En los últimos días, durante mis visitas a Lima y
Santiago en reuniones de trabajo formales o en tertulias más íntimas con amigos
y colegas tanto en Perú como en Chile ha sido recurrente la pregunta acerca de
cómo veo su país. En uno y otro caso he revelado mi propensión a aceptar que
cada vez resulta más difícil hacer análisis locales si se elude la realidad
regional o global.
En todas las conversaciones, así como en mis
escritos he reiterado que me parece que no se ha dimensionado a profundidad la
reflexión del Presidente de Ecuador Rafael Correa que lo lleva a afirmar que
“no estamos viviendo una época de cambios sino un cambio de época”. Aunque
repetida muchas veces, es importante
valorar que dicha frase encara una situación que engloba transformaciones de
carácter estructural tanto en el sistema internacional como en la sociedad y el
gobierno, aún no evaluadas en su justa medida. No estudiar los alcances que
significa vivir un cambio de época impide justipreciar a profundidad el alcance
de las innovaciones y alternativas que se están presentando en el quehacer de
la política a nivel nacional e
internacional, y por tanto, hace cada vez más difícil apreciar con certeza las
implicaciones de los hechos que ocurren en la vida de una región, un país o un
ciudadano.
En ese marco, valorar la situación política de
países como Chile y Perú deviene
espinosa tarea si antes no se aprecian las condiciones cambiantes del
sistema internacional, su estructura y las variables que se están poniendo en
juego para desarrollar acciones y tomar decisiones por parte de los actores que
influyen de manera determinante en el escenario internacional.
Eso nos lleva de manera prioritaria a estudiar los
acontecimientos en Ucrania y Crimea que así como los hechos en Estados Unidos
del 11 de septiembre de 2001, marcan un punto de inflexión en las relaciones
internacionales, en particular en la estructuración del sistema internacional y
los vínculos que están estableciendo los poderes mundiales para manejar los
conflictos.
Desde mi punto de vista, el conflicto en Ucrania y
la respuesta rusa en Crimea, termina de consolidar el sistema de balanza de
poder como nueva forma de estructura de poder en el planeta. Los argumentos
utilizados por Occidente y, en particular por Estados Unidos para rechazar las
acciones llevadas a cabo por Rusia para incorporar Crimea a su soberanía no
tienen asidero cuando se observa el comportamiento de las potencias
occidentales en casi todos los conflictos ocurridos durante este siglo. En
cualquiera de ellos tales aseveraciones podrían ser utilizadas en contra de las
potencias participantes en esas aventuras intervencionistas. Fácilmente se
puede concluir que si tales argumentos utilizados por una potencia para
impugnar a otra pueden ser utilizados por la afectada para refutar a su
oponente, están aconteciendo eventos que generalizan la actuación de los
poderes mundiales sin que haya contrapeso suficiente para evitarlos, impedirlos
o minimizarlos. Una y otra potencia están actuando en sus regiones de
influencia, estableciendo pautas y comportamientos que aunque reciben el
rechazo de los adversarios, ello no significa un enfrentamiento frontal, mucho
menos bélico, sino que se limita a la confrontación retórica y, en algunos
casos, a medidas de carácter económico que no afectan en lo sustancial al país
sujeto de las acciones de respuesta.
Esto, que parece un banal debate teórico, es mucho
más que eso, sobre todo para los países del sur. Actuar en estas condiciones de
imposición de medidas de fuerza en el sistema internacional, deja a los países
de Asia, África y América Latina y el Caribe, en condiciones de minusvalía si
pretendieran actuar aisladamente en el escenario internacional. Esto, por
supuesto debe influir en el establecimiento de la agenda, las prioridades y
objetivos de política exterior. En lo que a nuestra región respecta, quien suponga
que por ser amigo o tener buenas relaciones con una u otra potencia está
cubierto de sufrir alguna situación desagradable está muy equivocado. Gadafi
pagó muy caro la suposición de que su acercamiento a Occidente le iba
significar resguardo frente a los conflictos. A su vez, los líderes de varios
países deben aprender a vivir con la afrenta que significa que Estados Unidos a
quien consideran un aliado, los espíe a través de sus agencias de seguridad. Se
podría sistematizar diciendo que hoy las potencias se mueven a partir de
aquella idea enunciada por Lord
Palmerston quien fuera primer ministro de Gran Bretaña cuando dijo que “Inglaterra no tiene amigos permanentes ni
enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses
permanentes”.
