La situación de Venezuela se ha transformado en elemento central del acontecer político regional y foco prioritario de las trasnacionales mediáticas, así como de los medios de comunicación locales que durante décadas apoyaron dictaduras, mientras callaban sin complejos ante los desmanes de las oligarquías que en defensa de sus intereses violaban derechos humanos, asesinaban, mataban, torturaban y desaparecían.
En el contexto actual, dejó de ser noticia la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa, México, y la existencia de decenas de fosas comunes en ese país mientras su gobierno guarda vergonzoso silencio, tampoco resuena en las salas de redacción que Brasil tiene un gobierno no electo, que solo cuenta con el 5% del apoyo de los ciudadanos, pasa inadvertido que Mauricio Macri haya ordenado disminuir las penas de los perpetradores de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar de Argentina, no se menciona el escándalo que debería producir que en Chile, -según cifras oficiales fallecieron 25 mil personas en salas de espera o aguardando una cirugía durante el año 2016 y 70 mil entre 2010 y 2015, tampoco se habla de los 14 mil niños del pueblo wayúu muertos por desnutrición en Colombia.
Nada de eso parece afectar, mucho menos preocupar a los dueños de los medios de comunicación, tampoco a los gobiernos. Sólo Venezuela existe en el espectro informativo de los monopolios mediáticos. Paradójicamente, son los gobiernos de estos países, cuya preocupación debería ser encontrar la manera de solucionar y dar respuestas a estos graves problemas, los que se ensañan y asumen la actitud más beligerante a favor de la violencia y en contra de la búsqueda de una solución pacifica negociada para los venezolanos.
Varios amigos de Europa, Estados Unidos y China, de manera coincidente me han escrito para preguntarme sobre las causas y explicaciones de esta situación. Dicen casi unánimemente, que se entiende que gobiernos de derecha vinculados a altas esferas del poder económico, con reminiscencias dictatoriales y una política exterior subordinada a Estados Unidos actúen de esa forma, pero, ¿por qué el México del PRI y el Uruguay del Frente Amplio? ¿Por qué Chile donde gobierna una coalición de centro izquierda?
En un artículo anterior explicaba las razones de Peña Nieto, su oscura manera de llegar al gobierno, su desprestigio generalizado en México por la continuada práctica de violación de derechos humanos, el asesinato de periodistas, la impunidad ante los miles de feminicidios que ocurren en todo su territorio y sobre todo su sumisa actitud ante Estados Unidos en el tema de los inmigrantes, lo cual constituye una afrenta al honor mexicano. Así mismo, mencionaba el indigno comportamiento del presidente uruguayo que ha usado su alta investidura para hacer negocios personales y familiares, los cuales en Venezuela son conocidos y repudiados.
Pero el caso de Chile, tal vez sea el más emblemático. Como he dicho en otras ocasiones, para Estados Unidos, el país austral es el modelo perfecto, -como en otro momento de la historia, lo fue Puerto Rico- para promocionar en América Latina el “camino a seguir”. Un gobierno de “centro izquierda” con dirigentes “socialistas” que sin modificar sustancialmente el entramado jurídico construido por el dictador, sostienen el patrón neoliberal de exclusión, una flexibilización laboral que conculca los derechos básicos de los trabajadores, la represión a todo intento de protesta, el escarmiento ilimitado a los pueblos originarios, en particular a los mapuche cuando defienden sus demandas ancestrales, una política exterior sometida a Estados Unidos de manera vertical, la corrupción sumergidamente autorizada en el Estado para garantizar el enriquecimiento de una minoría que financia a aquellos que optan a cargos públicos, para que estos a su vez, favorezcan los negocios de esa minoría, y todo eso legitimado por medios de comunicación aliados al gobierno, precisamente para decir lo que resulte aceptable y conveniente. Esto es lo que de manera confusa y desinformarte se da en llamar “centro izquierda”, solo para diferenciarse de las huestes pinochetistas, con quienes, -de todas maneras- no han tenido ninguna contradicción estructural en los últimos 27 años. Es la primera aclaración que debo hacer a los amigos preocupados por la posición de Chile respecto de Venezuela.
