En 1945, al finalizar la segunda guerra mundial, se constituyó un nuevo sistema internacional que daba cuenta aproximada de la correlación política de fuerzas en el planeta, pero que en gran medida respondió a la imposición de Estados Unidos, el gran vencedor en la conflagración, sobre todo porque su territorio no fue tocado por el conflicto y su aparato industrial estaba intacto. También concurrieron a la creación de esta situación la mínima cantidad de bajas que sufrió ese país en comparación con Europa y China y su participación de última hora (menos de un año) en la verdadera guerra que fue la que se desarrolló en Europa, a pesar que ha querido magnificar hasta hoy el carácter de las acciones bélicas contra Japón en el Pacífico y Asia.
Así, Estados Unidos modeló el mundo a su medida sin poder evitar que la Unión Soviética y China jugaran un papel protagónico, la primera por su gran potencial económico y su participación decisiva en la guerra, y China, que a pesar de haber quedado devastada tras 14 años de ocupación japonesa, hizo valer sus 540 millones de habitantes (más del 20% de la población mundial) para incorporarse a la nueva instancia de poder global: el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Estados Unidos añadió a sus dos aliados europeos: Gran Bretaña y Francia. De esa manera quedó configurado el verdadero poder mundial que vino a ser complementado en 1949 con la creación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), brazo militar de Estados Unidos en el mundo, en alianza con países militarmente subordinados
Pronto, tal estructura tuvo su correlato en América Latina, solo que en su área de influencia directa, Estados Unidos no tuvo cortapisas para diseñar un “traje a su medida”, que se hizo efectivo tras el surgimiento del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947 y la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948, lo cual concretó el ancestral sueño panamericano basado en la Doctrina Monroe.
Así como la Organización de Naciones Unidas (ONU) fue creada por 51 Estados, la OEA lo fue por 21, pero al ser expulsada Cuba en 1962 redujo su membrecía a 20 países. Los procesos de descolonización y desmembramiento produjeron una explosión de crecimiento que llevó a que hoy la ONU tenga 193 integrantes y la OEA, 34, tras la salida de Venezuela en abril pasado.
En el caso de la OEA, estos países a los que se agregó Canadá en 1989 acompañaron a Estados Unidos en casi todas sus acciones intervencionistas y violatorias del derecho internacional a lo largo de cinco décadas. México, tuvo la gloria de haber sido el único país en no haberse plegado a la decisión del organismo de romper relaciones con Cuba.
La OEA sirvió durante décadas para justificar, dar soporte, apoyar y coordinar acciones que sirvieron para que Estados Unidos cometiera todas sus satrapías en la región. Ningún país que tenga un gobierno decente puede dar argumento alguno que explique las razones de su permanencia en esa instancia del gobierno de Estados Unidos que tiene forma de organización internacional.
Sin embargo, el proceso de descolonización que vivió el planeta a partir de la década de los años 60 del siglo pasado también llegó al Caribe, países pequeños pero con una clase política que salvo contadas excepciones, posee una alta formación política, cultural y educativa, un fuerte orgullo nacional y una honra y dignidad a toda prueba, produjeron una transformación en la correlación de fuerzas regional en favor de la democracia, la solidaridad, la humanidad y el respeto al derecho internacional y a la buena convivencia entre naciones. Los países grandes de América del Sur se dieron cuenta que existían cuando fue necesario recurrir a ellos para conseguir votos que necesitaba alguno de sus personeros, a fin llegar a la máxima jerarquía dentro de la OEA o a otro cargo de elección en un organismo internacional.
Antes que la OEA, el TIAR feneció cuando quedó expuesta la falsedad de sus sustentos durante la guerra de las Malvinas en 1982 en la que a Estados Unidos convenientemente se le olvidó la Doctrina Monroe poniéndose del lado de la potencia extra continental agresora, solo que en este caso se trataba de su principal aliado, criterio suficiente para dar aval a la embestida británica.
Posteriormente, la OEA también comenzó a desmoronarse, los países del Caribe y otras naciones que en ese momento tenían gobiernos independientes en la región, presionaron hace exactamente diez años, en junio de 2009, hasta que la OEA tuvo que aceptar la reintegración de Cuba al organismo de donde -como se dijo antes- fue expulsada ignominiosamente en 1962. Pero la isla de Martí y de Fidel, poseedora de una política exterior independiente y soberana, no le interesó volver a formar parte de ese engendro imperial. Su cancillería comunicó que: “Cuba no ha pedido ni quiere regresar a la OEA, llena de una historia tenebrosa y entreguista, pero reconoce el valor político, el simbolismo y la rebeldía que entraña esta decisión impulsada por los gobiernos populares de América Latina”.
Estados Unidos se dio a la tarea de buscar un secretario general que viniera de las filas de quienes aparentemente no eran sus aliados para darle un barniz progresista a la institución. Lo encontró de la mano de la superficialidad y banalidad habitual de José Mujica quien propuso a su ministro de relaciones exteriores. Como es habitual, los renegados y traidores suelen actuar con más saña y alevosía que los abiertos enemigos. Parafraseando a Silvio Rodríguez, este tipo de alimañas necesitan “…buscarse un rinconcito en sus altares”, es decir, en los altares imperiales.
