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martes, 29 de abril de 2014

Portugal. A 40 años de la Revolución de los Claveles


En 1974, Portugal era uno de los países más atrasados de Europa. A diferencia de sus pares del continente, el país luso entró al siglo XX manteniendo una estructura tradicional agraria de corte feudal que paralizó el acelerado proceso de desarrollo industrial que se había producido en otras metrópolis. Esto lo llevó a un estancamiento económico que lo privaba del aprovechamiento de las grandes riquezas de sus colonias y a su vez, a una aguda crisis política que dio al traste con la monarquía en 1910. 

Sin embargo, una vez logrado este objetivo, en la alianza entre republicanos y liberales que asumió la conducción del país, primaron las desavenencias y no pudo desarrollar un programa de gobierno común. La primera guerra mundial profundizó la crisis económica y la inestabilidad política. Esta situación condujo a que en 1926 un grupo de militares de derecha dieran un golpe de Estado que instauró un régimen fascista a imitación del que Benito Mussolini estableció en Italia en 1922. Este sistema, basado en el autoritarismo, la represión y el corporativismo fue denominado como “Nuevo Estado” y controló el país por casi medio siglo. 

Su figura más prominente fue Antonio de Oliveira Salazar, primer ministro entre 1932 y 1968 y presidente interino en 1951. Gobernó dictatorialmente, ejerció férreo control de las organizaciones políticas y sociales e implantó un régimen de terror en el que la policía política (PIDE) tuvo manos libres para realizar cualquier tipo de acción represiva. Desde el punto de vista económico, no se produjeron grandes cambios en la situación del agro, lo que provocó que, sobre todo en el período posterior a la segunda guerra mundial se produjeran grandes emigraciones hacia Europa y América Latina. 

En paralelo, en la década de los 50 se iniciaron las guerras de liberación nacional en las colonias portuguesas en África: Angola, Mozambique, Guinea, Cabo Verde y Sao Tome y Príncipe. El riesgo que podría significar la pérdida del poderío colonial portugués obligó a la dictadura salazarista a destacar importantes contingentes militares en sus posesiones africanas a fin de impedir militarmente la independencia de esos territorios.

El costo financiero y humano de las guerras coloniales profundizaron el deterioro interno del gobierno. La respuesta fue el incremento de la represión a fin de detener el creciente descontento de la ciudadanía. Salazar murió en 1970 y fue sustituido por Marcelo Caetano que dio continuidad a la dictadura.

En 1973, fue creado ilegalmente al interior del ejército portugués, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA). Estaba formada en su mayoría por oficiales de baja graduación que habían estado luchando en las guerras coloniales de África, tenían ideas progresistas y algunos abiertamente revolucionarias y de izquierda. Estaban motivados por el deseo de libertad democrática y el rechazo a la política seguida por el gobierno en relación con la guerra colonial. Sus principales objetivos eran el fin de la guerra sucia, la retirada de las fuerzas armadas de las colonias de África, elecciones libres y la supresión de la policía política.

En la mañana del 25 de abril de 1974, hace cuarenta años, la historia de Portugal comenzó a cambiar. Al amanecer de ese día, el capitán Fernando José Salgueiro Maia destituyó a sus superiores del Regimiento de Caballería Mecanizada de la ciudad de Santarém y encabezando una larga columna de carros de combate, recorrió los 110 kilómetros que la separan de Lisboa. Cuando los blindados ocuparon la plaza Terreiro do Paço en Lisboa símbolo del poder ejercido con mano de hierro durante medio siglo en Portugal, “comenzaba el golpe de Estado más singular de la historia: militares levantados en armas para imponer la democracia por la fuerza” como lo señala el periodista chileno residente en Portugal Mario Dujisin.

Las acciones estaban coordinadas desde un puesto de mando bajo la dirección del mayor Otelo Saraiva de Carvalho en el cuartel de la Pontinha en Lisboa. Simultáneamente se llevaron acciones de control de las distintas guarniciones militares del país que decidieron seguir las órdenes del MFA en Oporto, Santarém, Faro, Braga entre otras ciudades importantes. Así mismo se ocuparon puertos, aeropuertos e instalaciones civiles del gobierno.

Los jóvenes oficiales, verdaderos protagonistas del alzamiento conminaron a sus superiores a incorporarse al movimiento. Aquellos que no lo aceptaron fueron arrestados. El gobierno se desmoronó. El dictador quien fungía como primer ministro, el ornamental presidente Rodrigues Thomaz y el gabinete de gobierno se rindieron, fueron capturados y protegidos por los propios militares insurrectos para resguardarlos de la ira popular que pretendía lincharlos. 

A media mañana, una mujer se acercó a un soldado y le obsequió un clavel rojo que éste puso en la boca de su fusil. Ese hecho se multiplicó de inmediato, le dio denominación al movimiento y se transformó en emblema que dio vuelta al mundo como símbolo de las luchas populares y democráticas y de la alianza del pueblo con los militares que le dieron la libertad. En América Latina, la “Revolución de los Claveles” fue verdadero oxígeno y fuerza inspiradora para los luchadores anti fascistas que en diversas latitudes de la región enfrentaban las dictaduras de seguridad nacional apoyadas por Estados Unidos.

El MFA y el proceso que se iniciaba contó con un gran apoyo del pueblo que exigía la profundización del mismo y la toma de medidas radicales a favor de los sectores más humildes que habían estado excluidos por casi medio siglo.

La Revolución de los Claveles inició un proceso de democracia que dio paso a avanzadas medidas de transformación de la economía y la sociedad. Se liberaron los presos políticos, se permitió el regreso de los dirigentes exiliados y comenzó el proceso de descolonización con el regreso de las fuerzas armadas desde África. El nuevo gobierno aprobó leyes agrarias tendientes a eliminar el latifundio y modernizar la producción agrícola. Se nacionalizaron grandes empresas y la banca. Así mismo, reconoció la Independencia de Angola, Mozambique y Guinea-Bissau y llevó adelante un gran despliegue fuera de sus fronteras para lograr la aceptación internacional que el régimen dictatorial había perdido, transformando a Portugal en un país paria dentro de Europa y el mundo 

Sin embargo, la amplitud política del movimiento no logró consolidarlo como opción de gobierno a largo plazo. Comenzaron desavenencias en torno al rumbo que debía tomar el proceso y la decisión de las fuerzas políticas y sociales que debían hegemonizar el mismo. El MFA se dividió y en tan solo dos años, la socialdemocracia encabezada por Mario Soares logró cooptar el proceso iniciado el 25 de abril de 1974 enrumbándolo en los marcos de la democracia representativa bajo tutela de las potencias occidentales y la gran burguesía, los que iniciaron un proceso de desmontaje de las medidas populares que se habían aprobado después de la revolución de abril de 1974. 

Con todo, Portugal inició un camino en otra dirección a partir de ese 25 de abril. Hoy, la fecha es conmemorada en todo el país como el “Día de la Libertad”, recordando a esos jóvenes oficiales que abrigando en carne propia el sentir del pueblo, usaron las armas para derrumbar en menos de 12 horas la dictadura más oprobiosa de la historia de Portugal y la más larga en los dos últimos siglos en el continente europeo.

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