En marzo de 2012, hace cinco años y medio escribí un artículo en el que intentaba desmontar una engañosa idea que ponía y pone el centro del conflicto del Medio Oriente en un lugar en el que no está. Se había cumplido un año del inicio de la llamada “primavera árabe”, y habían transcurrido solo unos meses desde el atroz asesinato de Muamar El Gadafi, la guerra en Siria apenas comenzaba.
Ahí decía “En relaciones internacionales es común hablar de `conflicto árabe-israelí´, sin embargo cuando alguien se introduce con cierta profundidad en el tema verá que ello en realidad hace alusión a la política expansionista del estado israelí en contra del pueblo palestino violando la justa y legítima respuesta de éste.
Lo que ocurre en realidad es la confrontación entre los aliados de Estados Unidos y Europa que pueden ser árabes y/o israelitas y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención imperial en sus territorios en connivencia con sus gobiernos y el carácter represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la región. Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con una buena cantidad de gobiernos de los países árabes con los que supuestamente está en conflicto.
Israel, las monarquías autocráticas y los gobiernos reaccionarios del Medio Oriente y el norte de África han establecido una virtual alianza bajo la égida de Gran Bretaña primero y Estados Unidos después… La falacia de un supuesto conflicto alimentado desde Occidente no hace más que sostener un mercado vital para el mantenimiento de un modelo de sociedad decadente”.
Todavía en ese momento, era posible disfrazar la realidad, pero las evidencias de hechos recientes, se han encargado de quitar las máscaras y dar la certidumbre de que lo expuesto en aquel entonces, se ha transformado en un escenario triste y lamentable que prefigura los acontecimientos políticos más relevantes del Medio Oriente y del norte de África. La alianza comandada por Estados Unidos e integrada por Arabia Saudita, Israel y casi todas las monarquías del Golfo Pérsico han destapado sus verdaderas intenciones para justificar los más terribles desmanes, el apoyo y protección al terrorismo en Irak y Siria, una despiadada guerra contra el pueblo yemení y las violaciones más flagrantes al derecho internacional y al respeto de los derechos humanos. Sólo en Irak se habla de entre 1.2 y 1.4 millones de muertos, en Siria de alrededor de 450 mil fallecidos y en Yemen de 40 mil, además de la peor crisis humanitaria de la historia reciente en la que se cuentan 850 mil ciudadanos que contrajeron el cólera por las insuficientes condiciones de salubridad, así como 14.8 millones de personas que carecen de servicios básicos de salud y 14.5 millones, de agua potable según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Mientras ello ocurre, los proyectos de la alianza saudita-israelí no han podido ser cumplidos: Bashar El Assad continúa en el poder en Siria y sus fuerzas armadas han derrotado virtualmente a ISIS y a las otras organizaciones terroristas, el ejército iraquí ha recuperado la casi totalidad del territorio nacional, los huthies de Yemen mejoran día a día su capacidad y disposición combativa y comienzan a dar certeros golpes a las fuerzas sauditas invasoras en su propio territorio.
La desesperación ha comenzado a cundir al interior de la monarquía wahabita y el reino comienza a mostrar sus grietas. El brutal dispendio económico que significa mantener el nivel de vida de la familia monárquica, los gigantescos gastos de financiamiento del terrorismo y el mantenimiento de la guerra en Yemen, ha hecho mermar los fondos de las arcas reales. La respuesta ha sido comprar armas a Estados Unidos por valor de 110 mil millones de dólares durante la reciente visita del presidente Trump a Riad, a fin de intentar dar un vuelco a la situación bélica en el sur de la península arábiga, lo cual parece poco probable. A cambio, el presidente estadounidense se ha comprometido a dar carta blanca a todas las acciones de la alianza saudita-israelí en la región.
De la misma manera, se han tomada una serie de medidas de carácter interno a fin de intentar mantener la cohesión social y la gobernabilidad del país, ante las cada vez mayores manifestaciones de descontento popular que han llevado a incrementos de la represión, sin temor a críticas por el apoyo occidental a tales prácticas. Buscando dar salida a la tensa situación, el rey Salmán destituyó a quien había nombrado como sucesor, para designar en su lugar a su hijo Mohamed Bin Salmán, a quien además le concedió la titularidad del ministerio de defensa, por lo cual le ha correspondido dirigir la desastrosa campaña de Yemen.
