Colombia
es un país extraordinario. Su pueblo es trabajador y alegre como todos los de
Nuestra América. El Libertador Simón Bolívar denominó con ese nombre a la gran
nación que diseñó en el Congreso de Angostura y que se extendía desde el Mar
Caribe hasta el Amazonas y desde el Océano Atlántico hasta Centroamérica.
Antes,
los españoles habían creado el Virreinato de la Nueva Granada en 1717 y la Capitanía General de Venezuela en 1777. Al
fundar el nuevo Estado el Libertador tuvo en cuenta, además de la continuidad
geográfica, una identidad que provenía de un pasado común y una cultura
múltiple que incorporaba localidades de costa, llano, montaña y selva. El genio
político del Padre de la Patria se adelantaba 200 años a su tiempo para intuir
la importancia estratégica de un territorio que tendría costas en los dos
océanos. Ya en la Carta de Jamaica, en 1815, Bolívar había soñado con que “…el
Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto
para los griegos!” Hay que recordar que en
esa época Panamá era todavía territorio colombiano.
Sin
embargo, pudo más el interés mezquino de las oligarquías bogotana y caraqueña
que el supremo proyecto del Libertador y en 1830 complotaron para echarlo abajo. Argenis Ferrer, mi
profesor de historia en la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV, quien
más que profesor fue maestro, nos enseñaba que dicha oligarquía tuvo un
comportamiento tan miserable que para firmar el nuevo tratado de límites entre
Venezuela y Nueva Granada, -el cual consagraría la desaparición de la República
de Colombia surgida del Congreso de Angostura de 1819 y concretada en el de
Cúcuta de 1821-, exigió como condición al gobierno de Bogotá, la expulsión de
Bolívar de su territorio.
Venezuela
debe recordar siempre el ejemplo inmortal del neogranadino Atanasio Girardot,
caído heroicamente en 1813 en Bárbula, enarbolando, -en el fragor del combate-
la bandera de Venezuela y de Antonio
Ricaurte, quien en marzo de 1814, prefirió entregar su
preciosa vida de 28 años y se inmoló junto a sus subordinados antes de entregar
la plaza de San Mateo que el Libertador le había confiado. Ellos simbolizan la
hermandad eterna entre colombianos y venezolanos que sellaron para siempre con
su sangre generosa.
En
1831, tras la muerte del Libertador, se entronizó en Colombia, el proyecto oligárquico más “exitoso”
de la historia de la América Latina, gobiernos conservadores y liberales se
sucedieron en el poder durante casi dos centurias e incluso en el siglo XX
establecieron un pacto de gobernabilidad y alternancia en el poder denominado
Frente Nacional. Paradójicamente, siendo Colombia el país con los más altos índices de violencia en América
Latina es el que se ha mantenido mayor cantidad de tiempo en los marcos
institucionales de la democracia representativa. El Frente Nacional significó el fin de la
violencia secular entre liberales y
conservadores, pero excluyó a otras fuerzas de la participación política y no dio solución a los graves
problemas que aquejaban a la sociedad colombiana. Aquellos que manifestaron su
descontento ante tal situación comenzaron a sufrir una ilimitada represión que
obligó a que un grupo de campesinos se armaran para la defensa de sí mismos y
de sus familias de la persecución del Estado. Esto fue lo que dio origen a las
FARC y a la lucha armada que se ha desarrollado sin pausas durante casi cinco
décadas en el vecino país.
Varios
intentos de negociación se han intentado a través de la historia, los últimos, durante
los gobiernos conservadores de Belisario Betancourt en los años 80 del siglo
pasado y Andrés Pastrana cuando finalizaba la anterior centuria. Por diferentes
razones ambos procesos no llegaron a feliz término.
Sin
embargo, hoy se abre una nueva posibilidad para un diálogo y una negociación
que pongan fin al conflicto y a la guerra. Surgirán los agoreros, los que ven con “malos
ojos” que se intente transitar un camino hacia la paz, los que pongan el
énfasis en aquellos aspectos que distancian a fuerzas que han sido antagonistas
durante décadas. Pero el sólo hecho de tener voluntad para sentarse y, mirando
de frente y a la cara al adversario exponerle sus puntos de vista es expresión
de un momento trascendental que sólo la pequeñez mental de algún sicópata trasnochado
no quiere ver en su magnitud y grandeza.