En ese marco, vale decir que en este último período de la Concertación de partidos por la Democracia devenida Nueva Mayoría, que es la coalición gobernante en Chile, quienes manejan su política exterior, es decir la presidenta y su canciller, son dos personajes domesticados en Estados Unidos. Michelle Bachelet no tuvo posiciones protagónicas en la política interna de su país hasta que en 1997 viajó a Estados Unidos donde de forma consecutiva cursó un diplomado en estrategia militar en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos y a continuación un curso sobre defensa en el Colegio Interamericano de Defensa, en la capital de Estados Unidos. Allí fue donde recibió “recomendaciones” para incursionar en un nivel superior de la política, donde tendría buen apoyo de sus patrocinadores.
Por su parte, el Canciller Heraldo Muñoz, fue formado casi íntegramente en universidades estadounidenses, para después representar a Chile en altos cargos en la OEA y la ONU. Allí fue donde estableció contactos privilegiados con el tándem del partido demócrata, el cual ha apoyado su encumbramiento hasta el más alto cargo de la diplomacia chilena. Muñoz recibió la derrota electoral de Hillary Clinton como un revés propio, porque además de dejar descolocado a su país que fue promotor protagónico del TPP revertido por el Presidente Trump, ubicó en posición complicada el impulso al libre comercio a favor de los empresarios, como política central de su gobierno. Ni corto ni perezoso, cual héroe de las luchas por la libertad comercial, este heraldo chileno, convocó una reunión en Viña del Mar donde se vendió como el continuador universal del TPP, lo cual fue rechazado por el representante de China, que en su propio terruño, le dijo: libre comercio si, TPP no, recibiendo una violenta bofetada que los aires porteños no pudieron atenuar. Es normal, entonces que estos personajes propugnen una “salida” violenta para Venezuela, tratando de hacer señas, que vistas en Washington atenúen el brutal golpe que le asestaron a los empresarios chilenos, las medidas proteccionistas de Trump. De la misma forma, atacar a Venezuela, le permite reparar su relación con el nuevo gobierno de Estados Unidos, seriamente dañada, tras su desembozado apoyo a Clinton en las elecciones de ese país. Segunda razón de su comportamiento.
Finalmente, pero no menos importante: el comportamiento golpista del gobierno de Chile está en el ADN de esta Concertación que administra ese país. En 2002, cuando un grupo de militares, -que servían a esta misma derecha fascista que hoy nuevamente intenta hacerse del poder por caminos ilegales- derrocaron al Presidente Hugo Chávez, el primer gobierno en reconocer al régimen de facto que se instaló en Caracas, fue el del militante de esa alianza, Ricardo Lagos, (fulminante execrado de la política chilena en días recientes) de manera tal, que la actitud de Bachelet y Mguñoz, da continuidad al talante golpista de su comportamiento, seguramente siguiendo las enseñanzas que adquirieron en Estados Unidos.
Estos portentos de la política que no han movido un dedo en 27 años para generar una Constitución democrática para Chile, se permiten criticar, -en una clara actitud injerencista- que Venezuela busque una salida democrática en el marco de su Constitución, para que sea el pueblo quien una vez más, decida qué futuro quiere para el país. Con ello, se da respuesta al 80% de ciudadanos de todo pensamiento político que rechaza la violencia como método para salir de la crisis. Debe ser que, como ellos fueron elegidos solo por el 20% de los chilenos con derecho a votar, en un país donde es habitual que el 60% se abstiene, como forma de expresar su repudio a la forma de hacer política, supongan que esa minoría basta para imponerse, si se tiene el apoyo de los empresarios corruptos y sobre todo de las fuerzas armadas. Lamentablemente para ellos, las fuerzas armadas venezolanas, pasaron un curso distinto al de la señora Bachelet. Como dije en un artículo anterior, aquí no hay generales Pinochet, si hay muchos Schneider, Prats y Bachelet que respetan la democracia y la Constitución, una constitución que deberían leer Bachelet y su heraldo.
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