salar de Uyuni, no será un nuevo territorio de “ciudades de sal” sino vergel de futuro para el pueblo boliviano y latinoamericano como sentenciara en 2006 el primer presidente indígena de Bolivia.

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