En un concurrido acto realizado bajo un torrencial aguacero en la ciudad de New York en noviembre de 1955, Fidel Castro quien unos meses antes había cumplido 29 años de edad, ante un auditorio compuesto por emigrantes cubanos anunció que podía "informarles con toda responsabilidad que el año 1956 seremos libres o seremos mártires…”. Antes que finalizar ese año, el 2 de diciembre de 1956 se produjo en las costas sudorientales de Cuba, el desembarco de los combatientes que navegaron desde México en el yate Granma. La historia posterior es conocida y no viene al caso recordarla para efectos de este artículo.
Treinta años después, en 1985, fui testigo de una conversación de Fidel con dirigentes del Partido Comunista de Chile quienes habían diagnosticado que el año 1986 sería decisivo para la lucha contra la dictadura de Pinochet y así lo habían denominado:”el año decisivo”. El Comandante, fiel a su costumbre escuchó largamente los argumentos, después de lo cual formuló concretas preguntas que lo ayudaran a recrear la situación para concluir reflexionando acerca de la futilidad de fijar fechas y plazos precisos para el desarrollo de los acontecimientos políticos. Entonces Fidel recordó su discurso de 1955 y su proclama. Según él, además de dar información gratuita al enemigo sobre sus proyectos, le generó una gran presión al movimiento a fin de cumplir con la promesa hecha al pueblo, y agregó que eso les obligó a acelerar y adelantar planes que hubieran podido prepararse mejor.
La evocación viene a cuenta de las múltiples opiniones pesimistas en torno al “fin del ciclo progresista” que se verían acentuadas por una probable derrota (que como soporte a estas opiniones, ya se anuncia) de Alianza País en la segunda vuelta de la elecciones de Ecuador. ¿Cómo si los procesos de transformación revolucionaria de la sociedad se pudieran hacer avanzar, a partir de los triunfos o derrotas electorales, en los marcos estrechos del sistema liberal de democracia representativa? Por supuesto, que ese es hoy el escenario donde se libran las batallas más importantes, pero, en la misma medida que se pueden ganar o perder, ninguna reviste carácter estratégico. Incluso el muy apreciado y respetado Atilio Borón, llegó a firmar que las elecciones de Ecuador significan una nueva “Batalla de Stalingrado”, lo cual me parece fuera de todo contexto. En 1941, en Stalingrado se jugaban los destinos de la humanidad, en la conflagración participaron 3.5 millones de soldados por ambos bandos, 25 mil piezas de artillería, 4500 carros de combate y 2000 aviones. Al final, en los campos de combate quedaron alrededor de 1.9 millones de muertos, heridos y desaparecidos. En términos estratégicos, Stalingrado significó el inicio del fin del nazi-fascismo como sistema político imperante y aniquilado su afán expansionista y agresivo al servicio del capital.
Con todo respeto, digo que el 2 de abril en Ecuador no se jugará el destino de la humanidad y gane quien gane las elecciones, no será ni el fin del capitalismo (si gana Alianza País) ni el fin de la revolución (si ganan los banqueros que apoyan a Lasso). Por supuesto que el resultado de los comicios tendrán gran impacto en Ecuador y también en América Latina, pero no se le puede hacer asumir al pueblo de ese país tamaña responsabilidad, cuando con extraordinario esfuerzo y sacrificio, con decisión y convicción bajo el liderazgo de Rafael Correa, han hecho prosperar su país en los últimos diez años, mucho más que en los cien años anteriores. Si eso no es un avance extraordinario, que ahora ha llevado a que Alianza País tenga mayoría en la Asamblea Nacional, ¿qué puede serlo?, cuando, como me dijera hace unos días un amigo ecuatoriano, antes de Correa, hace solo 12 años, “en mi país estaban vedadas las palabras revolución y socialismo”.