Así, los acontecimientos
recientes, permiten afirmar que, más que nunca, el interés nacional es el móvil
de la actuación de los países en el contexto internacional actual. De otra manera, no podría explicarse que ante la entronización de un gobierno anti semita en Ucrania que ha favorecido
los ataques contra las comunidades judías de ese país, el gobierno de Israel
haya mantenido absoluto silencio. En esa misma lógica podría entenderse el voto
de Argentina junto al de Gran Bretaña y Estados Unidos en el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas rechazando la validez jurídica del referéndum realizado en
Crimea. La diplomacia argentina debe haber entendido erróneamente que se podría
establecer un paralelo entre esta consulta y la que hizo Gran Bretaña en
Malvinas unos meses atrás.
Cuando el 26 de marzo pasado en un discurso en
Bruselas el presidente Obama hizo afirmaciones como que “Durante más de 60 años Estados Unidos ha colaborado
con la OTAN no para reclamar otras tierras, sino para mantener a las naciones
en libertad” o que “Ni Estados Unidos ni Europa tienen ningún interés en el
control de Ucrania”, así como que “Nosotros no pretendemos anexar el territorio
de Irak. No les arrebatamos sus recursos para nuestro propio beneficio. En vez
de esto, terminamos nuestra guerra y dejamos Irak a su pueblo, en un Estado
iraquí plenamente soberano que puede tomar decisiones sobre su propio futuro”,
cualquier observador imparcial no podría menos que sorprenderse y algunos hasta
indignarse. Y cuando la política genera sorpresas o indignación, la política no
anda bien, máxime cuando dichos enunciados provienen del presidente de la
nación más poderosa del planeta.
Con
la misma desfachatez que se emiten estos anuncios en el plano internacional, se
han comenzado a manifestar respecto a la política interna de los países. En esa
medida, los conceptos tradicionales que establecen las normas para el
funcionamiento de la democracia empiezan a quedar obsoletos. Hoy, se cuestiona
que la realización de elecciones sea el termómetro que mida la estabilidad de
un sistema democrático. Así mismo, la noción de mayoría ha comenzado a ser
puesta en entredicho como lo develan las acciones de la oposición derrotada en
las elecciones en abril de 2013 en Venezuela y marzo de 2014 en El Salvador.
Esta
situación está conduciendo a que se manifiesten expresiones de agotamiento de
la credibilidad de los ciudadanos en la política y en la democracia, lo cual podría
ser muy peligroso de no encontrarse medidas que ayuden a quitarle presión a las
tensiones que con cada vez mayor continuidad se están produciendo en nuestra
región.
Esto
interviene en mayor o menor medida en todos los países e influye en cada uno con
diferentes ritmos y prioridades de acuerdo a características nacionales, grado
de consolidación democrática, fortaleza del tejido social y solidez de los
partidos y organizaciones políticas.
Con
distinta medida, me parece que eso es lo que sucede tanto en Perú como en
Chile. En el primero, los 4 últimos presidentes: Alberto Fujimori, Alejandro
Toledo, Alan García y Ollanta Humala de diferentes tendencias políticas, tienen
en común haber hecho campaña electoral con un programa y haber gobernado con
otro. En Chile, la transición no finalizada de la dictadura a la democracia en
un país cuyos destinos institucionales siguen regidos por una constitución
antidemocrática que consagra el modelo neoliberal y con ello la exclusión
social, actúan como una olla a la que se le puede quitar presión para que no
estalle, pero que su permanente estado de ebullición genera riesgos en el
mediano y largo plazo que deben ser solventados si se quiere mantener el
sistema democrático, incluso con sus imperfecciones, evitando la violencia que
solo le interesa a aquellas potencias que siempre “pescan en río revuelto”.
Felicitaciones Dr. Sergio Rodriguez! Respetable compatriota, excelente publicación! Sólo digo: "EL QUE TENGA OJOS QUE LEA! QUE LEA! Y TAL VEZ TRANSFORME SU CEGUERA EN UN POQUITO DE AMOR A NUESTRA NOBLE PATRIA BOLIVARIANA VENEZUELA!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Saludos
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