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viernes, 5 de agosto de 2016

Fidel. Noventa años. I



He tenido la extraordinaria oportunidad de transitar a través de la vida en circunstancias inusitadas, lejos de cualquier protagonismo, y en condiciones de disfrute pleno, vivir con pasión los avatares de una existencia marcada por el devenir que señaló el ejemplo de mis padres y su propio derrotero en las luchas por hacer un aporte para la transformación del mundo en un lugar en el que los ciudadanos vivan en condiciones de equidad y libertad.

Eso me llevó a conocer la Cuba de Fidel y hoy cuando estamos a solo días de conmemorar el inicio de su décima década de existencia, vienen a la memoria algunos recuerdos, que sin magnificencia alguna ni grandilocuencias innecesarias, fueron construyendo en mí, la imagen del personaje a través de vivencias directas e indirectas que coadyuvaron a extraer la esencia de un ser humano, que se fue erigiendo en paradigma de la resistencia, el honor, la dignidad, la inteligencia y la valentía a la que se aspiraba, a fin de tener la solvencia y la fortaleza necesaria para superar los escollos y hacer de la vida, un espacio útil y provechoso para los que nos rodean y para la sociedad, a pesar de las feroces arremetidas imperiales que nos ha tocado sufrir en todas las latitudes y en todos los tiempos.

Era octubre de 1976, un grupo de combatientes latinoamericanos cursábamos estudios superiores militares en la Escuela de Artillería de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR), Comandante Camilo Cienfuegos, ubicada en ese entonces en la fortaleza de La Cabaña en La Habana. Era momento de pruebas finales, habíamos concluido la mayor parte de ellas, pero faltaban “los exámenes estatales” que tomaba una comisión del Alto Mando. Eran sumamente difíciles, por lo que el estudio se desarrollaba con el mismo nivel de intensidad que generaba esa dificultad. El más espinoso de todos era el de táctica y estaba pautado para el día sábado 16. Todo marchaba sin contratiempos hasta que el 6 de octubre, un avión de Cubana de Aviación fue hecho explotar en pleno vuelo con todos sus pasajeros a bordo (la mayoría de ellos, jóvenes deportistas) y tripulantes, en las cercanías de Barbados. La acción terrorista organizada por el gobierno de Estados Unidos y ejecutada por Luis Posada Carriles y otros agentes al servicio de la CIA, causó estupor, dolor e impotencia en el pueblo cubano. Se decidió que el funeral público en la Plaza de la Revolución se realizara el 15 de octubre, (el día antes de nuestro examen). Unánimemente, solicitamos ir a la Plaza, algunos opinaron que se debía pedir una posposición de la fecha, pero la mayoría lo rechazó. A pesar del dolor que nos embargaba, era imposible abstraerse de un sufrimiento colectivo jamás vivido. 

El viernes 15 ante una plaza abarrotada por un pueblo sobrecogido por la consternación que significaba el sacrifico de decenas de inocentes, Fidel hizo un discurso que interpretó como tal vez nunca el sentir popular y concluyó diciendo “No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”. Ese día comencé a entender que estaba ante un hombre de una estirpe superior, de un ser invencible, cuando solo su convicción, era capaz de levantar a un pueblo herido y hacer temblar con la fuerza de su verbo fulgurante al más poderoso imperio del planeta. Ese día entendí que el pueblo cubano jamás iba a ser derrotado y que la potencia de su quehacer se iba a manifestar más que por sus riquezas materiales, por la fortaleza de su conciencia, que encarnaba el liderazgo de Fidel. 

Desde el mismo momento de nuestra graduación comenzamos a hacer la práctica, mientras solicitábamos que se nos incorporara a las misiones internacionalistas que Cuba a través de sus fuerzas armadas cumplía en Angola o Etiopía, sin embargo tales requerimientos chocaban con la idea de Fidel, que una y otra vez nos hizo saber, que no era el momento y que ya llegaría una oportunidad en que las circunstancias harían más propicia la participación de combatientes no cubanos. Esa posibilidad se hizo patente a mediados de 1979, cuando emanaban los últimos estertores de la dictadura somocista. Nos consultaron si estábamos dispuestos a constituir un contingente que apoyara las acciones que desarrollaba el FSLN en la ofensiva final.