Con el objetivo de dar un carácter institucional al relevo en la máxima jerarquía del gobierno, el 4 de noviembre pasado, el rey creó un Comité anti corrupción poniendo al frente, al mismo Príncipe Mohamed, quien como una manera de abrirse paso a su futuro reinado y en lo que en los hechos, ha sido un auto golpe de Estado, mandó a detener a 201 altos cargos del gobierno, las fuerzas armadas, gobernadores provinciales, y empresarios a quienes se le confiscaron o congelaron alrededor de 800 mil millones de dólares que pasarán a las arcas del Estado, a fin de permitirle al príncipe pagar deudas, dar continuidad a la guerra en Yemen y financiar el terrorismo, después que el gobierno monárquico se vio obligado a recurrir a los mercados crediticios y a los fondos de su reserva nacional, para contener la acelerada crisis de su economía. Los empresarios detenidos, algunos de ellos considerados entre los mayores millonarios del reino y del mundo, están siendo sometidos a apremios y torturas para que declaren dónde se encuentran sus capitales, que necesitan ser repatriados a Riad. Entre estos magnates arrestados se encuentran los propietarios de algunas de las principales cadenas de medios de comunicación del mundo árabe: MBC, ART y Orient. Con estas acciones, el príncipe heredero se garantizó el control de las finanzas, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y los gobiernos locales, completando de esa manera un exitoso e incruento autogolpe de Estado.
Con el objetivo de “lavar la cara” de la monarquía y mostrar una faz más agradable al mundo, Mohamed ha perseguido y reducido a líderes wahabitas radicales, intentando revelar una posición modernizante en los marcos de una lógica occidentalizada, lo que permite entender las razones del diseño de su programa estratégico denominado “Visión 2030” encaminado a remozar la economía saudita, elevando sus niveles de producción industrial y tecnológico, con el fin de reducir la dependencia de la producción petrolera.
En el trasfondo, lo que subyace, es el impacto en la monarquía del incremento e intensificación del prestigio de Irán en desmedro de su propia capacidad de influir en los acontecimientos políticos de la región. Para ello, con la congratulación y el visto bueno de Estados Unidos ha dado un paso audaz, al establecer una alianza estratégica con quien supuestamente era su adversario histórico: Israel. Así, ha configurado un esquema a partir de la común enemistad de ambos regímenes con Irán, acusándolo de estar tras los últimos y exitosos ataques de las fuerzas militares yemeníes conducidos por el movimiento Ansar Allah que le han permitido consolidar las acciones bélicas en la profundidad del territorio saudita.
Así mismo, buscando crear un nuevo escenario de conflicto que le proporcione la segura intervención de Israel y el afianzamiento de una alianza con el régimen sionista, Arabia Saudita forzó la inexplicable renuncia del primer ministro libanés Saad Al Hariri, mientras visitaba Riad, para mantener consultas con el gobierno, actuando como si fuera el embajador saudita en Líbano y no el jefe de gobierno de un país independiente. Aunque Hariri es un antiguo aliado de la casa Saúd, que suministró importante ayuda financiera para el imperio empresarial de su familia, informes provenientes de la región afirman que el primer ministro libanés está secuestrado en Riad, sin poder regresar a su país. La extraña justificación para su renuncia fue que el movimiento Hezbollah libanés intentaba asesinarlo, sin presentar ninguna prueba de tal acusación, la cual fue inmediatamente desmentido por el propio líder de la organización Hasan Nasrallah. La monarquía saudita en un acto de extrema y absurda impotencia declaró que el Líbano le había declarado la guerra, sin que mediara argumento alguno que sostuviera tan grave imputación. El objetivo final es la creación de condiciones para una nueva invasión sionista a El Líbano, de manera de involucrar a Hezbollah en tal conflicto desviándolo de su misión de apoyo al gobierno sirio en la lucha contra el terrorismo.
Cuando pareciera que el terrorismo está siendo definitivamente derrotado en Irak y Siria, la alianza saudita-israelí, podría estar creando en el Líbano un nuevo frente de guerra en el Medio Oriente, y con ello, otro incendio incontrolable para Occidente, que tendrá que valorar que tal conflagración se producirá en una zona aún más cercana a Europa, en la misma frontera del régimen sionista y contra la única fuerza que lo derrotó en el pasado.
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