Un primer aspecto que ha sido resaltado por los
siempre fatídicos partidarios de la guerra y de la muerte es la crítica al
hecho de que se haya llegado a este acuerdo sin que mediara una paralización de
las acciones armadas. Por supuesto, ese será
un tema fundamental de discusión en la agenda entre el gobierno y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para acabar con este conflicto que
sobrepasa el medio siglo de existencia. Si eso se llegara a acordar, habrá que
entenderlo como un nuevo paso adelante en el camino hacia la paz.
Al llamar al documento que se ha negociado en esta
primera etapa como “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto” lo que se
pretende es comprenderlo en su calidad
de proceso, que tendrá que transitar una
etapa de supresión de las acciones armadas, de llegar primero a un acuerdo para
finalizar el conflicto bélico y, de esa manera crear condiciones para la paz
que obliga a un debate más complejo porque aborda otros aspectos que involucran
la vida política , económica y social del país, incluso el mismo tiene acciones
que se realizan una vez terminado el conflicto.
El proceso hacia la paz en Colombia importa por
supuesto al país entero, su sociedad y sus fuerzas políticas y sociales, pero
también entraña una gran relevancia para
toda la región, para los países vecinos y en particular para Venezuela. Entre
los cinco puntos que conforman el acuerdo suscrito esta semana, cuatro de ellos
tienen relación con Venezuela de forma directa o indirecta
En primer lugar, el punto sobre desarrollo rural,
que ha sido causal fundamental para que cientos de miles de desplazados se
hayan visto obligados a emigrar hacia Venezuela.
Lo han hecho porque hay una ocupación forzosa de sus tierras por parte de
grupos paramilitares, del Ejército y de agentes
del Estado. Sin embargo, llegar a acuerdos en este tema, tal vez podría
disminuir la violencia, ampliar mucho más los procesos de restitución de
tierras que lleven a que se produzca el retorno de muchos colombianos
desplazados, tal vez puedan regresar a los lugares donde nacieron y donde permanece una parte de sus familiares.
El tercer punto de la agenda es el fin del
conflicto armado, el cual podría significar que Venezuela que hoy se ve
obligada a utilizar ingentes recursos para la defensa de su soberanía y la
protección de las fronteras, pueda destinar los mismos para los grandes
proyectos sociales que el gobierno del presidente Chávez ha desarrollado.
Los debates sobre el narcotráfico, serán un punto
fundamental. Un avance y resolución conjunta en ese aspecto, le produciría una
herida profunda a las intenciones intervencionistas de Estados Unidos en nuestro
país, toda vez que terminaría de
desarticular el argumento estadounidense respecto de un supuesto apoyo de
Venezuela al narcotráfico, cosa que nunca han podido demostrar. Venezuela como
país de tránsito de los narcóticos que se producen en Colombia y se consumen
masivamente en Estados Unidos y Europa podría ver mermada la actividad de las
transnacionales de la droga lo que conduciría a un mejoramiento progresivo de
los índices de seguridad que tienen en el tráfico de droga un soporte
fundamental.
Sobre el punto referido al derecho de las víctimas,
es posible decir que al igual que el primer aspecto de este acuerdo, tendría
incidencia en que muchos de los desplazados que están en Venezuela podrían volver
a sus lugares de origen. Así mismo se podrían crear condiciones para que haya
un mayor clima de tranquilidad para nuestro pueblo, en particular para aquellos
que viven en las fronteras.
Se ha dado el primer paso,
un paso gigantesco, debemos mirar con optimismo esta decisión del gobierno
colombiano y de las FARC. Cabe a Venezuela, a su gobierno y a su pueblo acoger
fervorosamente este Acuerdo y apoyarlo
desde todo punto de vista, en el espacio que los contendientes decidan
que pueda ser útil nuestra participación. Un camino hacia la paz nunca ha
estado vacío de dificultades, pero siempre valdrá la pena intentar recorrerlo.
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