Antes de partir a Nicaragua, Fidel nos informó sobre la situación política y militar en Nicaragua. Nos dijo que el FSLN se había unificado lo que permitió idear un solo plan insurreccional. Nos dio detalles sobre la ubicación de los frentes de guerra y las misiones más generales de cada uno de ellos en el marco de una ofensiva final que debía terminar solo con el fin de la dictadura. Después de esto, pasó a la misión concreta para el contingente que salía. Dijo que íbamos al Frente Sur, que operaba en la frontera con Costa Rica, el cual debía incursionar en una pequeña franja de territorio que iba desde el Lago de Nicaragua hasta el Océano Pacífico. En un artículo que escribí en julio de 2009, para conmemorar el 30 aniversario de esa gesta, relataba de la siguiente forma esa reunión con Fidel: “Explicó que hasta ahora habían sido infructuosas las acciones para consolidar ese frente y que los combatientes nicaragüenses con mucha valentía y heroísmo habían tenido que retirarse a Costa Rica desde donde se preparaba un nuevo ataque a territorio nicaragüense, pero esta vez sobre la Carretera Panamericana a partir del puesto fronterizo de Peñas Blancas”

Más adelante “… nos señaló con firmeza que nuestra misión consistía en apoyar a las columnas guerrilleras sandinistas para mantenerse en el territorio ocupado, que una vez dentro del territorio nicaragüense, se debía profundizar la ofensiva lo más que se pudiera sin correr el riesgo de que un ataque por la retaguardia de nuestras fuerzas pudiera “cortar” el frente en dos con el riesgo del aniquilamiento del mismo. Que una vez ocupadas las posiciones, debíamos pasar a formas de guerra regular, manifestada a través de la consolidación de una línea de trincheras que se debía mantener a cualquier costo”.

Y concluía en esa ocasión “Nos explicó que era necesario aumentar la potencia de fuego para impedir o desestimar cualquier intento enemigo de recuperar sus posiciones y crear condiciones para -si la situación táctica lo permitía- avanzar en la ampliación de la ´cabeza de puente` conquistada. Comprendimos la urgencia del envío de artilleros al Frente Sur”. Todo esto fue decisivo para el fin de la guerra y con ella el ocaso de la dictadura somocista.

Así lo estimó Justiniano Pérez, último Comandante de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) la fuerza élite de Somoza, cuyo contingente mayor actuaba precisamente en el Frente Sur. En un libro de su autoría Pérez reconoció que “Las operaciones en el Frente Sur se prolongaron por 6 semanas: todo el mes de junio y las dos semanas de julio antes de la partida del “Jefe”. La historia del Frente Sur es triste para la Guardia Nacional (GN) por que (sic) representa el fracaso del éxito. Fue el único y último lugar de Nicaragua donde se pudo aglutinar una fuerza táctica organizada apresuradamente con elementos de diferentes unidades, especialmente del Batallón Blindado y la EEBI y donde se pudo coordinar un apoyo aéreo efectivo para fines del reabastecimiento y emplear por primera vez en Nicaragua, del teléfono inalámbrico” y finaliza afirmando que “ El Frente Sur resume sin lugar a dudas, el éxtasis y la agonía; la confianza y la resignación de una pequeña fuerza que representaba lo mejor de una institución en su postrimería. Llegó a ser la “crema y nata” de lo que la GN pudo llegar a tener y en consecuencia, con lo mejor de lo mejor en un solo lugar, el resto del país quedó desprotegido por que (sic) no había autosuficiencia en ningún lado. Esta portátil de la GN quedó empantanada en la zona sur, mientras el resto del país sin posibilidad de auxilio, caía paso a paso. Un éxito táctico, convertido en derrota estratégica. Una trampa mortal”.

Ni más ni menos, que lo que Fidel nos había dicho antes de salir a la zona de combate, lo cual esboza la genialidad en la conjunción de su pensamiento operativo y estratégico.

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