Otra cosa es no haber tenido la capacidad para prepararnos y enfrentar exitosamente los nuevos instrumentos de poder y agresión imperial, en primer lugar la de los medios de comunicación y las empresas encuestadoras. Durante el siglo pasado, aprendimos a luchar con las armas y tomamos el poder en Cuba y Nicaragua (si de Stalingrado se quiere hablar, la derrota sandinista de 1989 podría ser lo más cercano). Junto a ello, nos dominaban por vía electoral y también aprendimos a ganar elecciones: Salvador Allende señaló el camino (Su derrota y asesinato, ¿Otro Stalingrado?, ¿cuántos hay?), y Hugo Chávez lo transformó en tendencia a partir de 1998. Los sandinistas protagonizaron otra verdadera proeza, además de derrotar a Somoza en 1979, perseveraron y no abandonaron al pueblo tras la derrota, hasta volver a gobernar en 2007 (esta vez por vía electoral),…avances y retrocesos, victorias y derrotas, flujo y reflujo, todo lo propio que debe recorrer un pueblo en el camino de su liberación.
Pero, incluso cuando se habla de “fin de ciclo progresista”, se hace alusión al período en que hubo una buena cantidad de gobiernos democráticos y anti neoliberales en la región, lo cual, finalmente, configura un análisis desde arriba. ¿Quién se ha puesto a estudiar cuánto han avanzado los pueblos en términos de formación y organización política en ese período?¿ Por qué si miramos Argentina, solo vemos la derrota electoral de diciembre de 2015, cuando tenemos a la vista, las extraordinarias manifestaciones de la semana pasada en la que participaron 70 mil maestros en una, 500 mil trabajadores en otra y decenas de miles de mujeres para conmemorar su día?. El salto cualitativo es que no solo fueron en contra de las políticas neoliberales de Macri, también de repudio a la dirigencia obrera corrupta que pretende poner pañitos tibios a un pueblo enfervorizado que comenzó a exigir cambios mucho antes de lo que los pesimistas del “fin de ciclo” esperaban. No hay ciclos para los trabajadores, ni fecha fatales, la lucha es continua, es permanente, es constante y es como dijo el Che hasta que se triunfa o se muere. Las elecciones son solo momentos en los que si gana un representante del pueblo, se obtienen mejores condiciones para hacer avanzar más rápido los procesos. Si además, ese representante se llama Hugo Chávez o Evo Morales o Rafael Correa, la velocidad del cambio puede ser mucho mayor, parece que eso es lo que se ha dado en llamar ciclo, pero a diferencia de la lucha que es eterna, los tiempos electorales son finitos, comienzan y terminan, y está visto que no necesariamente terminan bien.
El próximo año 2018, no será decisivo, pero si muy importante en términos electorales, habrá comicios en Brasil, México y Venezuela: los dos grandes de América Latina y el Caribe, podrían tener gobiernos de izquierda antes que finalice ese año. Falta mucho tiempo aún y la capacidad imperial de fraguar trampas electorales está en su apogeo, pero hasta hora Andrés Manuel López Obrador y Lula Da Silva gozan de la mayor aceptación popular. Le preguntaba a un amigo mexicano, acerca de qué gran cambio podría significar López Obrador, me respondió escuetamente: “Hará un gobierno decente, y eso para México es mucho”. Ojalá que Lula lo haga también.
Para América Latina y el Caribe, sería la primera vez que los dos países más grandes por su dimensión geográfica, su economía y su población, confluyan en un ánimo integracionista. Cuando México tuvo esa voluntad, Brasil se debatía entre dictaduras y cuando Lula llegó al poder, el neoliberalismo se había estacionado en el país del sur del Río Bravo. Sería entonces, la primera vez que converjan para llevar unidos a América Latina a jugar un papel más protagónico en el escenario global.
Ojalá ello ocurra, tanto en Brasil como en México, pero escucho a Fidel: no quiero poner fechas, no quiero hablar de años decisivos, ni mencionar nuevos stalingrados. En los eventos electorales habrá que hacer el mayor esfuerzo en pro de la victoria, pero se gane o se pierda, se trata de dominar -lo que el brillante intelectual cubano Fernando Martínez Heredia denomina- las relaciones entre dificultad y revolución, y solo sé, que en cualquier caso, el único camino es luchar hasta la victoria siempre, es además la forma más segura de llegar con éxito a Berlín.
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