Almagro se plegó rápidamente al ideario de la administración Trump que se ha propuesto violentar el derecho intencional y la propia estructura del sistema global y americano. En su alienada ambición de destruir a Venezuela, Almagro, ni siquiera escatimó en atropellar la propia Carta de la organización que dirige en el objetivo de lograr una expulsión que justificara legalmente la invasión armada a la República Bolivariana. Después de intentarlo todo sin éxito, se vio obligado a aceptar que el objetivo no había podido ser cumplido y acató sin inconvenientes que Estados Unidos creara una nueva instancia que se encargara de hacer lo que la OEA no pudo. Así nació el Grupo de Lima bajo la idea de la inminente caída del gobierno de Venezuela.
Diecisiete países a través de diferentes modalidades se subordinaron a Estados Unidos después que éste les ofreció participar de la rapiña que sobrevendría a la caída del gobierno de Venezuela. Poco a poco algunos se fueron retirando al observar que la realidad marchaba en dirección contraria a lo que Estados Unidos les había prometido. Los caribeños que participaron de este inédito método de cartelizar la político, propia de organizaciones mafiosas y de delincuentes dieron progresiva marcha atrás.
Solo quedaron los 12 apóstoles que a diferencia de los que estaban con Cristo, se trataba de 12 Judas escuchando a su redentor que en este caso era el Dios del mal, de la muerte, del envilecimiento, de la agresión, del avasallamiento y del dolor para la mayoría de los pueblos de la humanidad.
Resulta interesante, observar que ha pasado con ellos. Entre los creadores del engendro estaban los mexicanos Enrique Peña Nieto y su canciller Luis Videgaray, de éste nadie se acuerda, Peña Nieto solo sale en los medios por el rompimiento de su acuerdo matrimonial con Televisa, que lo obligó a casarse con una actriz de esa empresa a cambio de hacerlo presidente. Andrés Manuel López Obrador hizo retornar la política exterior de su país a su accionar jurídico tradicional de respeto al “derecho ajeno” para construir la paz, alejándose en los hechos del Grupo de Lima.
El anfitrión del evento en agosto de 2017, Pedro Pablo Kuczynski no pudo cumplir su cometido, ni siquiera a pesar que se inventara una Cumbre de las Américas contra la corrupción a fin de ocultar sus propias acciones delincuenciales que hoy, después de menos de dos años en el cargo, lo tiene preso preventivamente para investigar sus actos al margen de la ley.
Santos, el ex presidente colombiano, hoy está más preocupado de su enfrentamiento con su mentor Uribe que de otra cosa. De su canciller María Ángela Holguín, quien usó el cargo más para satisfacer anhelos personales que otra cosa, desapareció de la memoria de la mayoría. Tal vez sus “virtudes” no sirven al margen de la responsabilidad gubernamental.
A Bachelet, por servicios prestados, Estados Unidos le regaló un cargo en la ONU donde sigue sirviendo a su amo. Su canciller y principal activista del grupo de Lima, dirige un partiducho cuya ideología está basada en el oportunismo político para obtener cargos públicos. Tras intentar transformarse en adalid de la guerra contra Venezuela y del libre comercio por órdenes de sus mentores en Washington, pulula sin éxito por los pasillos que transita la putrefacta clase política de su país.
Es cierto que Bachelet y Santos fueron sustituidos por satrapías similares en sus respectivos países, los nuevos cancilleres dan pena. El colombiano Carlos Holmes Trujillo, llegó al ridículo de pedir apoyo a Rusia, China y Cuba para derrocar a Maduro, lo cual, como ha reconocido públicamente el propio presidente Duque es una obsesión personal que lo persigue. Holmes Trujillo llegó hasta el extremo de viajar a Moscú para convencer a su colega Serguei Lavrov de la necesidad de cambiar al gobierno de Venezuela por vías distintas a las electorales. La respuesta negativa de Rusia fue contundente. El presidente Putin no perdió el tiempo y no recibió al uribista.
Por su parte, Roberto Ampuero, que tanto empeño puso en poner a Chile en la vanguardia de la conspiración anti venezolana fue amargamente expulsado del gabinete del presidente Piñera y de su puesto como canciller. Ampuero junto a otros cinco ministros ha tenido que cargar con la responsabilidad por la abrupta caída del apoyo popular a Piñera que en la última encuesta llega solo a 26%, 15 puntos menos que en la anterior medición. El presidente le atribuye a Ampuero el fracaso de la operación Cúcuta el 23 de febrero cuando le aseguró que tras la entrada de la ayuda humanitaria a Venezuela, las fuerzas armadas se iban a quebrar y se podría instalar a Guaidó en el gobierno del país.
Piñera se empeñó personalmente en tal despropósito y no ha podido superar el ridículo que le hizo pasar su canciller. La cara de circunstancia que mostró junto a Duque y Guaidó al día siguiente de la fallida invasión a Venezuela, fue clara expresión de su convicción de que Ampuero era un incapaz que debía ser removido, solo había que esperar el mejor momento para que pasara inadvertido. Y ese momento llegó esta semana. Ampuero se fue con más pena que gloria.
Mientras tanto, como dijo un importante dirigente de la oposición venezolana: “…si alguien llama por teléfono a Miraflores, el que contesta es Maduro”.
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